sábado, 10 de noviembre de 2018

AZORES - CANARIAS III


En primer plano cedros do mato; al fondo emerge entre
el mar de nubes, la montaña de Pico. 

Una de las razones que nos pueden ayudar a entender el uso cívico de los lugares públicos, la calidad medioambiental y el ordenamiento urbano en Azores es su evolución demográfica y su número de visitantes. En 1860 Azores estaba poblada por doscientos cuarenta mil habitantes, cifra coincidente con la población en aquel momento de Canarias. Un siglo y medio después, Azores sigue manteniendo una cifra similar; en Canarias estamos por encima de los dos millones cien mil habitantes.

La presión demográfica sobre los territorios insulares produce conflictividad, pérdida irreversible de los recursos naturales y deterioro de los espacios y servicios públicos. En el año 2016 Azores recibió 620 mil turistas; Canarias 15 millones. Y cada vez que se bate un récord de visitantes en Canarias el espectáculo de júbilo que dan las autoridades del sector raya la indecencia y la inconsciencia. Fuerteventura, en ese mismo año, se convirtió en la isla del mundo que recibe más turistas en relación a sus habitantes (algo más de 28 turistas por residente).

Turismo en temporada alta en Pico. Al fondo la isla de Faial.

Lejos de poner freno o de buscar medidas compensatorias (como las tasas turísticas) el futuro inmediato se plantea desolador. La Ley del Suelo dará rienda suelta a la construcción de nuevas plazas alojativas. Recientemente Marcial Morales (presidente del Cabildo de Fuerteventura) y Blas acosta (vicepresidente y consejero de Turismo) manifestaban su alegría porque la nueva ley y el planeamiento insular van a permitir la construcción de 28 mil nuevas plazas en la isla. El indecoro llega a su máxima expresión cuando anuncian que “valorando aspectos territoriales y ecológicos la capacidad de carga de Fuerteventura está lejos del agotamiento”. Estamos gobernados por psicópatas medioambientales.

La regulación demográfica de Azores corresponde a tres aspectos. Su geografía, su dinámica histórica y su apuesta por un turismo sostenible. El clima y la ausencia de grandes playas han mantenido al Archipiélago al margen del turismo de masas. A este sector volveremos más adelante.

La evolución histórica de Azores reúne multitud de paralelismos con la de Canarias hasta la mitad del siglo XX. También algunas diferencias. La más evidente es que antes de la colonización portuguesa no existía en Azores población nativa. Es evidente que este hecho crea una referencia histórica – la sociedad indígena anterior a la conquista- que en Canarias es evocada como señal identitaria y que, de una forma u otra, tiene vigencia y trascendencia en multitud de aspectos culturales y políticos. Tal circunstancia no existe en Azores, pero sí la consciencia de formar parte de un territorio en el que la insularidad y la lejanía del continente condiciona de manera permanente la vida de sus habitantes.

Portugal es un estado administrativamente centralizado que tiene dos excepciones: Azores y Madeira. Ambas son regiones autónomas y ambas son territorios ultraperiféricos de la Unión Europea. No hay pues, en la actualidad, diferencia de status con Canarias, en donde, además, sus élites se aprovechan de un régimen económico y fiscal del que carece Azores. Es perceptible, a poco que observemos, que la gestión de las ayudas recibidas desde Europa es diametralmente opuesta en ambos archipiélagos. Aquí han servido, sobre todo, para acrecentar las fortunas empresariales, para aumentar las distancias entre pobres y ricos, para destruir el territorio y, además, se han mostrado ineficaces (al igual que el REF) para atenuar el desempleo. No nos cabe duda de que en Azores (y en cualquier lugar) las ayudas habrán servido para crear redes clientelares y para engordar a parásitos. La corrupción es consustancial al poder. Pero no son necesarios sesudos análisis para comprobar que una parte importante de esos fondos han repercutido en la mejora de la calidad de vida de la sociedad azoriana: no hay infraestructuras innecesarias y sí han generado una economía más diversificada y, sobre todo, han disminuido el nivel de dependencia con el exterior.

Volveremos a poner algunos ejemplos cotidianos de esa realidad. Pero antes algunas curiosidades que vinculan el pasado con el presente azoriano.

Caminar en Azores no es solo un disfrute visual, es también una oportunidad para conocer su geografía y su historia. Eso es posible gracias a una red de senderos bien diseñados. La mayoría de ellos combinan diferentes escenarios que permiten pasar de un frondoso bosque de laurisilva a atravesar un pequeño pueblo; de estar caminando entre viejos viñedos a aparecer en la costa donde no habrá edificios monstruosos de apartamentos ni hoteles de franquicias. Y cualquier recuerdo de los duros tiempos pasados es reconocido, protegido y cuidado.

