domingo, 25 de noviembre de 2018

AZORES - CANARIAS. V




Angra do Heroísmo. Capital de Terceira.

El sector turístico en Azores está en pleno auge. Lo que, traducido, significa que las islas están en peligro. En el año 2017 tuvo el mayor incremento de visitantes de Portugal, un 21% más que en 2016. De momento ha escapado de la masificación turística, esa vorágine que convierte cualquier lugar en una franquicia transmitida a tiempo real por las redes sociales y por los autorretratos con paisaje al fondo. El archipiélago se encuentra en un momento crucial en el que tendrá que decidir si quiere ser un souvenir o quiere seguir siendo Azores.

En Canarias no nos dieron esa opción, o no supimos exigirla. Las élites enajenaron nuestras costas, se han quedado con el negocio y han convertido a nuestras islas en un ejemplo incuestionable de turismo insostenible. No ha habido el mínimo decoro y los beneficios de este enorme negocio están repartidos según mandan los cánones: dinero a raudales para el empresariado (foráneo y canario) y miserias para la clase trabajadora. Y un consumo irreversible de nuestro territorio, privatización encubierta de la zona costera y expulsión sistemática -basada en el precio de la vivienda y en la insoportable subida de los alquileres- de los sectores empobrecidos hacia los barrios y urbanizaciones más degradadas.

Zona turística de Terceira.

Azores cuenta, de momento, con algunas ventajas que les ha permitido escapar de este modelo turístico tan canario. Parece una incongruencia, pero sus peores condiciones climáticas y la ausencia de grandes playas se han convertido en ventajas. Esas condiciones naturales condiciona el tipo de turista. Haya sido de manera consciente o no, el denominado turismo de la naturaleza se ha impuesto: gente que va a caminar, a hacer submarinismo, a coger olas y a observar cetáceos. A disfrutar, en fin, de la contemplación de unas islas que conservan su idiosincrasia y que todavía no han iniciado el viaje sin retorno hacia la nada. Además hay tres aspectos del sector turístico azoriano que nos diferencia y que merecen ser comentados.

Más de la mitad de las camas destinadas al turismo proceden del denominado Alojamiento Local. Este tipo de alojamiento es muy heterogéneo e incluye desde modestas pensiones a apartamentos medios, desde sencillas casas en zonas agrícolas a lujosos chalets en las afueras de las ciudades. La oferta alojativa suele estar acorde con los servicios que ofrece. E implica que una parte importante del negocio turístico está en manos de la población azoriana.

Esa misma circunstancia acontece en el sector trabajador del turismo. Es inusual encontrarse, en los servicios vinculados al sector (restaurantes, tiendas, personal de los alojamientos, visitas guiadas, alquileres de coches, etc..), con trabajadores y trabajadoras cuyo origen no sea azoriano. La economía turística, al contrario de lo que acontece en Canarias, redunda directamente en la economía de la población local.

Anuncio en una agencia de viajes en Horta, Faial. Modelo turístico majorero.

El tercer aspecto diferenciador es el de la oferta de los centros turísticos públicos. Son numerosos, bien gestionados, con horarios razonables y con precios adecuados a lo que proponen. Una vez más, establecer una comparación con Canarias nos deja en mal lugar. Vivir la sublime experiencia de la red de museos de Fuerteventura puede llevar a cualquier visitante al desquicio. Como visitante nunca sabrá usted cuándo un museo está abierto o no; de hecho algunos de ellos permanecen cerrados desde que se inauguraron. Nunca podrá visitar un museo un domingo (ni un lunes) con lo que se le está negando precisamente la visita a los centros a las personas residentes en la isla el único día que pueden hacerlo. Hay casos singulares como la Casa Museo Unamuno cuyo horario es de funcionario matutino. En otros casos el nivel de preparación del personal que gestiona el museo dista mucho del mínimo exigible porque, al igual que pasa con casi la totalidad del personal del Cabildo y ayuntamientos de la isla, su contratación no depende de su formación sino del vínculo de amistad, familiar o ideológico con el político. En otros casos el contenido del museo no pasaría una mínima prueba de calidad. Para arreglar este desaguisado el Cabildo ha decidido iniciar su privatización, empeorando las condiciones laborales, aumentado los precios de las mercancías que se venden en los establecimientos y desmejorando la información y el servicio.

Es posible que el caso majorero sea el más extremo, por ineficaz y extravagante, de todo el sistema de museos públicos no solo de Canarias, sino del hemisferio norte. Azores ha optado por otro modelo: el que dicta la lógica, la racionalidad y el buen gusto. Los siguientes ejemplos pueden ayudarnos a entenderlo.

No hay excesivas diferencias entre el vulcanismo que dio lugar a Canarias y el que conformó Azores. Ambos archipiélagos cuentan con edificios volcánicos parecidos y con materiales lávicos idénticos. En Azores, al igual que en Canarias, hay lavas cordadas basálticas, pequeños malpaíses, edificios formados por la viscosa traquita; volcanes explosivos de materiales piroclásticos formados en relativo escaso tiempo; estratovolcanes formados por coladas superpuestas durante periodos prolongados; volcanes en escudo; calderas de explosión y calderas formadas por hundimiento; hornitos y enormes tubos volcánicos. La mayor diferencia con respecto al paisaje volcánico canario quizás sea que una parte importante de los conos y calderas volcánicas se han convertido en lagos dada la copiosidad de las lluvias. La naturaleza volcánica se convierte entonces en una impresionante mezcla de elementos.

