Entierro de Marianito.
Investigando la
sorprendente trayectoria humana y política de Antonio Espinosa
Rodríguez, Antoñito el Dulcero, (cuya biografía esperamos
publicar en los próximos meses), nos encontramos con un desconocido
y luctuoso suceso que tuvo como protagonista a otro majorero: Mariano
Cabrera López, Marianito. Esta es su resumida historia.
Antoñito, que había
emigrado hacia Tenerife desde La Oliva en 1924 con deiciséis años,
fue un activo militante anarquista, ideología mayoritaria en el
Santa Cruz de entonces. Participó activamente en todas las huelgas,
mítines y actos que acontecieron en la capital tinerfeña durante la segunda República; fundador de las Juventudes Libertarias, fue detenido y
encarcelado en numerosas ocasiones; conoció a Durruti y sufrió el
destierro, la represión y la cárcel tras el golpe de estado de
julio de 1936. Murió, humilde y anarquista, en su Fuerteventura
natal donde se había convertido en un conocido personaje por la
calidad de sus dulces, por ser un amante del folclore majorero (era
de los pocos que aún conservaba la costumbre de tocar las lapas en
las parrandas), por ser un enamorado y defensor de la lucha canaria y
por ser imbatible en el juego de las damas.
En una entrevista
realizada en 1992, Antoñito recuerda el siguiente acontecimiento: Me
acuerdo también de otra huelga que hubo, con un muerto, precisamente
de Fuerteventura, un luchador llamado Marianito Cabrera, de
Tiscamanita, sindicalista muy conocido allí y buena persona. Iba por
la calle San Martín, para la casa cantando y un guardia municipal
llamado Abreu, una mala persona, se metió con él. Marianito, que
iba bebido, le contestó y el guardia municipal lo mató. Al día
siguiente hubo una huelga general, ¡pero de todo!, ¡se paralizó
todo1!
Marianito había sido un
excelente luchador de lucha canaria y en el momento de su
asesinato trabajaba como empleado en las labores de carga y descarga
en el puerto de Santa Cruz siendo miembro de la Federación Obrera. Su
caso sirve para explicar el clima de tensión que se vivía en
aquellos momentos. También sirve para explicar cómo la solidaridad
entre las clases populares estaba arraigada y cómo actuaban los
poderes políticos, policiales y judiciales.
Era un hombre conocido ya
que practicaba el más popular de los deportes de la época. La luchada solía ser uno de los actos principales de cualquier fiesta
que se preciase y, todavía en aquella época, los equipos solían
representar a bandos, comarcas, pueblos, ciudades o islas. Pero
también significaban lugares de encuentros populares, ajenos al
control del poder, en donde los asistentes podían compartir, hablar
y maldecir sin la necesidad de esconderse. Eran actos lúdicos en
espacios liberados de la presencia de jefes, patronos y policías (su
presencia solía ser testimonial) en donde tanto los practicantes
como el público compartían la misma extracción social, las mismas
penas y las mismas alegrías. Y los buenos luchadores, amén de
obtener una fuente de ingresos complementaria, eran reconocidos
popularmente. Para obtener ese reconocimiento debían ofrecer espectáculo
dentro de las ya consabidas reglas ancestrales de ese juego
convertido en deporte. Fue el caso de Marianito.
Ya con dieciocho años
era un consumado y reconocido luchador que era llamado a participar
en todas las luchadas -en la mayoría representando al bando o
partido de Santa Cruz- por muchos pueblos y ciudades de Tenerife. En
otros casos formaba parte de la selección insular en sus históricos
enfrentamientos contra Gran Canaria o, incluso, participando en
bandos que dividían la ciudad en dos, como la luchada organizada por
la asociación libertaria Luz y Vida en julio de 1924 y en la
que capitaneó el bando norte frente al que representaba a los
barrios del sur capitaneado por José Martín, Sopo.
Algunas veces se
realizaban también luchadas que enfrentaban a tinerfeños y a
majoreros residentes en la isla. De una de ellas obtenemos esta
crónica sobre Marianito y sus mañas: Mariano Cabrera nos hace
olvidar las peripecias de la lucha anterior haciendo derroche de su
arte (la anterior brega, entre
Leonardo el Zurdo y
Luciano Piel Roja,
acabó en separada). A tres adversarios hizo sucumbir,
entre ellos al maestro José López y todos fueron derribados con la
suprema habilidad e insuperable destreza que caracterizan a este gran
luchador, de ataques fulminantes y sorprendentes...¡Bravo por
Marianito! Eso es tener sangre y genio de luchador. (El respetable
público aplaude calurosamente al pequeño héroe y caen algunas
pesetas, no tantas como merecía el campeón)2.
A pesar de no ser muy
corpulento, Marianito despertaba el asombro y la consideración de
los amantes a las buenas luchadas. En otra crónica se realiza la
siguiente semblanza: Algunos luchadores llegaron a ser verdaderos
ídolos para los aficionados; a muchos nos agradaba ver en el terrero
por la limpieza de su juego, por el nervio o animosidad en las
defensas; pocos lograron inspirar la sensación de dominio que
conquistaron Guerra Brito, Mariano Cabrera y Rafael Déniz. No
obstante, consideramos que fue Mariano Cabrera el luchador de la
emoción. Algo así como los que los críticos del toreo nos dicen de
Belmonte, este Marianito se nos presentaba siempre desgarbado y
apático; pero agarraba y desaparecía el Mariano Cabrera, con su
aire de poca cosa, para convertirse en Marianito, el maestro de las
luchas más gallardas, limpias y dominantes3.
