lunes, 26 de diciembre de 2011

La corrupción por sistema


La corrupción no es la anécdota, es el método. No es una consecuencia, es la esencia. La corrupción es indisociable del sistema; cohabita con él, vive con él, es él. La democracia representativa genera corrupción como la combustión produce gases. Y, como estos, apesta, pero es disipada por los vientos del poder. A veces nos llega su olor y rápidamente actúan los agentes disolventes: la estupidez mediática, la justicia diseñada, la complacencia ciudadana. Y, sin embargo, existe y envuelve toda la actividad política.

"Esos son algunos"; "de todo hay en la viña del Señor", "ovejas negras las hay hasta en las mejores familias", nos repiten una y otra vez los voceros políticos intentando exculparse cuando se desvela un nuevo acto de corrupción. Ya. Veamos algunos ejemplos.

En Fuerteventura una montaña ha supuesto el robo de cerca de treinta millones de euros de dinero público (¿dónde están?); se aprobaron docenas de planes urbanísticos ilegales (¿alguien puede entenderlo sin la acción cohechora de políticos y técnicos?); se edificaron decenas de promociones inmobiliarias -prohibidas por la ley- en suelo rústico (¿quiénes se beneficiaron?); se pagó una millonada por unos terrenos para un museo arqueológico a la familia del consejero Domingo Berriel y ahora se sabe que nunca se hará (¿quiénes participaron?); el centro comercial Las Rotondas es, según sentencia firme, ilegal (¿hay alguien en la cárcel?); se pagó durante dos años un local vacío (y no apto para su uso) como nueva Delegación Insular de Educación (¿de quién es el local?). En la gran mayoría de las decisiones políticas tomadas en esta isla -desde el patrocinio de un equipo ciclista hasta la suelta de una tortuga- la corrupción ha actuado como motor. Han estado implicados concejales y alcaldes, consejeros y presidentes, técnicos, abogados y funcionarios. La excepción no ha sido la corrupción, la excepción ha sido el comportamiento ético y las ovejas blancas.

En Tenerife, sostiene la investigación sobre la compra y venta de Las Teresitas, el ex alcalde de Santa Cruz coordinó todo un equipo de saqueadores: participaron periodistas, afamados abogados, directores de bancos, los mayores empresarios de la isla y políticos del gobierno y de la oposición. Para obstaculizar la justicia -una palabra que en la democracia corrupta solo es un concepto- el Parlamento canario designó senador a Zerolo y como repulsa, (qué largos deben de ser los tentáculos de la trama), Cristina Tavío - portavoz del PP en la oposición del Ayuntamiento- ha solicitado formalmente que se le condecore. De creer a Zerolo, en esta operación intervino hasta la administración de loterías.

Cómo debe haber sido la historia para que la propia Casa Real -que tanto sabe de negocios oscuros- le haya pedido a Urdangarín que abandone el país. Previamente lo que el yernísimo sacó del país fueron capitales. Su ONG cobró por trabajos que no realizó (lo mismo que, curiosamente, llevan haciendo los Borbones durante siglos), firmó excelentes contratos con presidentes y altos funcionarios de Comunidades Autónomas; por cobrar, cobró hasta por asistir con su esposa (la infanta Cristina, copropietaria de una de las empresas metidas en el tinglado) a una Cabalgata de Reyes de Alcalá de Henares, cuyo alcalde, el socialista Manuel Peinado, firmó un suculento contrato para la ONG de Urdangarín. ¿Este yerno salió rana o simplemente ha sido más tonto que los sapos camuflados de príncipes?

Ejemplos como los anteriores hay en casi todos los ayuntamientos del Estado, en todas las comunidades, en todas las instituciones (entre ellas la judicial que dilata los procedimientos y protege a los corruptores y a los corrompidos). Nos quieren hacer pensar que la corrupción es cosa de algunos, que la mayoría de la clase política es honesta y otras milongas. Aquí se corrompen todos porque todos participan del negocio de la política. Y los que han guardado un complaciente silencio, esperando su turno en el reparto del tesoro, tienen doble delito.

