domingo, 25 de noviembre de 2018

AZORES - CANARIAS. V




Angra do Heroísmo. Capital de Terceira.

El sector turístico en Azores está en pleno auge. Lo que, traducido, significa que las islas están en peligro. En el año 2017 tuvo el mayor incremento de visitantes de Portugal, un 21% más que en 2016. De momento ha escapado de la masificación turística, esa vorágine que convierte cualquier lugar en una franquicia transmitida a tiempo real por las redes sociales y por los autorretratos con paisaje al fondo. El archipiélago se encuentra en un momento crucial en el que tendrá que decidir si quiere ser un souvenir o quiere seguir siendo Azores.

En Canarias no nos dieron esa opción, o no supimos exigirla. Las élites enajenaron nuestras costas, se han quedado con el negocio y han convertido a nuestras islas en un ejemplo incuestionable de turismo insostenible. No ha habido el mínimo decoro y los beneficios de este enorme negocio están repartidos según mandan los cánones: dinero a raudales para el empresariado (foráneo y canario) y miserias para la clase trabajadora. Y un consumo irreversible de nuestro territorio, privatización encubierta de la zona costera y expulsión sistemática -basada en el precio de la vivienda y en la insoportable subida de los alquileres- de los sectores empobrecidos hacia los barrios y urbanizaciones más degradadas.

Zona turística de Terceira.

Azores cuenta, de momento, con algunas ventajas que les ha permitido escapar de este modelo turístico tan canario. Parece una incongruencia, pero sus peores condiciones climáticas y la ausencia de grandes playas se han convertido en ventajas. Esas condiciones naturales condiciona el tipo de turista. Haya sido de manera consciente o no, el denominado turismo de la naturaleza se ha impuesto: gente que va a caminar, a hacer submarinismo, a coger olas y a observar cetáceos. A disfrutar, en fin, de la contemplación de unas islas que conservan su idiosincrasia y que todavía no han iniciado el viaje sin retorno hacia la nada. Además hay tres aspectos del sector turístico azoriano que nos diferencia y que merecen ser comentados.

Más de la mitad de las camas destinadas al turismo proceden del denominado Alojamiento Local. Este tipo de alojamiento es muy heterogéneo e incluye desde modestas pensiones a apartamentos medios, desde sencillas casas en zonas agrícolas a lujosos chalets en las afueras de las ciudades. La oferta alojativa suele estar acorde con los servicios que ofrece. E implica que una parte importante del negocio turístico está en manos de la población azoriana.

Esa misma circunstancia acontece en el sector trabajador del turismo. Es inusual encontrarse, en los servicios vinculados al sector (restaurantes, tiendas, personal de los alojamientos, visitas guiadas, alquileres de coches, etc..), con trabajadores y trabajadoras cuyo origen no sea azoriano. La economía turística, al contrario de lo que acontece en Canarias, redunda directamente en la economía de la población local.

Anuncio en una agencia de viajes en Horta, Faial. Modelo turístico majorero.

El tercer aspecto diferenciador es el de la oferta de los centros turísticos públicos. Son numerosos, bien gestionados, con horarios razonables y con precios adecuados a lo que proponen. Una vez más, establecer una comparación con Canarias nos deja en mal lugar. Vivir la sublime experiencia de la red de museos de Fuerteventura puede llevar a cualquier visitante al desquicio. Como visitante nunca sabrá usted cuándo un museo está abierto o no; de hecho algunos de ellos permanecen cerrados desde que se inauguraron. Nunca podrá visitar un museo un domingo (ni un lunes) con lo que se le está negando precisamente la visita a los centros a las personas residentes en la isla el único día que pueden hacerlo. Hay casos singulares como la Casa Museo Unamuno cuyo horario es de funcionario matutino. En otros casos el nivel de preparación del personal que gestiona el museo dista mucho del mínimo exigible porque, al igual que pasa con casi la totalidad del personal del Cabildo y ayuntamientos de la isla, su contratación no depende de su formación sino del vínculo de amistad, familiar o ideológico con el político. En otros casos el contenido del museo no pasaría una mínima prueba de calidad. Para arreglar este desaguisado el Cabildo ha decidido iniciar su privatización, empeorando las condiciones laborales, aumentado los precios de las mercancías que se venden en los establecimientos y desmejorando la información y el servicio.

Es posible que el caso majorero sea el más extremo, por ineficaz y extravagante, de todo el sistema de museos públicos no solo de Canarias, sino del hemisferio norte. Azores ha optado por otro modelo: el que dicta la lógica, la racionalidad y el buen gusto. Los siguientes ejemplos pueden ayudarnos a entenderlo.

No hay excesivas diferencias entre el vulcanismo que dio lugar a Canarias y el que conformó Azores. Ambos archipiélagos cuentan con edificios volcánicos parecidos y con materiales lávicos idénticos. En Azores, al igual que en Canarias, hay lavas cordadas basálticas, pequeños malpaíses, edificios formados por la viscosa traquita; volcanes explosivos de materiales piroclásticos formados en relativo escaso tiempo; estratovolcanes formados por coladas superpuestas durante periodos prolongados; volcanes en escudo; calderas de explosión y calderas formadas por hundimiento; hornitos y enormes tubos volcánicos. La mayor diferencia con respecto al paisaje volcánico canario quizás sea que una parte importante de los conos y calderas volcánicas se han convertido en lagos dada la copiosidad de las lluvias. La naturaleza volcánica se convierte entonces en una impresionante mezcla de elementos.