Caldeira de Faial. Se trata de una enorme caldera cuyo origen es explosiva, colapsando,
más tarde, la cima del edificio. En primer plano se puede ver un domo traquítico. La caldera contenía 
un lago hasta 1958, cuando el Volcán de los Capelinhos fisuró su base.

Estratovolcán de La Graciosa, con una enorme caldera formada
por hundimiento.

Volcán en escudo de Pico. 2350 metros de altitud.

O piquinho, que dentro de una pequeña caldera corona la montaña de Pico.
Se pueden observar grupos de turistas esperando para ascender. Para subir esta montaña 
no hay teleféricos. Se asciende, previo pago, tras tres horas de dura ascensión.
Las visitas están limitadas a doscientas personas por día.

Volvamos al volcán de Capelinhos, el que espoleó la emigración más reciente a Estados Unidos. Sus tierras rojas y todavía no conquistadas por la vegetación resaltan en el paisaje siempre verde de Faial. Se ve el faro que, sorprendentemente, sobrevivió al volcán. Y sin embargo, ahí debajo, construido bajo las lavas y cenizas está el Centro de Interpretación del Volcán de los Capelinhos, perfectamente integrado en el territorio. La entrada cuesta 10 euros, da información detallada e interactiva de la génesis del volcán y de la historia geológica del archipiélago e incluye la visita, conectada desde el interior, al faro.

Volcán de Capelinhos visto desde el faro.

Faro y volcán y, aunque no lo parezca, ahí debajo hay un centro de interpretación.

Cubierta integrada del centro de interpretación.

Su exquisita integración en el paisaje le ha hecho merecedor de varios premios y es una muestra explícita de que las cosas se pueden hacer de manera diferente a como se ha empeñado el poder en hacerlas en Canarias. Salvo excepciones, como el empeño de César Manrique en Lanzarote (tan denostado por la clase política que ahora lo encumbra), se sigue actuando sin ningún criterio que armonice la compleja relación entre el turismo y el territorio insular. En la península de Jandía existe un mirador natural al que actualmente se puede subir por una pista de tierra. La contemplación de Cofete, uno de los escasos lugares casi vírgenes de este archipiélago, estremece. Si ese lugar existiese en Azores un sencillo mirador estaría acondicionado para el disfrute de las vistas. La opción canaria, versión política majorera, es realizar un desproporcionado y descontextualizado edificio con forma de caracola, donde habrá que pagar para observar lo que ahora se puede contemplar gratis. Un paso más en la mercantilización de los espacios naturales, a la que es tan aficionada la clase política canaria.

El vulcanismo azoriano ha dejado, como en Canarias, numerosas y espectaculares grutas: enormes cuevas longitudinales formadas por tubos volcánicos, pero también vaciados de chimenas volcánicas que conforman profundos y verticales espacios subterráneos (llamadas algares). Las más espectaculares se han convertido en recursos turísticos con infraestructuras limitadas a facilitar sus accesos y a completar la información. Si esas grutas estuviesen en Fuerteventura podrían ocurrir dos cosas: que estén mal gestionadas y mal conservadas.

Tubo volcánico en La Graciosa.

La cueva del Llano, en el pueblo de Villaverde (La Oliva) es uno de los tubos volcánicos más grandiosos de Canarias y alberga, además de sus valores geológicos, un arácnido exclusivo de ese espacio, el opilión Maioreus randoi. Si usted ha podido visitar esa cueva ha tenido mucha suerte. Ha permanecido años cerrada a pesar de estar incluida en la Red de Museos de Fuerteventura. A pesar de su reconocido valor en el último año se ha permitido la construcción (todavía en curso) de la urbanización Casilla de Costa que está afectando irremediablemente al tubo volcánico, alterando su frágil entorno y poniendo en peligro la propia estructura de la cueva. Esta situación no es que sea improbable en Azores, es que, simplemente, no existiría tal posibilidad.

La mala gestión de la Cueva del Llano la llevará tarde o temprano a su privatización. Es un modelo no exclusivo de Canarias, ya saben, dejar morir de dejadez un espacio público para justificar su paso al negocio privado. En Azores también existe algo parecido a ese neologismo impuesto que camufla la privatización, la denominada externalización. Pero con una gran diferencia. Las más espectaculares cuevas volcánicas de la isla de Terceira (Gruta do Natal y el Algar do Carvao) están gestionadas por la Asociación Os Companheiros, una asociación naturalista formada en la década de los sesenta del siglo pasado, formado por personas amantes y conocedoras de la naturaleza de la isla. Los ingresos obtenidos por las visitas ayudan a la asociación a seguir organizando actividades educativas destinadas a los residentes y visitantes.

Algar do Enxofre en La Graciosa. Formada por una erupción en
el interior de la caldera.