"Este (o ese) país es un país de chorizos", ha dicho Julio Anguita en su última entrevista y, apostillaba, "los votantes que los vuelven a votar también son unos chorizos." Tanto choriceo solo es posible porque un sector de la población, tan grande como sumiso, ha entendido que el sistema es la corrupción y, por lo tanto, lo ve con los ojos que observan la normalidad.

Y todavía algunos cínicos se preguntan qué coño quieren las personas indignadas; que su movimiento, nos dicen, carece de un programa definido, que así no vamos a ningún lado. Son los mismos cínicos que mueven la cabeza hacia otro lado cuando la corrupción anida y se reproduce en su santificada democracia de mercado. 

martes, 8 de noviembre de 2011

La igualdad, según el sistema


Este panel electoral es la plasmación de un fraude, un fraude electoral. Suponiendo, que ya es suponer, que la democracia representativa sea el reflejo de la pluralidad política e ideológica del pueblo, el panel nos explica el concepto. Y el concepto es el siguiente: los votantes se dividen en dos: los que tienen espacio en el sistema y los que no. Pero hasta en esto hacen trampa. Los tres partidos que en Canarias tienen espacio son representantes de la misma ideología, el extremo centro. Los tres son monárquicos, centralistas, neoliberales. Los tres apoyan las guerras en Afganistán o en Libia. Los tres han gobernado para los ricos; las tres formaciones son inmobiliarias recicladas, protegen el fraude fiscal, obedecen a los bancos (los mismos bancos que financian sus campañas), sanean las cuentas de la Bolsa. Los tres han generado cinco millones de personas paradas en el Estado Español, doscientas sesenta mil en Canarias. Los tres han generado una casta profesional dedicada a la política, han aumentado sus sueldos, sus pensiones, sus dietas, sus privilegios; los tres han bajado los sueldos de los demás (salvo los de los directivos de las entidades financieras), han bajado las pensiones, han suprimido prestaciones a las personas desempleadas, han reducido nuestros derechos. Los tres han convertido a las instituciones en el nicho de empleo para sus allegados y demás familia, han hecho de la honestidad la excepción de la regla, han institucionalizado la corrupción. Los tres influyen a través de los medios de persuasión de masas, los públicos y los privados. Los tres se financian a través de las empresas a las que previamente han financiado con las obras públicas. Los tres han aprobado las leyes que protegen la propiedad, el capital, el poder. Los tres consideran al capitalismo, con sus crisis, el sistema perfecto. Los tres arrinconan, en un panel electoral o en la mismísima sociedad, al resto de la ciudadanía a la que definen, desdeñosamente, como minorías. Algunas de esas minorías quedan fuera del tablón, a otras solo les queda espacio para sus pegatinas. Nuestra sagrada democracia está resumida en ese indigno panel.

El cartel


Estas llanuras, casi improductivas agrícolamente, se llaman tableros, aquí, en Fuerteventura. Llevaba años pasando por ahí, mirando el horizonte, las nubes, el estado de la mar y las gaviotas que, cuando aberrunta temporal, se posan en este pedregal. Creo que la primera vez que me percaté de que algo raro tenía ese tablero fue contemplando las gaviotas. El viento, pensé, había depositado allí algo parecido a un cartel. Pasaron los días y las gaviotas, y el viento majorero no había movido ni podido con aquel cartel enigmático. Agudicé la vista y creí distinguir algunas letras sobre su fondo blanco. Jugué un tiempo a imaginar: un recuerdo luctuoso, un anuncio demasiado subliminal, una promoción inmobiliaria, una broma, la declaración de amor de un tímido, una verdad inconfesable necesitada de espacio y lejanía para no ser olvidada. Me resistí a la tentación durante meses. Ese tablero está en zona de nadie, creía yo. No lo atraviesan caminos y desde la carretera más cercana no se aprecia su mensaje. La luna que nos regala el Sahara a veces lo hacía resplandecer, las noches oscuras se lo tragaban y el alba lo devolvía. El tiempo pasaba, el cartel permanecía.