Caldeira de Faial. Se trata de una enorme caldera cuyo origen es explosiva, colapsando,
más tarde, la cima del edificio. En primer plano se puede ver un domo traquítico. La caldera contenía 
un lago hasta 1958, cuando el Volcán de los Capelinhos fisuró su base.

Estratovolcán de La Graciosa, con una enorme caldera formada
por hundimiento.

Volcán en escudo de Pico. 2350 metros de altitud.

O piquinho, que dentro de una pequeña caldera corona la montaña de Pico.
Se pueden observar grupos de turistas esperando para ascender. Para subir esta montaña 
no hay teleféricos. Se asciende, previo pago, tras tres horas de dura ascensión.
Las visitas están limitadas a doscientas personas por día.

Volvamos al volcán de Capelinhos, el que espoleó la emigración más reciente a Estados Unidos. Sus tierras rojas y todavía no conquistadas por la vegetación resaltan en el paisaje siempre verde de Faial. Se ve el faro que, sorprendentemente, sobrevivió al volcán. Y sin embargo, ahí debajo, construido bajo las lavas y cenizas está el Centro de Interpretación del Volcán de los Capelinhos, perfectamente integrado en el territorio. La entrada cuesta 10 euros, da información detallada e interactiva de la génesis del volcán y de la historia geológica del archipiélago e incluye la visita, conectada desde el interior, al faro.

Volcán de Capelinhos visto desde el faro.

Faro y volcán y, aunque no lo parezca, ahí debajo hay un centro de interpretación.

Cubierta integrada del centro de interpretación.

Su exquisita integración en el paisaje le ha hecho merecedor de varios premios y es una muestra explícita de que las cosas se pueden hacer de manera diferente a como se ha empeñado el poder en hacerlas en Canarias. Salvo excepciones, como el empeño de César Manrique en Lanzarote (tan denostado por la clase política que ahora lo encumbra), se sigue actuando sin ningún criterio que armonice la compleja relación entre el turismo y el territorio insular. En la península de Jandía existe un mirador natural al que actualmente se puede subir por una pista de tierra. La contemplación de Cofete, uno de los escasos lugares casi vírgenes de este archipiélago, estremece. Si ese lugar existiese en Azores un sencillo mirador estaría acondicionado para el disfrute de las vistas. La opción canaria, versión política majorera, es realizar un desproporcionado y descontextualizado edificio con forma de caracola, donde habrá que pagar para observar lo que ahora se puede contemplar gratis. Un paso más en la mercantilización de los espacios naturales, a la que es tan aficionada la clase política canaria.

El vulcanismo azoriano ha dejado, como en Canarias, numerosas y espectaculares grutas: enormes cuevas longitudinales formadas por tubos volcánicos, pero también vaciados de chimenas volcánicas que conforman profundos y verticales espacios subterráneos (llamadas algares). Las más espectaculares se han convertido en recursos turísticos con infraestructuras limitadas a facilitar sus accesos y a completar la información. Si esas grutas estuviesen en Fuerteventura podrían ocurrir dos cosas: que estén mal gestionadas y mal conservadas.

Tubo volcánico en La Graciosa.

La cueva del Llano, en el pueblo de Villaverde (La Oliva) es uno de los tubos volcánicos más grandiosos de Canarias y alberga, además de sus valores geológicos, un arácnido exclusivo de ese espacio, el opilión Maioreus randoi. Si usted ha podido visitar esa cueva ha tenido mucha suerte. Ha permanecido años cerrada a pesar de estar incluida en la Red de Museos de Fuerteventura. A pesar de su reconocido valor en el último año se ha permitido la construcción (todavía en curso) de la urbanización Casilla de Costa que está afectando irremediablemente al tubo volcánico, alterando su frágil entorno y poniendo en peligro la propia estructura de la cueva. Esta situación no es que sea improbable en Azores, es que, simplemente, no existiría tal posibilidad.

La mala gestión de la Cueva del Llano la llevará tarde o temprano a su privatización. Es un modelo no exclusivo de Canarias, ya saben, dejar morir de dejadez un espacio público para justificar su paso al negocio privado. En Azores también existe algo parecido a ese neologismo impuesto que camufla la privatización, la denominada externalización. Pero con una gran diferencia. Las más espectaculares cuevas volcánicas de la isla de Terceira (Gruta do Natal y el Algar do Carvao) están gestionadas por la Asociación Os Companheiros, una asociación naturalista formada en la década de los sesenta del siglo pasado, formado por personas amantes y conocedoras de la naturaleza de la isla. Los ingresos obtenidos por las visitas ayudan a la asociación a seguir organizando actividades educativas destinadas a los residentes y visitantes.

Algar do Enxofre en La Graciosa. Formada por una erupción en
el interior de la caldera.

Algar do Carvão, Terceira. Se trata de una chimenea volcánica
de 45 metros de profundidad.

Estalactitas de sílice en el interior del Algar do Carvão.

