Hace dos años que miles
de personas se manifestaron públicamente contra las prospecciones
petrolíferas en Canarias. Las manifestaciones fueron multitudinarias
en Lanzarote y Fuerteventura pero en otras islas se oyeron también
miles de voces contra el próposito de la multinacional Repsol y el
Gobierno de España de imponer su negocio en contra de la voluntad
popular. Han pasado dos años y, por diversas circunstancias, Repsol
no ha puesto su pica en nuestras aguas. La efeméride permite
determinar algunas reflexiones; estas son algunas.
La potencia ciudadana
Aquellas manifestaciones
fueron fruto, sobre todo, de la capacidad organizativa de la
ciudadanía. Un grupo importante de personas dedicó su tiempo y su
energía a explicar la amenaza que se avecinaba, a reunir y trasladar
información, a realizar acciones preparatorias y, en definitiva, a
lograr que se extendiera la necesidad de que se les tomara en cuenta.
No hicieron falta muchos argumentos: una parte importante de la
sociedad comprendió que la amenaza no era ficticia y, que de
llevarse a cabo, las repercusiones que tendría sobre la economía,
el medio ambiente y el tejido social de estas islas podían ser
irreparables.
Estas manifestaciones
tenían antecedentes recientes. Las mayores manifestaciones populares
de la última década en Canarias tuvieron como objetivos la
paralización de proyectos desarrollistas e innecesarios que solo
pueden ser justificados por los intereses de grupos empresariales y
políticos, valga la redundancia. En Tenerife hasta cinco
impresionantes manifestaciones se materializaron en contra del
tendido eléctrico que afectaría a los montes del sur y contra la
construcción del puerto de Granadilla. En ambos casos fue también
la ciudadanía la que se implicó y organizó participando de
experiencias autogestionadas y ofreciendo resistencia ante los
poderes políticos y económicos. Las motivaciones ecologistas, en
sentido amplio, han logrado generar más contestación pública y más
fórmulas de activismo político que la situaciones derivadas de
indicadores sociales que, en buena lógica, deberían haber
movilizado un día sí y otro también a tantas y tantas personas
cuyas vidas se ven afectadas por las decisiones que han tomado los
poderes. Los índices de desempleo, de pobreza, de precariedad, de
exclusión; el deterioro de los servicios sociales, de la sanidad, de
la educación; la corrupción generalizada
de la clase política, las leyes injustas o el robo financiero no han
motivado, con el mismo énfasis, la protesta ciudadana en nuestro
país. Las razones de esta descompensación son muchas pero lograr
identificarlas con nitidez es extremadamente complejo. Queda
pendiente para otras reflexiones.
Los medios y los fines
Un hecho significativo
diferencia las grandes manifestaciones de Tenerife a las que tuvieron
lugar hace dos años contra las prospecciones petrolíferas, En
Tenerife la gente se tuvo que enfrentar contra todos los grandes
partidos políticos y contra todos los medios de información. El
PSOE, el PP y CC formaron un frente común en defensa de sus
intereses económicos. La prensa, radios y televisiones hicieron
campaña desmovilizadora y solo informaron cuando los acontecimientos
los superaban, ofreciendo pequeñas columnas de opinión para dar una
ridícula apariencia de neutralidad. La Televisión Canaria se puso
en la labor de desinformación siguiendo las directrices políticas:
no solo no informaba sino que participó activamente en la defensa
del proyecto de Granadilla volcando anuncios con dinero público o
cifrando en dos mil personas la asistencia a una manifestación que
la policía local había cifrado en más de setenta mil.
En el asunto de las
prospecciones petrolíferas CC y el PSOE, arrastrados por las
encuestas sociológicas y animados por el espíritu electoralista,
desplegaron todo su aparato propagandístico para coincidir, al menos
en el plano teórico, con la voluntad popular contestataria por
primera vez en la historia reciente de este archipiélago. Un mes
antes de las manifestaciones Repsol también había desembarcado con
sus asesores de marketing, se reunieron con los directores de los
medios canarios, despacho por despacho, y lograron, vaya usted a
saber cómo, que algunas radios y periódicos empezaran a publicar
reportajes y titulares que convencieran de las bondades económicas
que iban a generar las extracciones petrolíferas. Se publicaron sin
ningún pudor ni rectificación los datos que ofrecía Repsol y el
periodista de La Provincia Julio Gutiérrez, en un impresionante
ejemplo de periodismo de investigación, logró encontrar un canario
que trabajaba en una plataforma de Repsol en Tarragona para hablarnos
de la pulcritud de su trabajo y de las excelentes medidas de
seguridad de la compañía.
Con las prospecciones
petrolíferas el despliegue de la televisión y radio autonómicas
fue, y está siendo, inversamente proporcional al silencio que
dispensan a cualquier posibilidad de crítica en cualquier otro
asunto que afecte a su dueño de facto, el Gobierno de Canarias. Las
prospecciones petrolíferas se han convertido en la noticia que más
cobertura ha recibido de la televisión pública y su tratamiento
informativo, tan sesgado como propagandístico, ha convertido en
figuras mediáticas ecologistas a Paulino Rivero, Mario Cabrera o
Pedro San Ginés. Una trasmutación fruto de la sociedad del
espectáculo: los que ahora, de súbito, defienden la biodiversidad
marina no tuvieron escrúpulos en descatalogar el sebadal para
permitir las obras de Granadilla.
