lunes, 16 de mayo de 2011

Manifiesto fotográfico (casi) abstencionista



Si esto fuese un juego de agudeza visual tendríamos fácil adivinar quién no está en su puesto de trabajo. Pero nos equivocaríamos. El señor del jersey que abraza las papeletas electorales como si fuesen sus tesoros también está trabajando. Trabaja para los mercados y para sanearlos tuvo la brillante idea de recortar los servicios sociales de Canarias, una operación a la que los mercados, para que no nos afecte nuestra sensible moral, denominan “reducir el déficit público.” La fotografía también sirve para distinguir la sonrisa natural de los humanos de la de los políticos. De cualquier forma este hombre también se equivocó: fue a por salmón y se encontró con que la ternera lechal está a 21 euros el kilo. Le sale más barato ir a Noruega a pescarlo directamente que hacer un asadero en su chalet, sobre todo porque el viaje a Noruega se lo pagan los mercados por su imprescindible labor. Dando y dando.


Se lo habíamos advertido: aquella sonrisa no era normal. Aquí vemos al político de la carnicería poseído por el espíritu del poder. Imagínense a ese hombre embistiendo de frente hacia uno, mirándote a los ojos, señalándote con los dedos índices de las dos manos y con un cartelito que anuncia que está centrado en ti. Uf, seremos antitaurinos pero se agradece que algún alma de dios le haya clavado una banderilla para amansarlo. Y que nadie nos acuse de bárbaros, este hombre -como los toros o el primer salmón de la temporada- suele quedar indultado.


Volvamos a los mercados. Algún día algún especialista en antropología descubrirá la clave de por qué a la fauna política le da por ir a hacer campaña a esos espacios. A sacarse una foto comprando un kilo de berenjenas el político lo denomina “acercarse al ciudadano”; a preguntar por el precio del pescado le llama “palpar la realidad”. El resto del tiempo, eso sí, los mercados que les interesan son otros, esos que les mantienen ociosos mientras nosotros pagamos sus berenjenas, sus pescados, sus prebendas. Pero lo singular de esta fotografía es el encuentro. Son candidatos de distintos partidos que se han encontrado en el mercadillo de Guía (no hay mercados para tanto candidato). Podría extrañarnos tanta cordialidad entre adversarios o que la hipocresía se ha apoderado de ellos. Pues no. Todos hemos conocido esa sensación de encontrarnos con un paisano en un territorio extraño. De repente nos sentimos protegidos y cariñosos aunque uno sea de Telde y el otro de Tacoronte. Pues a esta gente le pasa lo mismo: qué felicidad encontrarse con los de su  casta entre tanto pueblo y olor a queso de flor.


En esta instantánea tipo verano azul la candidata encabeza el pelotón ciclista en la meta volante de la avenida marítima. Que la llegada está amañada es evidente: la pata del trípode en el ángulo inferior izquierdo presupone que la jefa de filas sabía que iba a ganar. Duro trabajo el del periodismo que obliga a cubrir, un domingo por la mañana, una noticia como esta. A esa hora, ese día, en esa ciudad, cientos de historias merecerían su cobertura periodística pero su empresa recibe dinero del equipo ciclista, para que luego digan que el deporte y las campañas electorales son limpios. La ciudadanía, representada por esos dos señores a los que adelantan y echan del carril, es invisible. Y sin embargo, sin ellos, la jefa de filas no existiría. Con todo, se nos plantea una duda: ¿a dónde va tan temprano la candidata alternativa?


Pues sí, las cabras estaban sin ordeñar y hasta allí fueron también, cómo no, los intrépidos reporteros. La candidata se bajó de la bici, se arremangó y mientras el cabrero se concentraba en la labor ella miraba a la cámara. Qué extraña forma de pedir el voto: el cabrero exprime las mamas y la candidata recoge la leche. Una de dos, o las técnicas de propaganda subliminal son extremadamente sutiles o al equipo de campaña se le fue el baifo. Si esta foto genera algún voto es que la conciencia es incompatible con la democracia. O que la democracia nos ha terminado por domesticar y nos han vuelto dóciles y sorimbas, como cabras.


Esta es la isa canaria,
divertida y chanchullera,
y yo...¿tendré que aguantarla
 hasta el día en que me muera?