Ya hemos visto la relación histórica de Azores con la caza de la ballena y su consecuente industria. La actividad ballenera pasó a ser una actividad económica de importancia en Azores desde la segunda mitad del siglo XIX hasta la década de los sesenta del siglo XX. La caza del cachalote en el archipiélago estuvo limitada a la denominada caza costera, aquella que, gracias a pequeños botes (primero de velas o remos, luego de motor) permitían adentrarse algunas millas hacia el océano, especialmente en las aguas interiores cercanas a las islas. Se crearon varias empresas armadoras de barcos balleneros en algunas islas. El aceite se exportaba principalmente hacia Europa. El negocio conoció su momento de esplendor durante la II Guerra Mundial (con un repunte importante durante la Guerra de Corea). Las guerras deparan destrucción pero establecen coyunturas limitadas para que algunos sectores y algunos territorios obtengan beneficios. Fue el caso de Azores. En un escenario bélico mundial que demandaba grandes cantidades de lubricantes, al tiempo que impedía que las flotas balleneras de los países implicados en la guerra pudiesen continuar con la actividad, la posición geográfica de Azores y la neutralidad política de Portugal, hizo que el archipiélago se convirtiera en el principal productor de aceite de cetáceos del mundo. Los precios alcanzaron su cénit y se batieron récords de ejemplares cazados y de aceite producido. En 1951, las veintiséis embarcaciones azorianas dedicadas a la actividad cazaron 751 cachalotes, lo que supuso una producción de 16 mil barriles de aceite.

A partir de ahí el declive es paulatino. La competencia de los aceites sintéticos, la alternativa de la pesca del atún (que pasaba a ser más rentable) y los convenios internacionales que poco a poco pusieron límite a la caza de ballenas hicieron que en 1987 se cazara el último ejemplar en aguas azorianas.

La caza ballenera en Azores tenía unas particularidades dignas de ser recordadas. La actividad comenzaba en tierra, donde se disponían los vigías en múltiples casetas ubicadas en puntos altos pero cercanos a los pequeños puertos o ensenadas. Cuando un vigía localizaba algún cachalote de inmediato tocaba una corneta o lanzaba un volador que avisaba a las poblaciones cercanas para que se dispusieran a embarcarse. Se cesaban entonces las actividades agrícolas y ganaderas y una parte de los pueblos se organizaba para la tarea. Una vez reunida la tripulación se hacían rápidamente a la mar con sus barcos de velas o remos. Desde su puesto, el vigía iba indicando a las tripulaciones, con un ingenioso sistema de banderas, la posición del cachalote. El timón lo manejaba el oficial y en la proa se ubicaba el arponeador. La pericia del oficial era fundamental para aproximarse al animal. Una vez arponeado el cachalote se procedía a una lucha de tira y afloja con el animal que podía durar entre una y seis horas dependiendo de su fuerza. Una vez muerto, el vigía ponía la bandera a media asta avisando de esta manera al personal de tierra para que preparasen los traóis para la extracción posterior del aceite.


Ambas imágenes corresponden a un puesto de vigía. Sin basuras
ni pintadas. Otro ejemplo del civismo azoriano.

Remolcado a la costa se procedía a su procesamiento, a veces sobre la misma playa de callados. Se realizaba un desmochado, cortando el tocino en trozos cada vez más pequeños para incorporarlo a las calderas. Dado que el sistema rudimentario implicaba el desperdicio de gran cantidad de materia prima el sistema se fue perfeccionando. Se acondicionaron pequeños muelles con guinchos que facilitaban la labor de corte y procesamiento. Además de la obtención de los aceites se empezaron a triturar las carnes y los huesos para fertilizantes agrícolas. Y se buscaba con ahínco el ámbar que algunos ejemplares contenían en sus intestinos y que adquirían gran valor por su utilidad como fijador de perfumes. Su cuero se utilizó para la fabricación de suelas de zapatos y albarcas para los campesinos; sus tendones se aprovecharon para la elaboración de resistentes cuerdas.

Lajes do Pico, ciudad ballenera de Pico.

Antigua zona de explotación ballenera de Horta, Faial.

La caza de ballenas se ha transformado en Azores en una industria turística que abarca dos aspectos. Por una lado han proliferado -en prácticamente todas las islas- pequeñas empresas dedicadas a la observación de cetáceos. No solo de cachalotes sino de algunas de las 37 especies que, de manera permanente u ocasional, nadan por aguas azorianas. Por otro lado la adecuación de espacios museísticos que nos recuerdan el pasado ballenero del archipiélago. Están en casi todas las islas (algunas tienen más de uno), ubicados en los pueblos más implicados históricamente con la actividad, se han rehabilitado almacenes y puestos de vigías y se caracterizan, una vez más, por la falta de presuntuosidad y por sus precios populares. Casi todos son de titularidad pública. Y, cosas de esa gente tan rara, se pueden visitar, gratis, los domingos.


domingo, 18 de noviembre de 2018

AZORES - CANARIAS. IV


El mar fue, durante siglos, el camino hacia la esperanza.

A mediados del siglo XIX el cultivo de la vid sufrió un verdadero desastre: la filoxera y el oídio arrasaron con casi todas las viñas de la isla de Pico. El impacto de la crisis fue tan severo que la emigración se hizo inevitable. Paradójicamente fue el sur de Brasil -la colonia portuguesa que había logrado su independencia apenas unos años antes- el destino prioritario del momento.

La historia de las migraciones humanas es la historia de la humanidad. No hay pueblo, ni lugar ni tiempo que no haya conocido el éxodo. La diáspora es tan humana como el olvido. La gente empobrecida sobra en determinadas coyunturas económicas y sociales. Azores y Canarias comparten siglos de migraciones, millones de vidas cruzando el océano. Casi al mismo tiempo en que la viña desaparecía de la isla de Pico y empujaba a sus habitantes hacia Brasil, la competencia de los colorantes sintéticos hundía los precios de la cochinilla en Canarias y acababa con sus exportaciones. Pico casi se despuebla; Tiscamanita, en Fuerteventura, pasó de tener mil habitantes a quedarse solo en un centenar.

