jueves, 20 de noviembre de 2014

Salvar Tindaya




El Gobierno de Canarias inicia una nueva ofensiva contra nuestro patrimonio natural y cultural. La Montaña de Tindaya está en su punto de mira desde 1995. Alberga, que se sepa, la obra de arte más cara del mundo ya que se han gastado más de treinta millones de euros para el agujero ideado por Chillida y aún no se ha movido una piedra. El neo ecologismo del Gobierno y Cabildo de Fuerteventura se acaba en una frontera que se llama Soria, a unas millas de nuestras costas. Tierra adentro siguen con su mentalidad depredadora y con sus intereses económicos. Es la verdadera cara de una clase política que no se cree ni su propio discurso.

El arqueólogo José Farrujia de la Rosa ha activado una nueva iniciativa en defensa de nuestra historia. En tres días se han conseguido más de setecientas firmas. Es posible que quien leyera esta nota piense que de poco sirven estos gestos. Pero si se consiguen las miles de firmas que se pretenden la hipocresía de nuestros gobernantes quedará, una vez más, patente: un discurso para Repsol y otro para el pasado y la cultura de un pueblo.

Si todavía no has firmado pincha en el siguiente enlace y compártelo por ese mundo virtual: ¡Tindaya no se toca!, ¡el monumento ya existe! :

https://www.change.org/p/gobierno-de-canarias-salvemos-tindaya-no-queremos-que-se-vac%C3%ADe-la-monta%C3%B1a-para-albergar-el-proyecto-escult%C3%B3rico-de-chillida


domingo, 9 de noviembre de 2014

Basura

( El País Semanal)

Una vaca europea está subvencionada con dos euros diarios mientras el cincuenta por ciento de la humanidad subsiste con menos de un euro al día. En este mundo es mejor ser una ternera gallega o una vaca holandesa que un humano bengalí o una ruandesa. También es mejor ser una moto de alta competición. La moto de la fotografía tuvo la suerte de no nacer en Sierra Leona. Nació en Japón, en un parto asistido por tres mil ingenieros que costó un millón y medio de euros. De ahí que esté permanentemente controlada por veinticinco personas todos los días de su vida. En la imagen podemos ver a dos médicos de motos que le miden sus constantes vitales tras una prueba de esfuerzo. Le están tomando la presión y la temperatura. Con asepsia, con dulzura, con los últimos avances tecnológicos puestos a su disposición en una operación que se repetirá a lo largo de su existencia cada vez que salga a dar un paseo o a echar unas carreras. Uno de los médicos registra los datos que luego procesará en un ordenador y prescribirá cuántos octanos, cuántos millones, cuánta propaganda más le harán falta para su mejoría. Luego la abrigarán, le harán un chequeo en profundidad y la trasladarán entre algodones hasta un garaje hospitalario de lujo.


La historia y el azar genético hicieron que estos hombres no nacieran en Japón. Nacieron en una tierra invisible salvo cuando los titulares periodísticos la convierten en un peligro. Entonces los titulares los ponen en su sitio y en el mapa. Son africanos que llegaron a Canarias en un precario barco, atravesando un trozo de océano que esconde en sus fondos cientos de sueños tan invisibles como sus orígenes. Exhaustos quedaron en la arena de Maspalomas y, como no son motos ni venían patrocinados por una multinacional, tardaron seis horas en prestarles asistencia médica. Luego alguien llamó al camión de la basura y elevaron el volquete para recoger los despojos del sistema. Al menos alguien tuvo la delicadeza profiláctica de agenciarles unas mascarillas para evitar que se contagiaran de nuestro miedo, de nuestra miseria, de nuestra ignorancia y de nuestra estupidez.