sábado, 22 de octubre de 2011

Como vivir en nuestro desierto

(Pinchar sobre la imagen para ampliarla)

Podrían ser árboles fosilizados de cuando Herbania hacía honor a su nombre, restos de un bosque petrificado, vestigios gigantescos de savia derretidos por el sol. Estos árboles de tierra han visto pasar la historia de una isla. Toda su historia, no sólo la nuestra, tan mediatizada por la subjetividad. La historia geológica no tiene héroes, ni batallas, ni inventos, ni golpes de Estado, ni banderas. Pura orgía energética organizada (o desorganizada) por tan solo cuatro elementos: tierra, fuego, aire y agua.

Estos árboles nacieron hace milenios. Están dulcemente posados sobre la ladera de un barranco majorero, agarrados a su destino. Sus raíces enormes los mantienen vivos, buscando el agua que no hay para hacer brotar las hojas que no tienen. Este fantástico bosque existe, precisamente, porque no existen los de verdad. Si existiesen, los elementos se habrían dedicado a otros menesteres porque el agua y el viento no habrían podido arañar la tierra protegida. Bueno, también existe porque el estallido inmobiliario llegó antes de que les injertaran adosados a sus troncos.

El bosque fantástico clama al cielo, resiste los intentos de tala, junta a sus árboles y de vez en cuando pare nuevas ramas. Llevaba siglos viviendo en la clandestinidad hasta que el Google Earth lo descubrió escondido, jareándose mirando al sur. Aunque parezca agónico los latidos de la madre tierra confirman que vive. Mantiene sus constantes vitales, a pesar de los empeños para desconectarlo para siempre.

viernes, 7 de octubre de 2011

Una tierra única en cinco capítulos


I
Lo cuenta José Rial Vázquez, periodista y miembro del PSOE cuando el golpe de Estado de 1936 aniquiló la democracia. Detenido en Santa Cruz de Tenerife, fue encerrado en el Santa Rosa de Lima, uno de los barcos que en la bahía de aquella ciudad funcionaron como prisión flotante. Aquellos barcos conformaban unas islitas siniestras a las que se les denominó Archipiélago Fantasma. Junto a aquel buque fondeaban, compartiendo su macabro fin, el Gomera, el Adeje y el Santa Elena. Repletos de hombres acusados de ser leales a la República, los días transcurrían con la magua y el susto metidos en los cuerpos. Para mantenerse entretenidos decidieron editar algunos periódicos: el Ratonerías, el Katipunan, el Rataplán y alguno más. Los escritos pasaban a duras penas la censura y otra veces circulaban de manera clandestina. Al poco se desató la polémica, un reflejo satírico de lo que sucedía, no se sabe desde cuándo, en el Archipiélago real: cada una de aquellas islas navales reclamó para sí, a través de su prensa, la capitalidad del Archipiélago Fantasma.

II
Un proyecto de promoción turística fue patrocinado por Cabildos y otros palacios del poder. Centrado en el paisaje volcánico, pronto empezaron los problemas: había que elegir un volcán representativo de estas islas. Para no herir susceptibilidades se eligió un volcán submarino que, dicen, emite lavas ocasionales entre Tenerife y Gran Canaria. Gracias al volcán intermedio se superó la crisis, se diseñó un DVD promocional y se mostró, antes de su difusión, a las instituciones que habían puesto las perras. Todo fue bien hasta que el político de Gran Canaria encargado de bendecir la operación puso el grito en el cielo. El video hacía un recorrido sobre los espacios emblemáticos de Canarias donde las lavas y la erosión habían modelado el territorio. Cuando la cámara pasó por el Bentayga detrás apareció, cosas de la geografía, el majestuoso Teide. "Ese Teide -ordenó el político bastante contrariado- me lo quita de ahí". En el video definitivo una nube artificial tapa, por orden gubernativa, la belleza de allá enfrente.

III
Durante años el padre de una amiga sufrió alzheimer antes de fallecer. En sus últimos meses ya no reconocía a su esposa, ni al resto de su familia, ni los lugares que lo rodearon toda la vida; en él habitaba el olvido permanente. Pasaba el tiempo entretenido viendo la televisión abrigado en su silencio. En esos momentos solo una cosa le sacaba de su desmemoria: si la tele emitía alguna noticia de la isla de enfrente el hombre se envenenaba y lanzaba maldiciones y reproches: "esos granujas lo quieren todo para ellos." Qué machaque tuvo que haber sufrido aquel cerebro para que su último resquicio de memoria no se agarrara a sus amores sino al pleito entre islas de un mismo archipiélago.
IV
Antes de este último verano casi doscientas personas de distintos ámbitos científicos redactaron y firmaron un documento en favor de la protección de una montañita insumisa que responde por el nombre de Tindaya. Una parte importante de aquellos firmantes ejercen la docencia y la investigación en las dos universidades canarias. Cuando se le preguntó al máximo valedor del proyecto de agujerar la Montaña -el presidente del Cabildo de Fuerteventura, Mario Cabrera- cuál era su opinión sobre esa petición de amparo científico, el hombre se limitó a desprestigiar la propuesta porque estaba hecha por gente de afuera, de otras islas, que no quieren que Fuerteventura progrese. Para el Presidente, miembro del partido que inunda los medios con la cantinela de que somos una tierra única, la comunidad científica canaria es de allá afuera. En su fuero interno, en cambio, debe pensar que Chillida, sus herederos y los Fernández Ordóñez son de Tiscamanita.