Quién sabe si algunas de aquellas familias azorianas que abandonaron su archipiélago rumbo a Brasil, compartieron penurias con las cientos de familias Canarias que también optaron por ese destino en la segunda mitad del siglo XIX. Quizás algunos azorianos fueron compañeros de revoluciones y de utopías de Juan Perdigón Gutiérrez y de su primo Manuel Perdigón Saavedra, dos majoreros que acabaron por convertirse en dos referencias sobresalientes de las luchas sindicales y anarquistas del sur de Brasil.

La familia de Juan Perdigón (Joao Perdigao en su versión portuguesa) era originaria de Casillas del Ángel, por entonces municipio. Emigraron tres veces a Brasil porque en dos ocasiones regresaron a Fuerteventura intentando progresar en la tierra que les vio nacer. La tercera y definitiva salida de la familia Perdigón Gutiérrez hacia Brasil vino motivada por otra de las circunstancias que afectaban exclusivamente a las clases populares: la huida del reclutamiento militar forzoso. La Guerra de Cuba acababa de iniciarse y el progenitor, ante la certeza de que sería reclutado, embarca clandestinamente, junto a su familia, buscando la libertad.

Canarias y Azores comparten, dentro de sus respectivos estados, las cifras más altas de emigraciones por este motivo. Son datos que se suelen obtener gracias a la publicación de los continuos exhortos que realizaban las autoridades en la prensa. Antes de recurrir a la emigración clandestina los hombres azorianos y canarios utilizaron las más diversas estrategias para evitar el reclutamiento que, aparte de convertirlos en carne de cañón, significaba que sus familias perdieran las únicas vías de ingresos para poder sobrevivir. A menudo se recurrió a la automutilación, pero también al fingimiento de enfermedades o al soborno de funcionarios para que registrara su “escasa altura”; las familias más previsoras llegaron a inscribir a sus hijos varones con nombres femeninos.

Trincheras de la Segunda Guerra Mundial, Biscoitos. Terceira

Por estos y otros motivos la emigración adquiere a menudo el sobrenombre de ilegal y los medios convierten a los pobres en enemigos de los más pobres. El bombardeo mediático fomenta la xenofobia y consigue su efecto deseado: un trabajador canario que cobra 600 euros por cuarenta horas semanales, con condiciones cercanas a la esclavitud, ha logrado ver en el inmigrante africano a su enemigo y no a las empresas que lo explotan ni a la clase política que diseña las leyes que permiten su explotación.

América ha sido la arcadia preferida de canarios y azorianos. Pero determinadas coyunturas políticas y económicas han diferenciado sus destinos. Los datos globales impresionan. Se calcula que un millón y medio de azorianos (y sus descendientes de segunda y tercera generación) viven en América. En las islas es frecuente escuchar que hay más isleños en el extranjero que en el archipiélago.

Algunos descendientes de esas personas, más de diez mil, residen en Hawái, hacia donde emigraron en la segunda mitad del siglo XIX provenientes de Azores y Madeira. Una vez más las crisis agrícolas (en este caso de la naranja) motivó la salida masiva. En Hawái (por entonces Islas Sandwich) ocurría lo contrario y se precisaba mano de obra para el cultivo y los ingenios de la caña de azúcar. De esa emigración queda un singular testimonio, el ukelele, una adaptación del cavaquinhos, un instrumento portugués de cuatro cuerdas.

Estados Unidos ha sido también destino preferente para la población emigrante azoriana. Aunque esta relación se inició hace varios siglos tuvo su apogeo desde finales del siglo XIX hasta la segunda década del siglo XX. En ese momento el endurecimiento de las políticas de inmigración de los Estados Unidos supuso un paréntesis en la relación. Ese es uno de los motivos por el que las islas Bermudas se convierten en un sorprendente destino de la emigración azoriana. La estricta regulación de la inmigración en aquel país hace casi imposible obtener la ciudadanía y residencia con carácter definitivo. Dedicada principalmente al sector de los servicios, la población azoriana en Bermudas -conocedora de que está de paso- mantiene escuelas en portugués en previsión de un regreso inevitable.


El mar a menudo fue una puerta de salida. Pico. Al fondo São Jorge.

Es bastante usual ver ondear banderas canadienses en muchas casas de Azores. Son señas de identidad -mitad agradecimiento, mitad presunción- de la población que emigró a aquel país y que vuelve de visita, con asiduidad, a su origen. La importancia de Canadá como destino migratorio se inicia en la década de 1950 fruto de las políticas de captación de mano de obra del país norteamericano, especialmente para trabajar en labores agrícolas y en los trazados ferroviarios. Concentrados mayoritariamente en Toronto (y en el resto de la provincia de Ontario) se calcula que más de 350 mil azorianos y descendientes viven en Canadá. Solo desde 1960 hasta la actualidad han sido casi 80.000 las personas que abandonaron el archipiélago portugués por el frío canadiense.

Pero ha sido Estados Unidos el principal destino de la emigración azoriana. Solo en los últimos sesenta años casi cien mil personas se trasladaron de manera definitiva desde Azores a la mayor potencia mundial del planeta. Dos hechos históricos marcan esta relación: la caza de las ballenas y los temblores de la tierra.

En el maravilloso libro Moby Dick, Herman Melville escribe: “Un no pequeño número de balleneros proceden de los Azores, donde los navíos de Nantucket echaban anclas para completar sus tripulaciones con los fuertes campesinos de esas islas rocosas”. La caza de la ballena es una de esas actividades que han llevado al límite los límites de la osadía humana. Detrás de sus relatos mitológicos se esconde una actividad que contribuyó al desarrollo de uno de los episodios más importantes de la evolución de las sociedades contemporáneas: La Revolución Industrial.