Las últimas luchadas en
las que participó Marianito -de las que hemos encontrado
referencias- datan de 1927. Cinco años más tarde se ve envuelto en
un extraño suceso, cuando de madrugada es sorprendido en una chalana
acompañado de otro hombre, en plena bahía del puerto de Santa Cruz.
Al ser llamados a detenerse por dos soldados -ya que efectuaban
movimientos de desconfianza- emprendieron la huida, por mar y por
tierra, razón que bastó para que les disparasen aunque sin que
resultasen heridos. Después de una larga persecución fue detenido
sin que sepamos el objeto de su navegación nocturna.
Peor suerte tendría la
noche del 11 de noviembre cuando resultó muerto de un disparo por la
espalda efectuado por el guardia municipal Vicente Pérez Soto, al
que Antoñito confunde en su relato con un tal Abreu. La versión
policial explica que esa noche cuatro policías municipales vestidos
de paisano efectuaban labores de vigilancia en la calle San Martín
cuando advirtieron que dos hombres -Marianito y Ramón Expósito- se
dedicaban a pegar pasquines en las paredes de carácter comunista y
como tenían órdenes de su jefe de prohibir tales hechos los
requirieron dándoles el alto. Los obreros se habrían resistido,
con agresiones e insultos, sacando una navaja. Se efectuaron disparos
al aire y el guardia Pérez Soto habría disparado en su huida a
Marianito, perdiéndolo de vista. Detenido Ramón Expósito lo
llevaron a la Casa de Socorro para que se curara de las heridas
encontrándose con que Marianito ya estaba allí herido. A los dos
días fallecería.
La versión del
acompañante de Marianito es diferente. Según éste, él y Marianito
se encontraban en una esquina despidiéndose e incluso invitó a
Marianito a tomarse una copa, a lo que se negó alegando que hoy
tenía que trabajar en el muelle. En ese momento aparecieron tres
individuos vestidos de paisano, a los que no conocían, que los
obligaron a levantar las manos y comenzaron a registrarlos. Como
pensaban que eran ladrones tanto Marianito como él se resistieron,
momento en que los policías, que no se habrían identificado,
sacaron las pistolas efectuando varios disparos, uno por la espalda a
Marianito a muy corta distancia. A él lo esposaron y apalearon y
Marianito, atemorizado y herido, logró huir.
El parte médico
especificaba que la herida mortal de Marianito le había afectado la
pleura y el pulmón derecho causándole una hemorragia interna. Al
día siguiente fueron cesados por el alcalde el jefe de la Guardia
Municipal y los cuatro agentes involucrados4.
Conocidos los hechos, al
día siguiente se produce un cese en la actividad laboral que tiene
carácter espontáneo, como espontánea fue la concentración de más
de mil personas frente al Gobierno Civil de la que sale una comisión
que se reúne con el gobernador para hacerle llegar su protesta. Para
el día 14, cuando se conoce el fallecimiento de Marianito, se
decreta una huelga general convocada por la Federación Obrera que
paraliza totalmente la ciudad. Durante el paro acaeció otra muerte:
un comerciante viajaba en su coche conducido por su chófer, el joven
de 19 años Celestino Ramos, quienes, según la versión del
empresario, desconocían la orden de paro total. Al transitar por La
Cuesta, rumbo a La Laguna, el coche fue apedreado por varios obreros.
Una de las piedras golpeó la cabeza del joven chófer que falleció.
A las tres de la tarde se
procede al entierro de Marianito. La manifestación popular de
apoyo desbordó todas las previsiones y más de cinco mil personas
acompañaron al cortejo fúnebre. El féretro, con la bandera del
Gremio de Carga y Descarga, fue llevado a hombros por sus compañeros.
Un mes después la Plaza de Toros de la capital acogerá una
luchada benéfica para recaudar fondos para los familiares de
Marianito y Celestino Ramos.
Este episodio tendrá su
desenlace casi un año después. En octubre de 1934 tendrá lugar el
juicio contra el guardia municipal que asesinó a Marianito.
En el juicio se mantuvieron las dos versiones antes explicadas y el
fiscal pidió que se declarara culpable al reo por un delito de
homicidio. El guardia Vicente Pérez Soto fue declarado inocente. La
sentencia no sorprende tanto por su veredicto -algo a lo que estaban
acostumbrados los obreros- como por los motivos de su absolución. La
defensa había llamado a declarar a dos médicos que afirmaron que
Marianito no había fallecido por el disparo sino por una peritonitis
que le sobrevino por tener la víctima un hígado muy voluminoso y
enfermo5.
Caso cerrado.
1El
Surrón, nº5, junio – julio 1992.
2La
Prensa, 17 de septiembre de 1917
3La
Gaceta de Tenerife, 17 de agosto de 1922.
4Las
citas y las versiones están basadas en lo relatado en La Gaceta
de Tenerife del 12 de noviembre de 1933.
5La
Prensa, 21 de octubre de 1934.