A la persona que ocupa un puesto de relevancia política y de gestión de los asuntos públicos difícilmente le podemos pedir explicaciones; suele estar encapsulada, pendiente de su nivel de popularidad, de aumentar su esperanza de vida ociosa a nuestra costa, de echarle engodo a su ego. Pero estamos en la obligación de impedir que nos mienta o, por lo menos, de denunciar la falacia permanente en que ha convertido su actividad pública. ¿Ingenuidad? ...es posible, pero consentirlo sería asumir la humillación. Mi jefa miente como una bellaca. Aun peor, miente como una política profesional. Se llama Milagros y hace honor a su nombre apareciéndosenos todos los santos días. En una de sus últimas apariciones se desparramó, la criatura. Como de sus mentiras no tienen culpa los lectores les evitaremos el trance de su transcripción completa. Nos quedaremos con dos.
“Todas las bajas están siendo sustituidas. Es falso que no se esté sustituyendo al profesorado. Se nombra a sustitutos pasados 15 días”. Mientras la voz chirriante de Milagros Luis Brito lanzaba esta mentira de Gobierno, mi compañero Paco, aquejado de una grave enfermedad, llevaba un mes, tres semanas y un día de baja. En el ínterin su alumnado vagaba por los pasillos buscando quién le hablara de Aristóteles, versión reducida, para no dejar en blanco el examen de filosofía de la PAU. Lo sorprendente, no obstante, no es la mentira sino la estrategia. En Canarias hay más de mil centros educativos, más de veinte mil docentes, alrededor de un millón de escolares...¿cómo mentir sobre un hecho del que la sociedad canaria conoce (y sufre) la verdad? Parece normal que nos engañen con Fukushima, lejana física y mediáticamente, pero atreverse con nuestra educación solo es posible cuando se ha perdido el equilibrio, el sentido de la medida, cuando se violenta la función social de la moralidad.
"Estamos buscando respuestas diversas para racionalizar los recursos públicos y humanos en el ámbito docente. No se trata de ahorrar sino de contener el gasto." Meses antes de que la prepotencia hecha rizos expeliera semejante e incongruente mentira (el ahorro es precisamente no gastar) su Consejería pagó durante tres años el alquiler de un local vacío que debía convertirse en la nueva Oficina Insular de Educación en Fuerteventura. El dueño del local, cómo no, es un incondicional del partido (miembro del Consejo Político) y ganó un concurso público en el que constaba que "que el local ofertado tenía que estar en disposición de ser ocupado en el plazo de un mes desde la formalización del contrato." Cuando ganó el concurso (cuyas bases disponían que la nueva sede tenía que estar en el barrio donde el inmobiliario político lo había construido) el local estaba en bloque pelado por lo que la Consejería de la Mentira invirtió 200.000 euros en arreglarlo y pagó,durante casi tres años, la insignificante cantidad de 3733 euros mensuales. ¡Un total de 323 mil euros por un local vacío propiedad de un miembro de su partido!. Una, desde luego, milagrosa forma de contener el gasto, de racionalizar los recursos públicos.
Aunque la historiografía haya centrado toda su atención en Miguel de Unamuno como deportado a Fuerteventura en 1924, hay que recordar que junto a él fue extrañado Rodrigo Soriano, un diputado republicano que, dicho sea de paso, no soportaba el egocentrismo del que hacía gala el idolatrado filósofo vasco. Durante su destierro, Rodrigo Soriano se entretenía enviándole cartas a su carcelero, el dictador Miguel Primo de Rivera. En ellas le advertía de que estaba buscando el lugar más inhóspito de la isla para que le sirviera de lugar de confinamiento cuando, por fin, la república acabase con su régimen. Desconocemos los lugares majoreros que barajó Rodrigo Soriano para desterrar a Primo de Rivera porque el abogado republicano llegó a la conclusión de que el mayor castigo sería el de confinarlo ¡en una biblioteca!
Los castigos, sostiene un axioma pedagógico- deben ser proporcionales a la falta cometida. Cuando alguien, en calidad de gestor, miente y además es multi - reincidente, toda nuestra energía punitiva debe centrarse en la reeducación: hay que deconstruir al monstruo. Confinar a la Consejera durante algún tiempo en una biblioteca no parece ser la solución. En primer lugar porque una parte de las bibliotecas escolares -gracias a a la racionalización de recursos al estilo Luis Brito- han dejado de serlo para convertirse en aulas (¡la de mi centro ha resistido ahora y siempre a la invasora!); pero, sobre todo, porque las bibliotecas se han llenado, de un tiempo a esta parte, de libros de autoayuda y, como caigan en sus manos, esta mujer se nos puede morir de una sobredosis de estima y tampoco es cuestión.
Pero algo habrá que hacer porque si no, la Consejera, seguirá imbuida en su universo de mentira. Se admiten propuestas. Yo, de momento, le ofrezco un primero de la ESO de ratio escrupulosamente legal, hablado en varios idiomas, repleto de chiquillos desinquietos, con algunos padres y madres que en caso de conflicto los creerán a ellos, con otros padres que a estas alturas no saben dónde queda el instituto, con un nivel de decibelios en el aula que supera los límites del oído humano; en fin, seres pletóricos de vida, actividad y dispuestos a cuestionar -qué pena que esa etapa termine- la autoridad. A las dos semanas hablamos, Milagros, y no te preocupes que si coges una baja (por la falta de costumbre al trabajo) al día siguiente tendrás una sustituta. Palabra de consejera.