Antes de explicar cómo las ballenas unieron las vidas de Azores y los EEUU se impone un breve resumen de esta actividad económica. La caza de la ballena con carácter comercial comenzó en la costa este de los EEUU en el siglo XVII, principalmente en las islas de Nantucket, estado de Massachussets. En un primer momento las poblaciones costeras de esa zona aprovechaban los cadáveres de ballenas varadas en sus playas. Parece ser que los cuáqueros asentados en la zona (una de las disidencias religiosas más heterogéneas y menos conocidas) fueron los primeros en advertir que de la grasa de aquellos cadáveres se podía obtener un aceite para lámparas que no desprendía ni humo ni olor.

Como los cadáveres arrojados por el océano eran escasos, a finales de ese siglo se comenzó con la caza costera de la ballena. Su objetivo fue entonces la imponente y pacífica Ballena franca (Eubalaena glacialis), negra, barbada, sin aletas dorsales y permanentemente parasitada por crustáceos.

Su carácter pacífico y confiado ha hecho que el ser humano la haya llevado casi a la extinción. Tampoco la ha ayudado tres aspectos que la convirtieron en el primer objetivo de la caza costera: nada despacio, tiene un volumen de grasa superior a cualquier especie y flota cuando muere. La incipiente actividad económica estaba dividida: los indios nativos salían a cazarlas y arriesgaban sus vidas en pequeñas embarcaciones mientras los colonos británicos controlaban el negocio.

Poco a poco se comenzaron a construir embarcaciones de mayores dimensiones que permitían permanecer en el mar durante dos semanas. El tocino que contenía la grasa era almacenado en barriles hasta tocar nuevamente puerto donde era derretido en calderas para obtener el aceite. Pero pronto aparecerá otro animal que modificará para siempre los horizontes marinos, fomentará las leyendas, relacionará pueblos y convertirá a esta caza en una actividad económica que dará luz, literalmente, al nuevo mundo: el cachalote (Physeter macrocephalus).

El acto fundacional de la caza del cachalote tiene lugar -envuelta en la leyenda- en 1712. La pequeña embarcación que pilotaba un marino residente en Nantucket, Chistoffer Hussey, fue arrastrada por los vientos lejos de la costa. A varias millas de tierra se vio rodeado por un grupo de cachalotes. Hussey cazó a uno y cuando el viento le dio tregua lo condujo a Nantucket donde fue procesado. Y ahí y en ese momento se descubrió que, además del aceite obtenido de la grasa, la cabeza del cachalote escondía un órgano denominado espermacete (también espermaceti).

En la actualidad aún se discute qué función tiene ese órgano. Se especula con que ayuda al cachalote en sus tareas de inmersión y flotabilidad, que puede ser un órgano sexual secundario o que dota a la cabeza del mamífero de tal dureza que le permite defenderse mejor. Incluso para embestir y hundir barcos, como cuando, en 1820, un enorme cachalote hundió el barco Essex (también procedente de Nantucket) que tenía 27 metros de eslora y más de trescientas toneladas de peso. La odisea del Essex es estremecedora y fue la fuente de inspiración principal de la afamada obra de Herman Melville.

El espermacete contiene un aceite de gran calidad, especialmente indicado para la elaboración de velas de gran luminosidad y de lenta combustión. La búsqueda de los cachalotes se hizo entonces intensa y las rutas de caza se ampliaron. Eso trajo cambios significativos en las embarcaciones: aumentaron su tamaño, pero sobre todo, dado que tendrían que estar más tiempo en el mar, se dotaron de try-works. Los try-works son unidades de extracción de aceite formado por calderos de hierro, hornos y chimeneas que a su vez se embutían en estructuras rectangulares de ladrillo para evitar los incendios. Esta expresión inglesa derivó en un azorismo: los try-works acabaron por ser traióis en Azores.

La caza del cachalote imponía nuevas y más osadas rutas. Poco a poco diversos sucesos (Revolución Americana, Guerra anglo-americana y la colmatación continua de su barra y puerto) hizo que Nantucket cediera su protagonismo a la cercana New Bedford, con mejores condiciones. El mundo se iba iluminando gracias al aceite de ballena y la Revolución Industrial exigía grandes cantidades de lubricantes para engrasar las máquinas de las fábricas y de los transportes. A mediados del siglo XIX New Bedford se había convertido en la ciudad con mayor renta per cápita del mundo.

Las grandes rutas oceánicas pasaban inevitablemente por Azores. La ruta más corta salía de la costa este de USA, pasaba por Azores y regresaba por el Caribe siguiendo el ciclo de las corrientes del océano. Las rutas más largas llegaban al Pacífico. La más larga pasaba por Azores, Cabo Verde, traspasaba el Cabo de Buena Esperanza, paraba en Madagascar, entraba en el Índico en dirección al mar de Japón o a Hawái. Este periplo duraba tres años. El regreso se hacía traspasando el Cabo de Hornos, aunque a menudo, dada su peligrosidad, se prefería desandar lo navegado. En ocasiones, después de recalar en Hawái, los balleneros, aprovechando el verano, viajaban al norte, hacia el mar de Bering, en busca de los grandes machos que migraban hacia allí en esa época del año. En cualquier caso, en los viajes de regreso a New Bedford también era frecuente que los balleneros volvieran a recalar en Azores.