V
Vivimos en un Archipiélago de risa, único lugar del mundo que tiene una capital compartida. Los pleitos insulares, lo sabemos, los generan las élites políticas y económicas y los difunden y explotan los medios de persuasión, pero terminan idiotizando a una parte, nos tememos que cada vez más grande, de la población. A finales de agosto una noticia fue incluida en varios periódicos insulares: un calamar gigante apareció muerto en las costas canarias. El problema fue que las mareas, irreflexivas y arbitrarias, lo vararon en una playa de Tenerife en vez de repartir sus rejos -por el sistema de triple paridad- por todas las islas. El pobre calamar, desconocedor de nuestras miserias, no sabía dónde se metía. La noticia, que se suponía tenía un interés zoológico, derivó, a través de los comentarios de los lectores, en un disparate sobre el pleito insular tan absurdo que, como en toda tragicomedia, produce sonrisas y pena. Y hasta un poco de miedo.


PD: la noticia y los comentarios se pueden consultar entrando, por ejemplo, en:
http://www.canarias7.es/articulo.cfm?id=226763&p=2


miércoles, 5 de octubre de 2011

Nuestra vida en una bolsa


No conozco a nadie que invierta en la Bolsa y, si lo conozco, se lo tiene bien calladito porque no me he enterado. A veces creo que la Bolsa no existe. De hecho, según me han explicado con gran paciencia, el dinero que se mueve en la Bolsa llega un punto que alcanza la intangibilidad y se convierte en directo ficticio. No me pregunten cómo pero el dinero que se volatiza en las pantallas del IBEX vuelve, como ganancia, a los grandes inversores en forma material; dinero contante y sonante. Pero, si la Bolsa quiebra, las pérdidas las pagan las personas que no juegan. Es un invento tenebrosamente infalible: la banca siempre gana.

La cosa se ha ido perfeccionando con el paso del tiempo. El capitalismo aprende de sus errores. En el crack del 29, la primera de las crisis capitalistas con carácter planetario, los arriesgados inversores se tiraron desde los balcones. Ahora no. Ahora nos desalojan, nos desahucian, nos congelan las pensiones, nos bajan los sueldos, capitulan de esa falacia del Estado del bienestar y reforman toda una Constitución (que nos habían dicho que no se podía reformar) para que no se repita la escena y para que los banqueros se puedan asomar a los balcones sin el vértigo de antaño.

Parece ser que para que los mercados hagan sus negocios es necesario que las cuentas públicas estén saneadas. La clase política repite como una cacatúa domesticada las órdenes del capital, aplicando la didáctica infantil no por ánimo pedagógico sino porque no da para más. Para justificar la reforma constitucional sus alegres señorías han explicado que el Estado -esa casa común, nos dicen- es como un hogar cualquiera donde no se puede gastar más de lo que se ingresa. Olvidan que los hogares están endeudados, hipotecados con préstamos que se pagarán a los usureros en décadas de intereses casi eternos. Mejor estaría que se hubiese reformado la Constitución para prohibir nuestras deudas. De hecho habría que introducir tantas reformas que a la Constitución no la reconocería ni la santa transición que la parió. Para no agobiar con propuestas excesivas plantearemos una que debe contar con un amplio consenso: incluir un artículo donde se prohíba el paro. Parecerá descabellado pero ¿acaso el déficit estatal es más importante que el empleo digno?

Pero, claro, a la clase política lo que le interesan son los mercados de valores y no el mercado laboral. Según los datos publicados sobre los patrimonios de los diputados y senadores, más del cuarenta por ciento de esa casta tiene acciones directas en bolsa o en fondos de inversión. De ahí su interés para facilitarle un escenario benigno a los mercados. Si los mercados se ponen nerviosos, a nosotros nos convierten en su tila.

Hace años, en los informativos, las noticias referidas a la Bolsa eran más bien escasas, a veces contenidas en un aparte para expertos. Hoy ocupan la primera plana, el primer titular, y compiten con el fútbol en el tiempo dedicado a sus vaivenes. Nunca antes a un asunto invisible se le había dado tanta importancia mediática. Los tonos de los informadores se vuelven pesimistas cuando la Bolsa sufre una caída y despliegan énfasis optimistas cuando los índices bursátiles suben para mayor gloria del capital. Tendremos un buen día si la cotización está en alza. Da igual que usted esté en paro, que cobre un salario de miseria, o que no conozca a nadie que juegue en la Bolsa. Por fin estamos en posición de contestar a la pregunta histórica: ¿la bolsa o la vida? La cosa está clara, no porque lo hayamos meditado, sino porque los atracadores eligieron primero.