Fui en bicicleta, sorteando piedras, a desvelar su secreto. Llegué, vi y me vencí. Mi imaginación no había dado para tanto, porque la imaginación suele chocar con la materia. Y aún así su texto no dejó de ser enigmático: TERRENO CON PROPIEDAD, así, en mayúsculas y con grafía variable. Parecerá absurdo, pero el cartel me dio miedo. Por un momento pensé que detrás de él saldría un bardino, hambriento de años de soledad, dispuesto a proteger, con propiedad, el terreno de su amo. Escudriñé con temor las piedras pensando que algunas estaban electrificadas. Miré a un lado y a otro temiendo que estaba siendo observado por un hombre armado, dispuesto a defender su terreno, feliz de que, por fin, la trampa hubiese funcionado. Pasé un tiempo indeterminado dándole vueltas al mensaje. Todavía estoy en ello.


domingo, 6 de noviembre de 2011

La dedocracia



Merkel y Sarkozy están, en el momento que les tomaron la fotografía, en Cannes, señalando hacia el este, más o menos por donde queda Grecia. Pertenecen a la misma tribu (sus orejas los delatan), una de cuyas señas de identidad es señalar descaradamente a los otros. Lo que es feo para nosotros se convierte en dignidad para ellos. También en esa tribu los gestos tienen género. Adusto, varonil, rectilíneo y contundente el del macho; delicado, sinuoso, tímido el de la hembra. Se complementan: unen sus miradas, sus gestos, sus exportaciones, sus países y sus bancos y dan un miedo insuperable. Sarkozy ha identificado plenamente a la víctima propicia, al chivo expiatorio, al malo de la película y le indica su posición a Merkel, quien agudiza la mirada, mitad miope, mitad deuda pública. Si siguiéramos una línea imaginaria en la dirección digital daríamos directamente con un tal Papandreu, un griego al que poco a poco se le han ido poniendo las orejas como a sus captores. Pero el gesto intimidatorio de Sarkozy y Merkel, de Merkel y Sarkozy, atraviesa, como un rayo láser, el cuerpo circunstancial del griego y va directamente a destruir, como piedras en el riñón, el origen del mal: un referéndum.

Quién les iba a decir a los griegos, que crearon la democracia hace dos mil quinientos años, que se iban a convertir en el centro de todas las miradas y en el objetivo de todos esos dedos. Ignorantes, exportaron el invento y ahora su balanza acumula un déficit democrático por impago a los bancos franceses y alemanes. Casualmente los bancos de los acusadores, que han visto y determinado que las consultas populares van contra el pueblo, que el referéndum es malo para su salud, que la democracia es enemiga del régimen democrático. El poder reside, prima de riesgo arriba o abajo, en esos dedos.

sábado, 22 de octubre de 2011

Como vivir en nuestro desierto

(Pinchar sobre la imagen para ampliarla)

Podrían ser árboles fosilizados de cuando Herbania hacía honor a su nombre, restos de un bosque petrificado, vestigios gigantescos de savia derretidos por el sol. Estos árboles de tierra han visto pasar la historia de una isla. Toda su historia, no sólo la nuestra, tan mediatizada por la subjetividad. La historia geológica no tiene héroes, ni batallas, ni inventos, ni golpes de Estado, ni banderas. Pura orgía energética organizada (o desorganizada) por tan solo cuatro elementos: tierra, fuego, aire y agua.

Estos árboles nacieron hace milenios. Están dulcemente posados sobre la ladera de un barranco majorero, agarrados a su destino. Sus raíces enormes los mantienen vivos, buscando el agua que no hay para hacer brotar las hojas que no tienen. Este fantástico bosque existe, precisamente, porque no existen los de verdad. Si existiesen, los elementos se habrían dedicado a otros menesteres porque el agua y el viento no habrían podido arañar la tierra protegida. Bueno, también existe porque el estallido inmobiliario llegó antes de que les injertaran adosados a sus troncos.