Tantas paradas en Azores (donde también se cazaban los cachalotes en verano y otoño) supuso que muchos jóvenes azorianos fuesen enrolados en los buques balleneros. Para muchos, una vez más, supuso la escapatoria para el reclutamiento militar. Optaban pues por “dar el salto” clandestinamente a los barcos americanos fondeados en las proximidades de las costas azorianas. Al caer la noche los aspirantes a fugitivos encendían hogueras, indicadoras de que querían ser embarcados. Desde los buques se enviaba un bote a tierra transportándolos al navío.

Singular sistema de aviso de la llegada de barcos. Monte Brasil. Terceira. 

Detalle del sistema de avisos.

Este fue el origen de la emigración de azorianos a EEUU. En 1880 un tercio de las tripulaciones de la flota de los 3896 barcos balleneros de New Bedford procedía de las Western Islands, nombre con el que eran conocidas las Azores en Norteamérica. Muchos llegaron a ser capitanes u oficiales e incluso armadores. Otros se fueron dedicando a otras profesiones quedándose definitivamente en el continente. Al tiempo, se fue constituyendo en Azores una verdadera industria ballenera en torno a la caza de los cachalotes. Sobre sus particularidades y lo que supuso en la economía y sociedad azoriana volveremos más adelante.

Un segundo momento de la emigración masiva desde Azores a Estados Unidos tendrá su origen en otro y muy diferente motivo. El 27 de septiembre de 1957, tras varios avisos sísmicos, el mar, a un escaso kilómetro de la Punta de Capelo en la isla de Faial, entra en ebullición. Curiosamente el primero en percatarse fue un vigía que oteaba el mar en busca de ballenas. Fue el comienzo de la erupción del volcán submarino hoy conocido como Volcán de los Capelinhos. Poco a poco fue emergiendo hasta establecer un itsmo que lo unió con la isla. Las cenizas cubrieron gran parte de Faial, muchas casas quedaron sepultadas y los temblores fueron constantes. No hubo muertes pero supuso el despoblamiento de la mitad de la población de la isla y de un éxodo enorme de azorianos del resto del archipiélago hacia Estados Unidos.

Al fondo el volcán de Capelinhos en la actualidad

Vista del faro y volcán de Capelinhos desde el interior de una torre de vigía.

En aquel entonces un joven senador del estado de Massachusetts, consiguió los apoyos necesarios para aprobar (en septiembre de 1958) una ley denominada “Azorean Refugee Act” que permitiría la inmigración por motivos humanitarios a Estados Unidos. El senador era John F. Kennedy, posterior presidente del país.

En una primera fase fueron diligenciados 1.500 visados para “los cabezas de familia” de la isla de Faial. Una enmienda posterior aumentó los visados de tal manera que afectaron a 12.000 personas. Pero debido a los mecanismos de reunificación familiar en las décadas siguientes han sido cerca de 175.000 personas del archipiélago las que definitivamente se trasladaron a los Estados Unidos de América. Las banderas de las barras y estrellas ondean, como las canadienses, en muchas casas de Azores. Gente que tiene dos patrias porque pudo emigrar, sorteando, a duras penas, los mares, las fronteras y el racismo.



sábado, 10 de noviembre de 2018

AZORES - CANARIAS III


En primer plano cedros do mato; al fondo emerge entre
el mar de nubes, la montaña de Pico. 

Una de las razones que nos pueden ayudar a entender el uso cívico de los lugares públicos, la calidad medioambiental y el ordenamiento urbano en Azores es su evolución demográfica y su número de visitantes. En 1860 Azores estaba poblada por doscientos cuarenta mil habitantes, cifra coincidente con la población en aquel momento de Canarias. Un siglo y medio después, Azores sigue manteniendo una cifra similar; en Canarias estamos por encima de los dos millones cien mil habitantes.

La presión demográfica sobre los territorios insulares produce conflictividad, pérdida irreversible de los recursos naturales y deterioro de los espacios y servicios públicos. En el año 2016 Azores recibió 620 mil turistas; Canarias 15 millones. Y cada vez que se bate un récord de visitantes en Canarias el espectáculo de júbilo que dan las autoridades del sector raya la indecencia y la inconsciencia. Fuerteventura, en ese mismo año, se convirtió en la isla del mundo que recibe más turistas en relación a sus habitantes (algo más de 28 turistas por residente).

Turismo en temporada alta en Pico. Al fondo la isla de Faial.

Lejos de poner freno o de buscar medidas compensatorias (como las tasas turísticas) el futuro inmediato se plantea desolador. La Ley del Suelo dará rienda suelta a la construcción de nuevas plazas alojativas. Recientemente Marcial Morales (presidente del Cabildo de Fuerteventura) y Blas acosta (vicepresidente y consejero de Turismo) manifestaban su alegría porque la nueva ley y el planeamiento insular van a permitir la construcción de 28 mil nuevas plazas en la isla. El indecoro llega a su máxima expresión cuando anuncian que “valorando aspectos territoriales y ecológicos la capacidad de carga de Fuerteventura está lejos del agotamiento”. Estamos gobernados por psicópatas medioambientales.

La regulación demográfica de Azores corresponde a tres aspectos. Su geografía, su dinámica histórica y su apuesta por un turismo sostenible. El clima y la ausencia de grandes playas han mantenido al Archipiélago al margen del turismo de masas. A este sector volveremos más adelante.

