Ana Oramas, parlamentaria de Coalición Canaria, al poco del fallecimiento del que fuera presidente del gobierno autónomo canario Adán Martín, manifestó en una entrevista que, horas antes de morir, el ex presidente le había dicho: "Ana, te encomiendo que hagas todo lo posible para que se construya el Puerto de Granadilla." Adán Martín, recordemos, llevaba años luchando contra el cáncer y en sus postreros momentos entre los vivos, según la diputada, su último deseo fue dirigido a la obra -innecesaria y destructiva- que mayor contestación ciudadana ha generado en Canarias en la última década. Un insólito anhelo para un moribundo.
No sabemos si Luis Chillida, hijo del fallecido escultor Eduardo Chillida, llegó a escuchar las sentidas declaraciones de Ana Oramas. Pero, según ha manifestado a los medios, su padre -antes de morir- “les dejó encomendado continuar con este proyecto artístico (el vaciado de la Montaña de Tindaya) cuando él se percató de que no podría verlo concluido.” Eduardo Chillida -recordemos también- llevaba años enfermo de alzheimer, sumido en el olvido interior. A pesar de ello, sus últimas encomiendas, si hemos de creer a su hijo Luis, se centraron en la destrucción del espacio natural y cultural más protegido de Canarias. Una extraordinaria petición surgida de la agonía.
Hace escasos días el actual Presidente de Canarias acudió a Donosti, acompañado del Consejero Contra el Medio Ambiente y del Presidente del Cabildo de Fuerteventura, donde se reunieron con los herederos del escultor. Acuciados por las deudas y por la mala gestión, los Chillida han tenido que cerrar recientemente el museo Chillida – Leku, así que el ejército de salvación del gobierno canario ha aprovechado la coyuntura para reactivar un proyecto insensato cuyo único objetivo es continuar la dilapidación de las arcas públicas para mayor beneficio de los intereses privados, entre ellos, los de los Chillida.
No insistiremos en los valores naturales y culturales que alberga la Montaña de Tindaya. Baste recordar que es el espacio, paradójicamente, más protegido de Canarias y probablemente de todo el Estado: siete son sus figuras de protección. Tampoco insistiremos en que tras este proyecto se oculta el mayor caso de corrupción de la época democrática del Archipiélago y que, aunque los cálculos son complejos, se estiman en más de 30 millones de euros los gastados en un proyecto en el que no se ha movido una piedra. El agujero de Chillida es un disparate artístico y un atentado contra la cultura y la naturaleza y, además, es imposible. Y ellos lo saben. Cualquier especialista en geología o cualquier persona con un mínimo de sentido común sabe que es imposible realizar un cubo de cincuenta metros de lado en el interior de una montaña cuyo techo (obviamente plano) deberá sostener cientos de toneladas de peso de piedra deleznable y fracturada. El estudio geotécnico que encargó el Gobierno de Canarias para confirmar -no para investigar- su viabilidad estuvo amañado. Se otorgó sin concurso público a Estudios Guadiana al frente del cual está Lorenzo Fernández Ordóñez, amigo íntimo de los Chillida e hijo del ingeniero que trabajaba con el escultor. Aun así las propias conclusiones del estudio geotécnico sentencian que se “levantan numerosas incertidumbres que no podrán ser resueltas hasta que se empiece a taladrar la Montaña.” Por cierto que Estudios Guadiana cobró un millón y medio de euros por realizar un informe con estas surrealistas e inconsistentes conclusiones. Desconocemos, sin embargo, el dinero que cobró el catedrático de ecología y presidente honorífico de ADENA, Francisco Díaz Pineda, para firmar la declaración de impacto ambiental que sostiene que agujerear la Montaña es medioambientalmente favorable pero, gracias a esa herejía científica al servicio del poder, se le designó como coordinador de los equipos que llevan dos años trabajando para el futuro Parque Natural de Fuerteventura y en el que, misteriosamente, Tindaya queda fuera de sus límites.
Pero volvamos a los Chillida. Esta familia anda lanzando a los cuatro vientos que su decisión de permitir -como herederos de la obra de su padre- el vaciado de la Montaña no está movida por intereses económicos. Hace ahora dos años acudimos a Euskalherría a presentar en varias ciudades nuestro libro Tindaya: el poder contra el mito. Ingenuos, explicábamos en las presentaciones que una de las razones de nuestra presencia en el País Vasco y Navarra era la de despertar la sensibilidad de la familia del escultor y lograr que se desmarcara, definitivamente, del proyecto. En los debates que se suscitaron en aquella gira se repitieron intervenciones del público siempre en el mismo sentido: si había dinero y negocio allí estarían los Chillida. Ahora, que su museo ha cerrado, Tindaya se les vuelve a aparecer como tabla salvavidas. Si no, ¿cómo explicar que continúen apoyando un proyecto irrealizable, con una gran oposición ciudadana y de la comunidad científica, con el artista muerto y con la corrupción salpicando todo lo que toca? Es probable que la fe no mueva montañas pero el dinero sí permite agujerearlas.