Estas llanuras, casi improductivas agrícolamente, se llaman tableros, aquí, en Fuerteventura. Llevaba años pasando por ahí, mirando el horizonte, las nubes, el estado de la mar y las gaviotas que, cuando aberrunta temporal, se posan en este pedregal. Creo que la primera vez que me percaté de que algo raro tenía ese tablero fue contemplando las gaviotas. El viento, pensé, había depositado allí algo parecido a un cartel. Pasaron los días y las gaviotas, y el viento majorero no había movido ni podido con aquel cartel enigmático. Agudicé la vista y creí distinguir algunas letras sobre su fondo blanco. Jugué un tiempo a imaginar: un recuerdo luctuoso, un anuncio demasiado subliminal, una promoción inmobiliaria, una broma, la declaración de amor de un tímido, una verdad inconfesable necesitada de espacio y lejanía para no ser olvidada. Me resistí a la tentación durante meses. Ese tablero está en zona de nadie, creía yo. No lo atraviesan caminos y desde la carretera más cercana no se aprecia su mensaje. La luna que nos regala el Sahara a veces lo hacía resplandecer, las noches oscuras se lo tragaban y el alba lo devolvía. El tiempo pasaba, el cartel permanecía.
Fui en bicicleta, sorteando piedras, a desvelar su secreto. Llegué, vi y me vencí. Mi imaginación no había dado para tanto, porque la imaginación suele chocar con la materia. Y aún así su texto no dejó de ser enigmático: TERRENO CON PROPIEDAD, así, en mayúsculas y con grafía variable. Parecerá absurdo, pero el cartel me dio miedo. Por un momento pensé que detrás de él saldría un bardino, hambriento de años de soledad, dispuesto a proteger, con propiedad, el terreno de su amo. Escudriñé con temor las piedras pensando que algunas estaban electrificadas. Miré a un lado y a otro temiendo que estaba siendo observado por un hombre armado, dispuesto a defender su terreno, feliz de que, por fin, la trampa hubiese funcionado. Pasé un tiempo indeterminado dándole vueltas al mensaje. Todavía estoy en ello.
Maravillosa imaginativa sobre ese cartel que quiere permanecer petrificado en su baldío territorio no conquistado; quizá por eso sigue aún ahí, para que a ninguna mala y perversa mano política se le ocurra apropiarse del mismo para establecer una base estratégicamente "golfista" u "hotelera" o algún horroroso e inacabado mazacote más, como muestra de su poder conquistador nacionalista.
ResponderEliminar¡Misterioso y cercano relato de lo local y cotidiano!