El bosque fantástico clama al cielo, resiste los intentos de tala, junta a sus árboles y de vez en cuando pare nuevas ramas. Llevaba siglos viviendo en la clandestinidad hasta que el Google Earth lo descubrió escondido, jareándose mirando al sur. Aunque parezca agónico los latidos de la madre tierra confirman que vive. Mantiene sus constantes vitales, a pesar de los empeños para desconectarlo para siempre.

viernes, 7 de octubre de 2011

Una tierra única en cinco capítulos


I
Lo cuenta José Rial Vázquez, periodista y miembro del PSOE cuando el golpe de Estado de 1936 aniquiló la democracia. Detenido en Santa Cruz de Tenerife, fue encerrado en el Santa Rosa de Lima, uno de los barcos que en la bahía de aquella ciudad funcionaron como prisión flotante. Aquellos barcos conformaban unas islitas siniestras a las que se les denominó Archipiélago Fantasma. Junto a aquel buque fondeaban, compartiendo su macabro fin, el Gomera, el Adeje y el Santa Elena. Repletos de hombres acusados de ser leales a la República, los días transcurrían con la magua y el susto metidos en los cuerpos. Para mantenerse entretenidos decidieron editar algunos periódicos: el Ratonerías, el Katipunan, el Rataplán y alguno más. Los escritos pasaban a duras penas la censura y otra veces circulaban de manera clandestina. Al poco se desató la polémica, un reflejo satírico de lo que sucedía, no se sabe desde cuándo, en el Archipiélago real: cada una de aquellas islas navales reclamó para sí, a través de su prensa, la capitalidad del Archipiélago Fantasma.

II
Un proyecto de promoción turística fue patrocinado por Cabildos y otros palacios del poder. Centrado en el paisaje volcánico, pronto empezaron los problemas: había que elegir un volcán representativo de estas islas. Para no herir susceptibilidades se eligió un volcán submarino que, dicen, emite lavas ocasionales entre Tenerife y Gran Canaria. Gracias al volcán intermedio se superó la crisis, se diseñó un DVD promocional y se mostró, antes de su difusión, a las instituciones que habían puesto las perras. Todo fue bien hasta que el político de Gran Canaria encargado de bendecir la operación puso el grito en el cielo. El video hacía un recorrido sobre los espacios emblemáticos de Canarias donde las lavas y la erosión habían modelado el territorio. Cuando la cámara pasó por el Bentayga detrás apareció, cosas de la geografía, el majestuoso Teide. "Ese Teide -ordenó el político bastante contrariado- me lo quita de ahí". En el video definitivo una nube artificial tapa, por orden gubernativa, la belleza de allá enfrente.

III
Durante años el padre de una amiga sufrió alzheimer antes de fallecer. En sus últimos meses ya no reconocía a su esposa, ni al resto de su familia, ni los lugares que lo rodearon toda la vida; en él habitaba el olvido permanente. Pasaba el tiempo entretenido viendo la televisión abrigado en su silencio. En esos momentos solo una cosa le sacaba de su desmemoria: si la tele emitía alguna noticia de la isla de enfrente el hombre se envenenaba y lanzaba maldiciones y reproches: "esos granujas lo quieren todo para ellos." Qué machaque tuvo que haber sufrido aquel cerebro para que su último resquicio de memoria no se agarrara a sus amores sino al pleito entre islas de un mismo archipiélago.
IV
Antes de este último verano casi doscientas personas de distintos ámbitos científicos redactaron y firmaron un documento en favor de la protección de una montañita insumisa que responde por el nombre de Tindaya. Una parte importante de aquellos firmantes ejercen la docencia y la investigación en las dos universidades canarias. Cuando se le preguntó al máximo valedor del proyecto de agujerar la Montaña -el presidente del Cabildo de Fuerteventura, Mario Cabrera- cuál era su opinión sobre esa petición de amparo científico, el hombre se limitó a desprestigiar la propuesta porque estaba hecha por gente de afuera, de otras islas, que no quieren que Fuerteventura progrese. Para el Presidente, miembro del partido que inunda los medios con la cantinela de que somos una tierra única, la comunidad científica canaria es de allá afuera. En su fuero interno, en cambio, debe pensar que Chillida, sus herederos y los Fernández Ordóñez son de Tiscamanita.

