(Napoleón, el dictador de Rebelión en la Granja)
Algunos periodistas que
bucean en el mar de las coletillas afirman que Domingo González
Arroyo, el Marqués, es un animal político. Ese animal, cuyo
último bufido ha sido el de amenazar de muerte a un concejal, ha
sido alimentado por muchos durante mucho tiempo. Gente que se vendía
por un camión de picón, por un permiso verbal, por un puestito para
el cuñado. Gente orgullosa de que el ejemplar la abrazara por la
calle, de que el cacique la recibiera en su despacho entre planes
urbanísticos ilegales. Gente que te explicaba que de elegir entre
ladrones siempre era preferible quedarse con uno que repartía parte
del botín.
El político animal fue
engordado por la ignorancia, el conformismo y la colaboración de una
parte de esa ilusión llamada pueblo. Otra parte sufría sus excesos,
la persecución, el acoso, la proscripción. Como Napoleón, el cerdo
dictador de Rebelión en la granja, convirtió su municipio en su
cortijo, con su propio código jurídico y social cuyo primer
artículo establecía que todas las personas eran iguales, pero las
que votaban al macho de las dunas eran mucho más iguales.
La criatura aguantó
veinticuatro años en el poder. En 2003 dejó de ser alcalde y
sonaron los voladores en La Oliva. Pero los nuevos gobernantes, tras
tantos años denunciando públicamente los desmanes del Marqués,
fueron incapaces de llevarlo a los tribunales, no encargaron ninguna
auditoría para demostrar el uso ilícito del dinero público y
continuaron dándole forma legal a tantos planes urbanísticos y a
tantos chanchullos heredados. Partidos políticos como el PSOE o CC,
con unas agigantadas estructuras administrativas, con enormes
recursos monetarios y con amplios y variados asesores jurídicos,
miraron para otro lado. Solo los colectivos ecologistas y personas
independientes provenientes del ámbito asociativo municipal se
mantuvieron, desde el principio, en el empeño de que esa subespecie
dañina desapareciera de la escena política. A muchas de esas
personas el enfrentamiento con el Marqués les ha significado
tener menos salud, menos dinero y más enemigos.
Mientras el PSOE y CC le
tendían la mano al animal político en el Cabildo a cambio de
silencio, ofreciédole prebendas como la de participar en el Consejo
de Administración de ese parque de ocio empresarial llamado Parque
Tecnológico, dos personas -Domingo Martínez Berriel y Redvers
Brown, en representación del colectivo ecologista Agonane-
consiguieron, gracias a su denuncia ante la fiscalía, que el Marqués
fuese condenado a nueve años de inhabilitación para cargo público.
Pero ahí sigue, sentado
en su sillón de mando y arropado por sus silenciosos vasallos y por
el PP, CC y Nueva Canarias, desviando el dinero para la asistencia
social hacia las fiestas. Y ahí sigue, bramando exabruptos y
amenazando con el cementerio a quien le ose replicar. Y ahí sigue
porque, todos los que le han reído sus estúpidas gracias, los que
manifiestan que esas son las cosas del Marqués, los enemigos de paja
que le han tendido la mano, lo han cebado hasta convertirlo en el político animal que es.