Este es un baño de canariedad según marcan los cánones. Ustedes no lo saben pero este acto se celebra en el terrero de Puerto Cabras, una ciudad a la que el franquismo le robó el nombre y sus continuadores no se lo han devuelto. Al fondo asoma, en la penumbra, la bandera con las siete estrellas verdes, otro robo que ha quedado impune. Hubo en tiempo, cuentan las crónicas, en que los bailarines transitaban las veredas que siempre giraban a la izquierda. Después se subieron al poder, reflexionaron, maduraron y se moderaron. Es la historia de la evolución natural de esta subespecie política: nacen utópicos, crecen de la mano de la economía, se pegan como lapas al sillón y bailan cada cuatro años una isa. Lo peor de todo es que también se reproducen. En los criaderos que el poder ha diseñado y a los que han terminado por llamarlos instituciones.


Esta es otra novedosa estrategia electoral, una pegada de carteles en el local del partido. Ya me dirán qué poca confianza en sí mismos cuando tienen que convencer con carteles a su propia militancia. El candidato ya se ha pegado dándose un baño de cola. Debe ser una sensación extraordinaria, cercana al desdoble de personalidad. No digamos de la candidata que tira directamente de los pelos de su otro yo y encima se distorsiona. El ser político no deja de asombrarnos, es capaz de transmutarse en una idea, en un eslogan, en un cartel. Pero, al contrario de lo que le suceden a las etnias que creen que las fotografías les sustraen su espíritu, estos creen que cuanto más mutan y se reproducen mayor será su esperanza de buena vida. Pero no todo está perdido: al candidato le queda una reminiscencia ideológica con la que ni siquiera tanto alter ego repartido por esos muros han podido: es zurdo.


He aquí unos políticos aplaudiéndose a sí mismos. Se infunden ánimos ante la batalla electoral. Una batalla tan dura que su partido se ha tenido que aliar con otro que se dirige desde un centro penitenciario. Los pactos electorales los carga el diablo y los dispara la corrupción. Además el candidato cuenta con un arma secreta: un tren. El negocio del tren en Gran Canaria -propinas aparte- nos costará 1400 millones de euros. Eso puede explicar el tremendo dispendio electoral de un partido sin representación parlamentaria. Son ecológicos y, a lo mejor, parte del presupuesto del trenecito se está reciclando en propaganda electoral. La composición fotográfica no puede ser más explícita: al fondo un cartel vetusto da paso a la nueva Canarias. Una nueva Canarias que mantendrás, lo dice el cartel, con tu sueldo.


Quizás esta propaganda sea la más explícita de cómo se puede perder el tino y dirigir un Archipiélago. Lo mismo es una condición indispensable para presidir el Archipiélago. Ya se habían apropiado de los bailes de magos, habían reinventado las romerías, montaron una televisión que solo emite NODOS del régimen y hasta crearon a Pepe Benavente y nos lo meten por vena. Y ahora van y se hacen de la Unión Deportiva porque, claro, lo primero es lo nuestro. En lo nuestro no se incluyen, claro está, las más de doscientas ochenta mil personas que sobreviven al paro; tampoco las miles que esperan por una intervención quirúrgica, ni las familias que han quedado sin posibilidad de atender a sus familiares dependientes, ni los cientos de criaturas que este curso no han tenido profe. Lo nuestro es agujerear Tindaya, acabar con la costa de Granadilla, exonerar del pago de impuestos a los empresarios que financian nuestras campañas. Dice la propaganda que Zapatero y Rajoy no son de la Unión Deportiva. En su favor tenemos que explicar que Rajoy ha declarado que su futbolista favorito es Valerón (para algunos, lo único sensato que ha dicho este hombre) y a Zapatero le encanta Pedrito. Lo curioso es que los nuevos forofos nacionalistas de la Unión Deportiva llevan año pactando con los Rajoys y los Zapateros y tiempo han tenido para explicarles las virtudes de nuestro fútbol. Y uno, asiduo de la grada curva cuando Germán levantaba la cabeza y hacía pases imposibles, está por plantearse la ruptura con el equipillo. Bastante tengo con ser también simpatizante del Atlético que sobrevivió al doctor Cabeza y a Jesús Gil como para que ahora, en un subidón de canariedad electoral, Paulino termine por aparcar el helicóptero en el área chica del Gran Canaria para meternos un gol en propia puerta.