V
Vivimos en un Archipiélago de risa, único lugar del mundo que tiene una capital compartida. Los pleitos insulares, lo sabemos, los generan las élites políticas y económicas y los difunden y explotan los medios de persuasión, pero terminan idiotizando a una parte, nos tememos que cada vez más grande, de la población. A finales de agosto una noticia fue incluida en varios periódicos insulares: un calamar gigante apareció muerto en las costas canarias. El problema fue que las mareas, irreflexivas y arbitrarias, lo vararon en una playa de Tenerife en vez de repartir sus rejos -por el sistema de triple paridad- por todas las islas. El pobre calamar, desconocedor de nuestras miserias, no sabía dónde se metía. La noticia, que se suponía tenía un interés zoológico, derivó, a través de los comentarios de los lectores, en un disparate sobre el pleito insular tan absurdo que, como en toda tragicomedia, produce sonrisas y pena. Y hasta un poco de miedo.


PD: la noticia y los comentarios se pueden consultar entrando, por ejemplo, en:
http://www.canarias7.es/articulo.cfm?id=226763&p=2


miércoles, 5 de octubre de 2011

Nuestra vida en una bolsa


No conozco a nadie que invierta en la Bolsa y, si lo conozco, se lo tiene bien calladito porque no me he enterado. A veces creo que la Bolsa no existe. De hecho, según me han explicado con gran paciencia, el dinero que se mueve en la Bolsa llega un punto que alcanza la intangibilidad y se convierte en directo ficticio. No me pregunten cómo pero el dinero que se volatiza en las pantallas del IBEX vuelve, como ganancia, a los grandes inversores en forma material; dinero contante y sonante. Pero, si la Bolsa quiebra, las pérdidas las pagan las personas que no juegan. Es un invento tenebrosamente infalible: la banca siempre gana.

La cosa se ha ido perfeccionando con el paso del tiempo. El capitalismo aprende de sus errores. En el crack del 29, la primera de las crisis capitalistas con carácter planetario, los arriesgados inversores se tiraron desde los balcones. Ahora no. Ahora nos desalojan, nos desahucian, nos congelan las pensiones, nos bajan los sueldos, capitulan de esa falacia del Estado del bienestar y reforman toda una Constitución (que nos habían dicho que no se podía reformar) para que no se repita la escena y para que los banqueros se puedan asomar a los balcones sin el vértigo de antaño.

Parece ser que para que los mercados hagan sus negocios es necesario que las cuentas públicas estén saneadas. La clase política repite como una cacatúa domesticada las órdenes del capital, aplicando la didáctica infantil no por ánimo pedagógico sino porque no da para más. Para justificar la reforma constitucional sus alegres señorías han explicado que el Estado -esa casa común, nos dicen- es como un hogar cualquiera donde no se puede gastar más de lo que se ingresa. Olvidan que los hogares están endeudados, hipotecados con préstamos que se pagarán a los usureros en décadas de intereses casi eternos. Mejor estaría que se hubiese reformado la Constitución para prohibir nuestras deudas. De hecho habría que introducir tantas reformas que a la Constitución no la reconocería ni la santa transición que la parió. Para no agobiar con propuestas excesivas plantearemos una que debe contar con un amplio consenso: incluir un artículo donde se prohíba el paro. Parecerá descabellado pero ¿acaso el déficit estatal es más importante que el empleo digno?

Pero, claro, a la clase política lo que le interesan son los mercados de valores y no el mercado laboral. Según los datos publicados sobre los patrimonios de los diputados y senadores, más del cuarenta por ciento de esa casta tiene acciones directas en bolsa o en fondos de inversión. De ahí su interés para facilitarle un escenario benigno a los mercados. Si los mercados se ponen nerviosos, a nosotros nos convierten en su tila.

Hace años, en los informativos, las noticias referidas a la Bolsa eran más bien escasas, a veces contenidas en un aparte para expertos. Hoy ocupan la primera plana, el primer titular, y compiten con el fútbol en el tiempo dedicado a sus vaivenes. Nunca antes a un asunto invisible se le había dado tanta importancia mediática. Los tonos de los informadores se vuelven pesimistas cuando la Bolsa sufre una caída y despliegan énfasis optimistas cuando los índices bursátiles suben para mayor gloria del capital. Tendremos un buen día si la cotización está en alza. Da igual que usted esté en paro, que cobre un salario de miseria, o que no conozca a nadie que juegue en la Bolsa. Por fin estamos en posición de contestar a la pregunta histórica: ¿la bolsa o la vida? La cosa está clara, no porque lo hayamos meditado, sino porque los atracadores eligieron primero.