martes, 8 de noviembre de 2011

La igualdad, según el sistema


Este panel electoral es la plasmación de un fraude, un fraude electoral. Suponiendo, que ya es suponer, que la democracia representativa sea el reflejo de la pluralidad política e ideológica del pueblo, el panel nos explica el concepto. Y el concepto es el siguiente: los votantes se dividen en dos: los que tienen espacio en el sistema y los que no. Pero hasta en esto hacen trampa. Los tres partidos que en Canarias tienen espacio son representantes de la misma ideología, el extremo centro. Los tres son monárquicos, centralistas, neoliberales. Los tres apoyan las guerras en Afganistán o en Libia. Los tres han gobernado para los ricos; las tres formaciones son inmobiliarias recicladas, protegen el fraude fiscal, obedecen a los bancos (los mismos bancos que financian sus campañas), sanean las cuentas de la Bolsa. Los tres han generado cinco millones de personas paradas en el Estado Español, doscientas sesenta mil en Canarias. Los tres han generado una casta profesional dedicada a la política, han aumentado sus sueldos, sus pensiones, sus dietas, sus privilegios; los tres han bajado los sueldos de los demás (salvo los de los directivos de las entidades financieras), han bajado las pensiones, han suprimido prestaciones a las personas desempleadas, han reducido nuestros derechos. Los tres han convertido a las instituciones en el nicho de empleo para sus allegados y demás familia, han hecho de la honestidad la excepción de la regla, han institucionalizado la corrupción. Los tres influyen a través de los medios de persuasión de masas, los públicos y los privados. Los tres se financian a través de las empresas a las que previamente han financiado con las obras públicas. Los tres han aprobado las leyes que protegen la propiedad, el capital, el poder. Los tres consideran al capitalismo, con sus crisis, el sistema perfecto. Los tres arrinconan, en un panel electoral o en la mismísima sociedad, al resto de la ciudadanía a la que definen, desdeñosamente, como minorías. Algunas de esas minorías quedan fuera del tablón, a otras solo les queda espacio para sus pegatinas. Nuestra sagrada democracia está resumida en ese indigno panel.

El cartel


Estas llanuras, casi improductivas agrícolamente, se llaman tableros, aquí, en Fuerteventura. Llevaba años pasando por ahí, mirando el horizonte, las nubes, el estado de la mar y las gaviotas que, cuando aberrunta temporal, se posan en este pedregal. Creo que la primera vez que me percaté de que algo raro tenía ese tablero fue contemplando las gaviotas. El viento, pensé, había depositado allí algo parecido a un cartel. Pasaron los días y las gaviotas, y el viento majorero no había movido ni podido con aquel cartel enigmático. Agudicé la vista y creí distinguir algunas letras sobre su fondo blanco. Jugué un tiempo a imaginar: un recuerdo luctuoso, un anuncio demasiado subliminal, una promoción inmobiliaria, una broma, la declaración de amor de un tímido, una verdad inconfesable necesitada de espacio y lejanía para no ser olvidada. Me resistí a la tentación durante meses. Ese tablero está en zona de nadie, creía yo. No lo atraviesan caminos y desde la carretera más cercana no se aprecia su mensaje. La luna que nos regala el Sahara a veces lo hacía resplandecer, las noches oscuras se lo tragaban y el alba lo devolvía. El tiempo pasaba, el cartel permanecía.

Fui en bicicleta, sorteando piedras, a desvelar su secreto. Llegué, vi y me vencí. Mi imaginación no había dado para tanto, porque la imaginación suele chocar con la materia. Y aún así su texto no dejó de ser enigmático: TERRENO CON PROPIEDAD, así, en mayúsculas y con grafía variable. Parecerá absurdo, pero el cartel me dio miedo. Por un momento pensé que detrás de él saldría un bardino, hambriento de años de soledad, dispuesto a proteger, con propiedad, el terreno de su amo. Escudriñé con temor las piedras pensando que algunas estaban electrificadas. Miré a un lado y a otro temiendo que estaba siendo observado por un hombre armado, dispuesto a defender su terreno, feliz de que, por fin, la trampa hubiese funcionado. Pasé un tiempo indeterminado dándole vueltas al mensaje. Todavía estoy en ello.


domingo, 6 de noviembre de 2011

La dedocracia



Merkel y Sarkozy están, en el momento que les tomaron la fotografía, en Cannes, señalando hacia el este, más o menos por donde queda Grecia. Pertenecen a la misma tribu (sus orejas los delatan), una de cuyas señas de identidad es señalar descaradamente a los otros. Lo que es feo para nosotros se convierte en dignidad para ellos. También en esa tribu los gestos tienen género. Adusto, varonil, rectilíneo y contundente el del macho; delicado, sinuoso, tímido el de la hembra. Se complementan: unen sus miradas, sus gestos, sus exportaciones, sus países y sus bancos y dan un miedo insuperable. Sarkozy ha identificado plenamente a la víctima propicia, al chivo expiatorio, al malo de la película y le indica su posición a Merkel, quien agudiza la mirada, mitad miope, mitad deuda pública. Si siguiéramos una línea imaginaria en la dirección digital daríamos directamente con un tal Papandreu, un griego al que poco a poco se le han ido poniendo las orejas como a sus captores. Pero el gesto intimidatorio de Sarkozy y Merkel, de Merkel y Sarkozy, atraviesa, como un rayo láser, el cuerpo circunstancial del griego y va directamente a destruir, como piedras en el riñón, el origen del mal: un referéndum.

Quién les iba a decir a los griegos, que crearon la democracia hace dos mil quinientos años, que se iban a convertir en el centro de todas las miradas y en el objetivo de todos esos dedos. Ignorantes, exportaron el invento y ahora su balanza acumula un déficit democrático por impago a los bancos franceses y alemanes. Casualmente los bancos de los acusadores, que han visto y determinado que las consultas populares van contra el pueblo, que el referéndum es malo para su salud, que la democracia es enemiga del régimen democrático. El poder reside, prima de riesgo arriba o abajo, en esos dedos.