Viejo acueducto en São Miguel
El
capitalismo basa su expansión en la búsqueda de beneficios, en la
propiedad privada y en la explotación humana. El resultado es la
desigualdad. Poca gente que acumula mucho dinero y muchas
propiedades, y mucha gente que vive con lo puesto (a veces ni eso) y
que genera con su trabajo los enormes beneficios y privilegios de las
élites. Eso es así en Azores o en Canarias. Pero el capitalismo,
con independencia de su esquema general para reproducirse, genera
diferencias territoriales. Tenemos los peores registros
socioeconómicos de todo el Estado español. Estamos a la cabeza de
las estadísticas negativas en sanidad, en educación, en
prestaciones sociales, en salarios. El resultado es que en el año
2017 el 42% de la población Canarias (alrededor de 900 mil personas
de un total de dos millones cien mil) viven en riesgo de pobreza y de
exclusión social. Son 16 puntos porcentuales por encima de la media
del Estado. Cuatro mil personas en Canarias acumulan el 80% de la
riqueza que produce este archipiélago.
En
el caso de Azores las estadísticas socioeconómicas comparadas con
las del Portugal continental también devienen en peores registros,
pero nunca tan alarmantes como los que tenemos en Canarias. Su tasa
de riesgo de pobreza es del 17%. De ahí que el 12% de la población
de más de 15 años reciba la Renta Social de Insersión (RSI). En el
desastroso caso canario la prestación homónima (la Prestación
Canaria de Inserción) sólo llega a 25 mil personas. Y algunas de
esas personas mueren esperando por la prestación.
Este
último ejemplo quizás sirva para explicar algunas de las
diferencias territoriales del capitalismo. La democracia
representativa es la forma política más extendida que han adoptado
los Estados para gestionar el capitalismo. Pero bien sea por
conciencia, bien sea por la capacidad de presión de la ciudadanía,
o por haberse dotado de mecanismos de control de las instituciones,
algunos territorios han conseguido un modelo democrático que
redistribuye mejor su riqueza.
El
caso canario es lo más cercano a una patología que pudiéramos
denominar como degeneración democrática. Posiblemente no sean los
especialistas en sociología, en economía o historia los que puedan
dar explicaciones. Quizás deberíamos recurrir a la psiquiatría.
Estar gobernados por tanta mediocridad plegada a los intereses
empresariales produce efectos catastróficos sobre los sectores
sociales más desfavorecidos. ¿Qué podemos esperar de un Gobierno
que ofrece a las empresas foráneas invertir en nuestra tierra porque
nuestros salarios son los más bajos del Estado?
(Al respecto, pueden consultar este artículo)
Pero,
a pesar de su manifiesta incapacidad, no son tontos, por lo menos no
del todo. Han logrado algunos inventos genuinos.
En
cualquier archipiélago la referencia territorial de sus habitantes
es la isla y no el conjunto de islas. También en Azores, donde los
habitantes de cada isla se sienten sobre todo orgullosos y defensores
de su terruño por pequeño que sea. Pero cuentan con una ventaja
administrativa: no hay provincias. La división provincial en
Canarias solo corresponde a las tensiones históricas entre las
burguesías de las islas centrales, especialmente las de sus
capitales. Azores, pues, se libra de esta anomalía sin sentido que
lo único que ha servido en Canarias es para fomentar la ya compleja
división territorial y los insularismos más exacerbados. El absurdo
llega al paroxismo cuando disponemos de doble capitalidad,
manteniendo con nuestro dinero sus edificios duplicados y su doble
personal de confianza.
En
el primero de nuestros artículos sobre Azores mencionamos la doble
insularidad como mecanismo para la colonización de las especies.
Pero la doble insularidad, tal y como se concibe en Canarias, no
existe en Azores. En Canarias ha servido para justificar la
diferencia de los precios, sobre todo en lo que se denomina la cesta
de la compra. La Gomera y el Hierro encabezan la diferencia de
precios con respecto a las islas centrales, pero Lanzarote y
Fuerteventura también soportan unos precios abusivos en la mayoría
de los productos, muchos de ellos de primera necesidad, cobijados en
la entelequia de la doble insularidad. Eso implica que el coste de la
vida es mayor en términos globales en las islas periféricas que en
las capitalinas. La justificación oficial para este desequilibrio es
el coste del transporte. Tal tesis no pasa una mínima prueba
empírica porque, de ser verdadera, sería imposible que en La Gomera
los precios fuesen más elevados que en La Palma. Pero supongamos
que la versión oficial sea cierta. Entonces, ¿para qué han servido
todos las herramientas incorporadas en el Régimen Económico y
Fiscal de Canarias?, ¿no han sido capaces de incorporar ningún
mecanismo compensatorio para que el coste de la vida sea similar en
todas las islas?, ¿para qué ha servido la Ley Electoral Canaria
cuyos defensores la consideran intocable porque garantiza la igualdad
entre las poblaciones insulares? Parece evidente que en Canarias el
empresariado y/o intermediarios de determinados sectores se están
haciendo de oro gracias a este fraude.
Santa Cruz. Capital de Graciosa.