La evolución histórica de Azores reúne multitud de paralelismos con la de Canarias hasta la mitad del siglo XX. También algunas diferencias. La más evidente es que antes de la colonización portuguesa no existía en Azores población nativa. Es evidente que este hecho crea una referencia histórica – la sociedad indígena anterior a la conquista- que en Canarias es evocada como señal identitaria y que, de una forma u otra, tiene vigencia y trascendencia en multitud de aspectos culturales y políticos. Tal circunstancia no existe en Azores, pero sí la consciencia de formar parte de un territorio en el que la insularidad y la lejanía del continente condiciona de manera permanente la vida de sus habitantes.

Portugal es un estado administrativamente centralizado que tiene dos excepciones: Azores y Madeira. Ambas son regiones autónomas y ambas son territorios ultraperiféricos de la Unión Europea. No hay pues, en la actualidad, diferencia de status con Canarias, en donde, además, sus élites se aprovechan de un régimen económico y fiscal del que carece Azores. Es perceptible, a poco que observemos, que la gestión de las ayudas recibidas desde Europa es diametralmente opuesta en ambos archipiélagos. Aquí han servido, sobre todo, para acrecentar las fortunas empresariales, para aumentar las distancias entre pobres y ricos, para destruir el territorio y, además, se han mostrado ineficaces (al igual que el REF) para atenuar el desempleo. No nos cabe duda de que en Azores (y en cualquier lugar) las ayudas habrán servido para crear redes clientelares y para engordar a parásitos. La corrupción es consustancial al poder. Pero no son necesarios sesudos análisis para comprobar que una parte importante de esos fondos han repercutido en la mejora de la calidad de vida de la sociedad azoriana: no hay infraestructuras innecesarias y sí han generado una economía más diversificada y, sobre todo, han disminuido el nivel de dependencia con el exterior.

Volveremos a poner algunos ejemplos cotidianos de esa realidad. Pero antes algunas curiosidades que vinculan el pasado con el presente azoriano.

Caminar en Azores no es solo un disfrute visual, es también una oportunidad para conocer su geografía y su historia. Eso es posible gracias a una red de senderos bien diseñados. La mayoría de ellos combinan diferentes escenarios que permiten pasar de un frondoso bosque de laurisilva a atravesar un pequeño pueblo; de estar caminando entre viejos viñedos a aparecer en la costa donde no habrá edificios monstruosos de apartamentos ni hoteles de franquicias. Y cualquier recuerdo de los duros tiempos pasados es reconocido, protegido y cuidado.

Salto do Prego; en el bosque de laurisilva de Faial da Terra. Sao Miguel.

Sirva un ejemplo. El norte de la isla de Pico es un paisaje marcado por el cultivo de la vid que recuerda a La Geria lanzaroteña, uno de los escasos paisajes agrarios canarios que han sobrevivido a la destrucción y al abandono. Este paisaje está declarado Patrimonio de la Humanidad y en la pequeña localidad (menos de cien habitantes) de Lajido existe un pequeño museo insertado en un magnífico sendero donde se entiende qué ha supuesto para la isla el cultivo de la vid.

Corrales de viñas abandonados en Pico, 

Cultivos en corrales, Pico.

Amén de sus buenos vinos (producidos por pequeñas empresas y alguna cooperativa) llama la atención dos vestigios, recuerdos sobre la lava del duro pasado agrícola, las relheiras y las rola-pipas.

Las relheiras son las huellas de las ruedas de los carros sobre el suelo rocoso de Azores. Están presentes en todas las islas pero en la zona vinícola de Pico son abundantes. Y evocadoras: casi se puede sentir el ruido de las ruedas -reforzadas con aros de hierro- que durante siglos trasladaban a personas y arreaban cargas agrícolas movidas por los bueyes.

 Camino de São Brás. Terceira

 Relheiras en Lajido, Pico.

Relheiras sobre lavas cordadas en la costa oeste de Pico.

Hasta hace apenas un año se sabía de su existencia en ocho de las nueve islas del archipiélago pero recientemente se han descubierto algunas en la pequeña isla de Corvo. Ese descubrimiento ha sido posible gracias a un programa (Inventario y protección de las Relherias) impulsado por la Universidad de Azores que ha encontrado apoyo político y que evalúa el potencial turístico de este patrimonio etnográfico. A menudo las relherias desembocaban en la costa. La falta de puertos útiles y el agreste suelo volcánico impedía el embarque de los vinos. A base de esfuerzo y sudores la población de Pico logró hacer pequeñas rampas excavadas, denominadas rola–pipas, por donde rodaban los barriles para poder ser embarcados. No se trata, pues, de solemnes edificios sino de pequeños testimonios que ayudan a comprender parte de la historia del archipiélago; huellas que nos dicen que por aquí pasamos y por aquí sufrimos.

Rola - pipas en la costa oeste de Pico. Al fondo Faial, hacia donde
embarcaban los barriles de vino.

El agravio comparativo con nuestro patrimonio etnográfico es desesperante. Salvo excepciones muy localizadas (a menudo fruto más de la perseverancia de algunos técnicos y colectivos que del interés institucional) el patrimonio histórico de Canarias languidece, se desmorona y llora su abandono. Son tantos los casos de la desidia institucional en la protección patrimonial que mejor no hacer un recuento. Solo podemos sentir envidia y no tenemos la menor duda de que si Azores hubiese tenido una historia preeuropea su patrimonio arqueológico estaría estudiado, preservado y convertido en un recurso cultural y turístico. Si lo hacen con unas huellas de carro ¿qué no harían de tener nuestro maravilloso y abandonado patrimonio indígena?