Salto do Prego; en el bosque de laurisilva de Faial da Terra. Sao Miguel.

Sirva un ejemplo. El norte de la isla de Pico es un paisaje marcado por el cultivo de la vid que recuerda a La Geria lanzaroteña, uno de los escasos paisajes agrarios canarios que han sobrevivido a la destrucción y al abandono. Este paisaje está declarado Patrimonio de la Humanidad y en la pequeña localidad (menos de cien habitantes) de Lajido existe un pequeño museo insertado en un magnífico sendero donde se entiende qué ha supuesto para la isla el cultivo de la vid.

Corrales de viñas abandonados en Pico, 

Cultivos en corrales, Pico.

Amén de sus buenos vinos (producidos por pequeñas empresas y alguna cooperativa) llama la atención dos vestigios, recuerdos sobre la lava del duro pasado agrícola, las relheiras y las rola-pipas.

Las relheiras son las huellas de las ruedas de los carros sobre el suelo rocoso de Azores. Están presentes en todas las islas pero en la zona vinícola de Pico son abundantes. Y evocadoras: casi se puede sentir el ruido de las ruedas -reforzadas con aros de hierro- que durante siglos trasladaban a personas y arreaban cargas agrícolas movidas por los bueyes.

 Camino de São Brás. Terceira

 Relheiras en Lajido, Pico.

Relheiras sobre lavas cordadas en la costa oeste de Pico.

Hasta hace apenas un año se sabía de su existencia en ocho de las nueve islas del archipiélago pero recientemente se han descubierto algunas en la pequeña isla de Corvo. Ese descubrimiento ha sido posible gracias a un programa (Inventario y protección de las Relherias) impulsado por la Universidad de Azores que ha encontrado apoyo político y que evalúa el potencial turístico de este patrimonio etnográfico. A menudo las relherias desembocaban en la costa. La falta de puertos útiles y el agreste suelo volcánico impedía el embarque de los vinos. A base de esfuerzo y sudores la población de Pico logró hacer pequeñas rampas excavadas, denominadas rola–pipas, por donde rodaban los barriles para poder ser embarcados. No se trata, pues, de solemnes edificios sino de pequeños testimonios que ayudan a comprender parte de la historia del archipiélago; huellas que nos dicen que por aquí pasamos y por aquí sufrimos.

Rola - pipas en la costa oeste de Pico. Al fondo Faial, hacia donde
embarcaban los barriles de vino.

El agravio comparativo con nuestro patrimonio etnográfico es desesperante. Salvo excepciones muy localizadas (a menudo fruto más de la perseverancia de algunos técnicos y colectivos que del interés institucional) el patrimonio histórico de Canarias languidece, se desmorona y llora su abandono. Son tantos los casos de la desidia institucional en la protección patrimonial que mejor no hacer un recuento. Solo podemos sentir envidia y no tenemos la menor duda de que si Azores hubiese tenido una historia preeuropea su patrimonio arqueológico estaría estudiado, preservado y convertido en un recurso cultural y turístico. Si lo hacen con unas huellas de carro ¿qué no harían de tener nuestro maravilloso y abandonado patrimonio indígena?

Veamos, en un recorrido, un ejemplo de la gestión del patrimonio medioambiental en Azores. Las fajãs son terrenos de poca inclinación que se introducen como lenguas en el mar. Contrastan con los acantilados verticales que conforman gran parte de la geografía costera azoriana. Las fajãs tienen dos orígenes geológicos. Unas son lenguas de lavas, otras son detríticas, formadas por materiales de los acantilados que se han erosionado. Existen en casi todas las islas pero la que tiene mayor número (setenta y cuatro), y quizás las más espectaculares, es São Jorge. De ellas destacan las de Cubres y la de la Caldera del Santo Cristo que, además, albergan las dos únicas lagunas costeras del archipiélago.


Bosque, acantilados y fajãs en São Jorge.

Uno de los senderos más emocionantes de São Jorge desciende desde la Sierra de Topo hasta la Fajã de la Caldera del Santo Cristo y desde allí continúa hasta la Fajã dos Cubres. El descenso se realiza primero entre pastos y luego en un bosque de laurisilva; el agua fluye por los barrancos cubiertos de brezos, cedros do mato y aceviños, las vistas nos empequeñecen y el océano se muestra extrañamente plácido. El camino es tan hermoso que produce esa contradictoria sensación de querer llegar pero, al mismo tiempo, desear que no se acabe.