Algar do Carvão, Terceira. Se trata de una chimenea volcánica
de 45 metros de profundidad.

Estalactitas de sílice en el interior del Algar do Carvão.

Ya hemos visto la relación histórica de Azores con la caza de la ballena y su consecuente industria. La actividad ballenera pasó a ser una actividad económica de importancia en Azores desde la segunda mitad del siglo XIX hasta la década de los sesenta del siglo XX. La caza del cachalote en el archipiélago estuvo limitada a la denominada caza costera, aquella que, gracias a pequeños botes (primero de velas o remos, luego de motor) permitían adentrarse algunas millas hacia el océano, especialmente en las aguas interiores cercanas a las islas. Se crearon varias empresas armadoras de barcos balleneros en algunas islas. El aceite se exportaba principalmente hacia Europa. El negocio conoció su momento de esplendor durante la II Guerra Mundial (con un repunte importante durante la Guerra de Corea). Las guerras deparan destrucción pero establecen coyunturas limitadas para que algunos sectores y algunos territorios obtengan beneficios. Fue el caso de Azores. En un escenario bélico mundial que demandaba grandes cantidades de lubricantes, al tiempo que impedía que las flotas balleneras de los países implicados en la guerra pudiesen continuar con la actividad, la posición geográfica de Azores y la neutralidad política de Portugal, hizo que el archipiélago se convirtiera en el principal productor de aceite de cetáceos del mundo. Los precios alcanzaron su cénit y se batieron récords de ejemplares cazados y de aceite producido. En 1951, las veintiséis embarcaciones azorianas dedicadas a la actividad cazaron 751 cachalotes, lo que supuso una producción de 16 mil barriles de aceite.

A partir de ahí el declive es paulatino. La competencia de los aceites sintéticos, la alternativa de la pesca del atún (que pasaba a ser más rentable) y los convenios internacionales que poco a poco pusieron límite a la caza de ballenas hicieron que en 1987 se cazara el último ejemplar en aguas azorianas.

La caza ballenera en Azores tenía unas particularidades dignas de ser recordadas. La actividad comenzaba en tierra, donde se disponían los vigías en múltiples casetas ubicadas en puntos altos pero cercanos a los pequeños puertos o ensenadas. Cuando un vigía localizaba algún cachalote de inmediato tocaba una corneta o lanzaba un volador que avisaba a las poblaciones cercanas para que se dispusieran a embarcarse. Se cesaban entonces las actividades agrícolas y ganaderas y una parte de los pueblos se organizaba para la tarea. Una vez reunida la tripulación se hacían rápidamente a la mar con sus barcos de velas o remos. Desde su puesto, el vigía iba indicando a las tripulaciones, con un ingenioso sistema de banderas, la posición del cachalote. El timón lo manejaba el oficial y en la proa se ubicaba el arponeador. La pericia del oficial era fundamental para aproximarse al animal. Una vez arponeado el cachalote se procedía a una lucha de tira y afloja con el animal que podía durar entre una y seis horas dependiendo de su fuerza. Una vez muerto, el vigía ponía la bandera a media asta avisando de esta manera al personal de tierra para que preparasen los traóis para la extracción posterior del aceite.


Ambas imágenes corresponden a un puesto de vigía. Sin basuras
ni pintadas. Otro ejemplo del civismo azoriano.

Remolcado a la costa se procedía a su procesamiento, a veces sobre la misma playa de callados. Se realizaba un desmochado, cortando el tocino en trozos cada vez más pequeños para incorporarlo a las calderas. Dado que el sistema rudimentario implicaba el desperdicio de gran cantidad de materia prima el sistema se fue perfeccionando. Se acondicionaron pequeños muelles con guinchos que facilitaban la labor de corte y procesamiento. Además de la obtención de los aceites se empezaron a triturar las carnes y los huesos para fertilizantes agrícolas. Y se buscaba con ahínco el ámbar que algunos ejemplares contenían en sus intestinos y que adquirían gran valor por su utilidad como fijador de perfumes. Su cuero se utilizó para la fabricación de suelas de zapatos y albarcas para los campesinos; sus tendones se aprovecharon para la elaboración de resistentes cuerdas.

Lajes do Pico, ciudad ballenera de Pico.

Antigua zona de explotación ballenera de Horta, Faial.

La caza de ballenas se ha transformado en Azores en una industria turística que abarca dos aspectos. Por una lado han proliferado -en prácticamente todas las islas- pequeñas empresas dedicadas a la observación de cetáceos. No solo de cachalotes sino de algunas de las 37 especies que, de manera permanente u ocasional, nadan por aguas azorianas. Por otro lado la adecuación de espacios museísticos que nos recuerdan el pasado ballenero del archipiélago. Están en casi todas las islas (algunas tienen más de uno), ubicados en los pueblos más implicados históricamente con la actividad, se han rehabilitado almacenes y puestos de vigías y se caracterizan, una vez más, por la falta de presuntuosidad y por sus precios populares. Casi todos son de titularidad pública. Y, cosas de esa gente tan rara, se pueden visitar, gratis, los domingos.


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