Veamos, en un recorrido, un ejemplo de la gestión del patrimonio medioambiental en Azores. Las fajãs son terrenos de poca inclinación que se introducen como lenguas en el mar. Contrastan con los acantilados verticales que conforman gran parte de la geografía costera azoriana. Las fajãs tienen dos orígenes geológicos. Unas son lenguas de lavas, otras son detríticas, formadas por materiales de los acantilados que se han erosionado. Existen en casi todas las islas pero la que tiene mayor número (setenta y cuatro), y quizás las más espectaculares, es São Jorge. De ellas destacan las de Cubres y la de la Caldera del Santo Cristo que, además, albergan las dos únicas lagunas costeras del archipiélago.


Bosque, acantilados y fajãs en São Jorge.

Uno de los senderos más emocionantes de São Jorge desciende desde la Sierra de Topo hasta la Fajã de la Caldera del Santo Cristo y desde allí continúa hasta la Fajã dos Cubres. El descenso se realiza primero entre pastos y luego en un bosque de laurisilva; el agua fluye por los barrancos cubiertos de brezos, cedros do mato y aceviños, las vistas nos empequeñecen y el océano se muestra extrañamente plácido. El camino es tan hermoso que produce esa contradictoria sensación de querer llegar pero, al mismo tiempo, desear que no se acabe.

Sierra de Topo. São Jorge. 

Descenso entre cedros do matos y laurisilva.

Arroyo y puente antiguo.

Fajã da Caldeira do Santo Cristo.

Las leyendas religiosas se repiten sin mucha originalidad. La de la imagen del Santo Cristo de la Caldera tampoco iba a ser menos. Un pastor, hace tanto tiempo, lleva a sus vacas a la fajã y observa un objeto que flotaba en la laguna. Se mete en el agua y rescata una imagen de madera de Jesucristo. La lleva a su casa, la seca, la mima y la deposita en un lugar preferente de su salón. Al día siguiente no estaba, la busca y algo en su interior le conmina a volver a la fajã. Y allí estaba el Cristo. Varias veces repite la maniobra; el pastor lleva la imagen a su casa, apartada algunos kilómetros, y el Cristo amanece en la laguna. Así hasta que alguien interpreta la señal. El Cristo se quería quedar allá abajo y allí se construye su santuario en 1835.

Santuario de Santo Cristo.

Igual de extraña y tan incógnita es la presencia de las almejas en esa laguna. La historia oral atribuye su introducción tanto a un emigrante que retornó, como a un sacerdote que las trajo de alguna zona europea donde estuvo predicando. No parecen ser rigurosas puesto que se sabe que esos bivalvos llevan más de un siglo en esa laguna. La almeja, que habita en la costa occidental del continente y de las islas británicas, solo puede vivir algunas horas fuera del mar y solo cinco días en frigoríficos. Como hace un siglo todavía no se comercializaban las neveras se descartan los argumentos tradicionales. La teoría más plausible es la que apunta que fueron unos ingleses que instalaron, a finales del s XIX, un cable submarino para unir telegráficamente el continente con Azores. El navío debía de traer las almejas en un lugar acondicionado de tal manera que el agua del mar entrara y saliera, garantizando el alimento vivo y fresco. Luego encontraron en la laguna un lugar idóneo para su reproducción y ahora se producen y comercializan.

Laguna de la Caldeira do Santo Cristo.

La Fajã del Santo Cristo de la Caldera tiene otro santuario, el de los surferos que ahí se dirigen para coger las olas casi permanentes que se forman en las proximidades de la laguna. Son pues, senderistas y amantes del surf, los visitantes turísticos de ese lugar remoto, declarado Reserva Natural, que ha resistido, ahora y siempre, a la especulación. En el lugar, donde viven apenas veinte personas, hay algunos pequeños y armoniosos establecimientos rurales. De aquí, hasta la Fajã dos Cubres, hay unos tres kilómetros. Están unidas por un camino rural que bien se hace caminando o bien, exclusivamente, con unos vehículos pequeños adaptados (a modo de taxis–quads) para trasladar a dos personas y algunas mercancías o las tablas de surf. El mínimo tráfico está regulado y solo se permite la circulación en determinadas horas para no molestar a los viandantes y no saturar el lugar.

Ola en el borde de la laguna.

Camino y transporte hacia Fajã dos Cubres, al fondo.

La Fajã de Cubres debe su nombre a una plantita (Solidago sempervirens) oriunda de América, introducida hace siglos y adaptada al ecosistema. A la laguna van pescadores de toda la isla a capturar el camarón, con finas redes, que sirve como carnada para la garoupa (Serranus atricauda), nuestra cabrilla. Es además un espléndido lugar para el avistamiento de aves y está catalogado como Humedal de Importancia Internacional. Y en esa pequeña localidad esperan taxis, previamente concertados, para devolver a los senderistas a la Sierra de Topo. El sendero, pues, es toda una experiencia sensorial y un ejemplo sencillo y agradecido de cómo hacer compatible la naturaleza, el turismo y la economía local. Si ustedes han observado las fotografías que acompañan este artículo habrán percibido que no hay edificios, ni apartamentos, ni hoteles; ni siquiera alguna casa que desentone en el entorno. En Canarias solo los lugares más remotos e inaccesibles han resistido a la destrucción. La geografía los ha salvado; en Azores la geografía ha ayudado pero ha sido la conciencia colectiva la que ha garantizado su supervivencia.

Fajã dos Cubres.

Laguna de la Fajã dos Cubres.

Cubre (Solidago sempervirens)