En el sumidero de las
contradicciones
Los movimientos
ciudadanos que impulsaron aquellas manifestaciones asumieron desde el
principio que el No a las prospecciones carecía de sentido
ideológico si no se aceptaba la necesidad urgente de impulsar un
nuevo modelo energético para Canarias. De ahí que las pancartas y
eslóganes de aquellas manifestaciones expresaran esa coherente
reivindicación. Y tal modelo solo puede estar basado en las energías
limpias y renovables, en su titularidad pública y en el control
ciudadano. Y ahí es cuando toda la fuerza ecológica de la clase
política canaria queda con el culo al aire.
El ejemplo de
Fuerteventura es diáfano: en estos dos años no se ha instalado ni
un nuevo autogenerador eólico; los proyectos para huertos solares y
pequeñas instalaciones de energías limpias están paralizadas; el
Gobierno de Canarias ha aprobado un nuevo tendido eléctrico de alta
tensión en la isla para conectar las centrales térmicas
convencionales; el Valle de Agando queda recalificado como suelo
industrial estratégico para permitir la instalación de
infraestructuras y empresas del sector energético tradicional pero,
eso sí, tendremos un Parque Tecnológico con edificios bioclimáticos
que albergarán las nuevas oficinas de las empresas constructoras
majoreras.
La realidad es difícil
disfrazarla. Hace apenas unos meses el Gobierno de Canarias aprobó
las Directrices de Ordenación Sectorial de Energía (DOSE) que
sustituyen al Plan Energético de Canarias (PECAN), ese que en su
última actualización aseguraba que en el año 2015 Canarias
alcanzaría un 30% de producción energética basada en las
renovables (en la actualidad solo se ha llegado al 6%). Las
directrices consagran que el negocio energético quede en exclusivas
manos privadas, deja sin competencias a las administraciones locales
para la planificación del sector y, sobre todo, admite al gas como
animal de compañía energético, limpio y renovable. El futuro
energético de Canarias pasará, gracias al PSOE y CC, por un
combustible fósil, escaso como el petróleo, contaminante y
altamente peligroso. No se trata de una contradicción, se trata de
una decisión política impulsada desde hace años que ahora toma
cuerpo, casi secretamente, sin debate ni propaganda.
¿Un modelo?
Dentro de los argumentos
que se exponen para oponerse a las prospecciones petrolíferas están
los que acentúan las graves consecuencias que un posible derrame
pudiese tener en el sector turístico sobre el que bascula la
economía de Canarias ,especialmente en Fuerteventura y Lanzarote.
Incluso se opina que, sin ocasionarse un accidente, la industria
petrolífera ya incidirá negativamente sobre el sector. La primera
hipótesis es evidente: la economía de las islas sufriría una
crisis traumática si un vertido similar al del Golfo de México
llegara a producirse en nuestras costas. La segunda situación
hipotética es más cuestionable pero concedamos que el principio de
precaución aconseja no someter a tensiones un sector económico que
se muestra, a menudo, impredecible.
Es lógico que la clase
política y los empresarios del sector hayan incorporado a la
oposición a las prospecciones un discurso que defiende sus
intereses. Pero resulta paradójico que desde posiciones ecologistas
y de izquierda se haga una defensa acrítica de un sector económico
-el turismo- que está controlado por empresas extranjeras y cuya
expresión autóctona es la de un empresariado que pertenece a ese
mínimo porcentaje de personas que acapara el sesenta por ciento de
la riqueza del país, que no duda en aumentar las tasas de
explotación de sus trabajadores, que no han tenido el menor
miramiento en arrasar nuestro medio ambiente, en saltarse todas las
normas y leyes y en evadir sus impuestos con fórmulas legales o
ilegales. Que un empresario del sector manifieste que nuestro
petróleo es el turismo tiene toda la lógica: es su negocio.
Pero que analistas, profesores y portavoces ecologistas defiendan el
turismo porque es el modelo de desarrollo que hemos elegido no
hay por dónde cogerlo. En esta tierra nunca hemos tenido la
oportunidad de elegir nada. Siempre nos han impuesto sus planes sin
tener en cuenta nuestra opinión y sin pensar en el bien común. La
actual crisis del sistema es el mejor (y el peor) de los ejemplos de
cómo funciona el sector: con las mejores cifras de turistas y de
ocupación de la historia, el desempleo no baja pero sí sube la
precariedad y la explotación de los trabajadores y trabajadoras
hasta límites desconocidos en cuarenta años de desarrollismo
turístico.
A veces nos
transformamos
Los procesos de
contestación ciudadana son complejos por su propia composición
heterogénea. En la multitud se reúnen aspiraciones tan diversas
como lo son sus integrantes. Esa es su inconsistencia pero también
su principal virtud. En el camino aparecen los conflictos, los
oportunismos, las tensiones. Pero Canarias ha conseguido ofrecer, a
través de su voz colectiva, un ejemplo del que tal vez no seamos
plenamente conscientes: el primer pueblo que decide que no quiere
extraer su petróleo; el primer pueblo que se manifestó por un
futuro limpio y renovable, que es lo mismo que reivindicar que
queremos futuro.