Vean
ustedes el vídeo. Dura solo un minuto. Verán todas las burradas que
se pueden decir en un minuto en el ámbito público. Imagínense en
el privado. El que habla, el alcalde condenado por prevaricación, da
una lección de semántica sin que nadie se la pidiera. Es más,
imparte la osada y magistral clase de lingüística interrumpiendo a
la concejal que presenta una moción de condena de la violencia
machista.
En
ese ambiente el macho de las dunas se encuentra como sanguijuela en
la charca. Sabe de lo que habla. Hace años se refirió a la política
Cristina Almeida expresando (es un decir) que hubiera optado por
el celibato si todas las mujeres hubieran sido como ella. Luego
le tocó el turno a Olivia Estévez, que se presentaba a las
elecciones municipales en el marquesado del macho, advirtiéndole (es
otro decir) que ninguna hembra desfondada le iba a quitar la
alcaldía de La Oliva. Y, cuando por fin una mujer, Claudina
Morales, accedió a la alcaldía, se despachó con ella por ir al
Ayuntamiento con minifalda y pantalones ajustados. Con este
currículo (que se sepa) se considera lo suficientemente preparado
para explicar a la corporación y al mundo en general el error de una
palabra -machista- que, cual cruzado, intenta que desaparezca del
vocabulario de la mujer (sic).
En
el pleno del vídeo la concejal habla de los asesinatos machistas y
el Marqués se da por aludido. Y el hombre, masculinista
él, se manda un un soliloquio que no se aclara. No sabe distinguir
entre sexo y género como tampoco sabe distinguir entre democracia y
lo que él practica.
Y
ya no sabemos si el cargo le sigue quedando demasiado grande, el
diccionario demasiado chico o ambas cosas.