domingo, 6 de noviembre de 2011

La dedocracia



Merkel y Sarkozy están, en el momento que les tomaron la fotografía, en Cannes, señalando hacia el este, más o menos por donde queda Grecia. Pertenecen a la misma tribu (sus orejas los delatan), una de cuyas señas de identidad es señalar descaradamente a los otros. Lo que es feo para nosotros se convierte en dignidad para ellos. También en esa tribu los gestos tienen género. Adusto, varonil, rectilíneo y contundente el del macho; delicado, sinuoso, tímido el de la hembra. Se complementan: unen sus miradas, sus gestos, sus exportaciones, sus países y sus bancos y dan un miedo insuperable. Sarkozy ha identificado plenamente a la víctima propicia, al chivo expiatorio, al malo de la película y le indica su posición a Merkel, quien agudiza la mirada, mitad miope, mitad deuda pública. Si siguiéramos una línea imaginaria en la dirección digital daríamos directamente con un tal Papandreu, un griego al que poco a poco se le han ido poniendo las orejas como a sus captores. Pero el gesto intimidatorio de Sarkozy y Merkel, de Merkel y Sarkozy, atraviesa, como un rayo láser, el cuerpo circunstancial del griego y va directamente a destruir, como piedras en el riñón, el origen del mal: un referéndum.

Quién les iba a decir a los griegos, que crearon la democracia hace dos mil quinientos años, que se iban a convertir en el centro de todas las miradas y en el objetivo de todos esos dedos. Ignorantes, exportaron el invento y ahora su balanza acumula un déficit democrático por impago a los bancos franceses y alemanes. Casualmente los bancos de los acusadores, que han visto y determinado que las consultas populares van contra el pueblo, que el referéndum es malo para su salud, que la democracia es enemiga del régimen democrático. El poder reside, prima de riesgo arriba o abajo, en esos dedos.

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