En
Azores los productos básicos alimentarios – y por lo tanto también
los precios en bares y restaurantes- no conocen diferencias
apreciables dependiendo de la isla. Los precios en los restaurantes
varían en función de su calidad no en relación con la isla en la
que están. Eso se debe principalmente a la escasa dependencia
exterior del archipiélago en productos básicos alimentarios. Pero,
aunque desconocemos los datos, es más que probable que se haya
articulado algún sistema interno que impida que el coste de la vida
tenga diferencias significativas entre las islas. Un ejemplo de esas
medidas compensatorias es el precio de los combustibles. Al contrario
de lo que sucede en el Portugal continental, en Azores los precios en
las gasolineras son los mismos en cualquier isla y sea cual sea la
marca de la estación proveedora. En Canarias, algunas islas, como La
Gomera o El Hierro, tienen los combustibles un 20% más caros que en
las islas centrales, pero cualquier isla periférica tiene precios
más elevados que Gran Canaria o Tenerife.
La
cuestión energética es un asunto fundamental cuando se trata de un
territorio insular. La utilización de energías renovables, amén de
reducir la contaminación, implica bajar el nivel de dependencia del
exterior. En Azores se han tomado muy en serio la producción y
distribución de energías renovables. Otra vez salimos mal parados.
En 2018 en el archipiélago portugués el 38% de la energía está
producida por fuentes renovables; en Canarias solo el 8%. La
implantación de las energías renovables en Azores es desigual
territorialmente. En Corvo y Graciosa, las islas más pequeñas, el
total de producción energética es de gasóleo o fuel, pero en
Graciosa ya hay un proyecto iniciado de producción eólica y solar
(y de almacenamiento) que hará que en poco tiempo la isla solo
produzca y consuma energía eléctrica proveniente de fuentes
limpias. En cambio, en San Miguel, donde vive más de la mitad de la
población del archipiélago, la producción de energías limpias ya
cubre el 45%.
Antigua central hidroeléctrica en São Miguel.
Agua hirviendo en furnas de São Miguel.
Furnas en el monte de Terceira.
La
investigación y la utilización de los recursos naturales como
fuentes energéticas va en crecimiento en Azores. La utilización de
la energía de origen geotérmico se ha mostrado eficiente para el
archipiélago. San Miguel cuenta con dos centrales productoras de
esta energía que suministran el 38% de la electricidad de la isla.
En Terceira se inauguró en 2017 una nueva central que ya abastece el
5% de la energía eléctrica de la isla. Todas estas centrales y la
mayoría de la producción de la energía eléctrica de Azores
(renovable o no) están gestionadas por la empresa Electricidade dos
Açores (EDA), una empresa mixta donde la mayoría de las acciones
-el 50'1%- es propiedad del Gobierno Autónomo. Mientras tanto, aquí
están intentando meternos el gas (con su enorme gasto en
infraestructuras y su inequívoca dependencia del exterior) como
energía de transición. Otra ocurrencia de la política autóctona.
El calor de la tierra también es utilizado como recurso gastronómico
y turístico. En la foto hornos para la elaboración del cocido en São Miguel.
De
cualquier forma, la percepción que la población tiene de la clase
política no difiere mucho entre ambos archipiélagos. La política
profesional se ha convertido en un elemento parasitario de los fondos
públicos más que en un factor de cohesión social que mejore la
vida de las personas que representan. Es poco significativo pero
exponemos dos anécdotas. En un taxi en la isla de Faial la
conversación deriva hacia la tranquilidad que se respira en la isla
y su escasa tasa de delincuencia; el taxista en un momento dado se
rectifica a sí mismo y aclara que la delincuencia sí existe, pero
que está circunscrita a un elemento: la mafia política.
En
San Miguel, en un invernadero de piñas tropicales (un exquisito
producto de cultivo ecológico que se ha extendido en las últimas
décadas) la conversación con la familia de agricultores también
deriva hacia la corrupción política. Ese alarde grotesco de los
políticos profesionales por dejar su huella es internacional y en
cualquier edificio público suele instalarse, el día de su
inauguración, una placa donde consta quién fue el alcalde, el
presidente o el ministro que, con el dinero de todas las personas,
dejó claro para la posteridad que ese colegio, o ese centro de
salud, lo hizo él. La familia de agricultores nos cuenta que
difícilmente en Canarias podríamos superar el listón que dejó un
personaje que, en la inauguración de una instalación pública, hizo
colocar una placa donde constaba que él era el cargo que había
logrado hacer el edificio. Cuando alguien le hizo saber que él no
tenía ese cargo no dudó en responder que ya lo sabía pero que en
poco tiempo lo tendría, así que iba adelantando tiempo. Y sí, al
siguiente año obtuvo el cargo en cuestión.
Una placa del pueblo para el pueblo.
Una placa de los políticos para los políticos.
Si
el desencanto o el desacuerdo con la clase política se puede medir
con el nivel de participación en las elecciones, se podría deducir
que las poblaciones de ambos archipiélagos parecen no estar muy
satisfechas. En las elecciones autonómicas de 2015 la abstención en
Canarias fue del 39%, la más alta del Estado, solo superada por
Baleares; en las regionales de Azores de 2016 la abstención fue del
¡59 %! Dado el evidente descrédito de la política profesional
podríamos concluir que en este aspecto también Azores nos gana.
A
pesar de la política institucional, a pesar del aislamiento, de los
terremotos y de la insularidad, el pueblo azoriano ha construido una
sociedad económicamente más autosuficiente, menos desigual, más
cuidadosa con sus entornos urbanos y naturales e infinitamente menos
caótica que estas islas tan complejas donde le damos la espalda, al
mismo tiempo, a nuestro pasado y a nuestro futuro.