Durante una pasada campaña electoral una pintada batió el récord de lo efímero. Duró dos días. La pudimos leer en un muro abandonado de la Avenida de Los Príncipes, enfrente del desaparecido cine Fraga, en la frontera donde el Santa Cruz del postín le cede el puesto a la realidad de los barrios. La pintada fue borrada con pintura impermeabilizante que impidiera la translucidez de su reivindicación. Se llegó a barajar la posibilidad de derrumbar el muro pero dos capas de Titán (especial fachadas) obraron el efecto. La frase insumisa era digna del mayo francés que no tuvimos. Era utópica y comunista, libertina y contestataria; atacaba, por narices, al poder, por eso duró dos días. La mano anónima había escrito: ¡Zerolo, la COCA es de todos! (1)
Más tarde resultó que aquella peligrosa medusa metálica, cebo y trampa para las mascaritas, tenía nombre y hombre. Se llamaba el Sueño de los continentes y su autor era un tal Martín Chirino, Premio Canarias y Premio Nacional de Bellas Artes. Por cierto, la medusa no era una medusa sino una de sus esculturas más emblemáticas. Trascendida la polémica a los medios, Zerolo, agobiado por los problemas internos que la COCA le producen, dio su explicación: “Entre evitar que algún ciudadano sufra un accidente o cortar la escultura, les puedo asegurar que yo como alcalde tengo muy clara la decisión.”
Todos tenemos alguna amistad sumamente despistada. Yo tengo una. Mi amiga se suele abstraer en su mundo y suele pasear los domingos por la avenida de Anaga y se recorre de punta a punta -y sin mascarilla- el litoral. Con la habilidad de la costumbre camina sorteando obstáculos mientras lee el periódico. Hace dos días me llamó nerviosa. La recogí herida, la trasladé a urgencias y el asunto, tras largas horas de espera, acabó con siete puntos de sutura, un gran hematoma y un pánico atroz a volver a pasear. Leía, absorta y asombrada, la decisión del Parlamento de Canarias de proponer a Blas Cabrera Felipe como homenajeado en el Día de las Letras canarias. Mi amiga no daba crédito: proponían darle un premio de letras a un físico, eminente y canario, pero físico. Y, justo en ese preciso momento, mi amiga choca contra un mastodonte, vigoroso, sinuoso como su medusa, duro como el hormigón y caro como el padre que lo creó. Sí, mi amiga chocó de frente y con la frente contra el Auditorio de Santa Cruz, ese que Calatrava nos regaló al módico precio de doce mil millones de pesetas para mayor gloria de la burguesía que Zerolo representa. Y mi amiga, vista su preocupación por evitar accidentes entre la ciudadanía, le insta a que acuda con celeridad al lugar de los hechos, que llame a su jefe de obras y que, con el aplomo que le caracteriza, trace la raya que cercene el Auditorio, vamos que le diga a su empleado que lo corte más o menos por aquí.
Y que, visto el interés por la cultura de la clase política canaria -esa que no respeta el arte popular de las pintadas ni las obras de los insignes- le sugiere, con el máximo de los respetos, que ni se le ocurra traer en exposición itinerante el Guernica, que es un cuadro muy grande, una pasada de grande y lo mismo lo contempla el Alcalde en una amanecida y lo corta, en cachitos transversales, para evitar que la mujer que llora con el niño muerto en brazos, el caballo asustado y el combatiente descabezado nos provoquen alguna profunda impresión.
(1) Aclaremos que COCA, además de diminutivo de cocaína, son las siglas de Coalición Canaria, el partido del que Zerolo es uno de sus máximos exponentes. Desconocemos, como es obvio, el sentido que le quiso dar a la palabrita quien fuese su autor. Pero, por si las moscas, nosotros nos referimos en este artículo a su connotación política.