Sierra de Topo. São Jorge. 

Descenso entre cedros do matos y laurisilva.

Arroyo y puente antiguo.

Fajã da Caldeira do Santo Cristo.

Las leyendas religiosas se repiten sin mucha originalidad. La de la imagen del Santo Cristo de la Caldera tampoco iba a ser menos. Un pastor, hace tanto tiempo, lleva a sus vacas a la fajã y observa un objeto que flotaba en la laguna. Se mete en el agua y rescata una imagen de madera de Jesucristo. La lleva a su casa, la seca, la mima y la deposita en un lugar preferente de su salón. Al día siguiente no estaba, la busca y algo en su interior le conmina a volver a la fajã. Y allí estaba el Cristo. Varias veces repite la maniobra; el pastor lleva la imagen a su casa, apartada algunos kilómetros, y el Cristo amanece en la laguna. Así hasta que alguien interpreta la señal. El Cristo se quería quedar allá abajo y allí se construye su santuario en 1835.

Santuario de Santo Cristo.

Igual de extraña y tan incógnita es la presencia de las almejas en esa laguna. La historia oral atribuye su introducción tanto a un emigrante que retornó, como a un sacerdote que las trajo de alguna zona europea donde estuvo predicando. No parecen ser rigurosas puesto que se sabe que esos bivalvos llevan más de un siglo en esa laguna. La almeja, que habita en la costa occidental del continente y de las islas británicas, solo puede vivir algunas horas fuera del mar y solo cinco días en frigoríficos. Como hace un siglo todavía no se comercializaban las neveras se descartan los argumentos tradicionales. La teoría más plausible es la que apunta que fueron unos ingleses que instalaron, a finales del s XIX, un cable submarino para unir telegráficamente el continente con Azores. El navío debía de traer las almejas en un lugar acondicionado de tal manera que el agua del mar entrara y saliera, garantizando el alimento vivo y fresco. Luego encontraron en la laguna un lugar idóneo para su reproducción y ahora se producen y comercializan.

Laguna de la Caldeira do Santo Cristo.

La Fajã del Santo Cristo de la Caldera tiene otro santuario, el de los surferos que ahí se dirigen para coger las olas casi permanentes que se forman en las proximidades de la laguna. Son pues, senderistas y amantes del surf, los visitantes turísticos de ese lugar remoto, declarado Reserva Natural, que ha resistido, ahora y siempre, a la especulación. En el lugar, donde viven apenas veinte personas, hay algunos pequeños y armoniosos establecimientos rurales. De aquí, hasta la Fajã dos Cubres, hay unos tres kilómetros. Están unidas por un camino rural que bien se hace caminando o bien, exclusivamente, con unos vehículos pequeños adaptados (a modo de taxis–quads) para trasladar a dos personas y algunas mercancías o las tablas de surf. El mínimo tráfico está regulado y solo se permite la circulación en determinadas horas para no molestar a los viandantes y no saturar el lugar.

Ola en el borde de la laguna.

Camino y transporte hacia Fajã dos Cubres, al fondo.

La Fajã de Cubres debe su nombre a una plantita (Solidago sempervirens) oriunda de América, introducida hace siglos y adaptada al ecosistema. A la laguna van pescadores de toda la isla a capturar el camarón, con finas redes, que sirve como carnada para la garoupa (Serranus atricauda), nuestra cabrilla. Es además un espléndido lugar para el avistamiento de aves y está catalogado como Humedal de Importancia Internacional. Y en esa pequeña localidad esperan taxis, previamente concertados, para devolver a los senderistas a la Sierra de Topo. El sendero, pues, es toda una experiencia sensorial y un ejemplo sencillo y agradecido de cómo hacer compatible la naturaleza, el turismo y la economía local. Si ustedes han observado las fotografías que acompañan este artículo habrán percibido que no hay edificios, ni apartamentos, ni hoteles; ni siquiera alguna casa que desentone en el entorno. En Canarias solo los lugares más remotos e inaccesibles han resistido a la destrucción. La geografía los ha salvado; en Azores la geografía ha ayudado pero ha sido la conciencia colectiva la que ha garantizado su supervivencia.

Fajã dos Cubres.

Laguna de la Fajã dos Cubres.

Cubre (Solidago sempervirens)










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