jueves, 27 de marzo de 2014

Hace dos años


Hace dos años que miles de personas se manifestaron públicamente contra las prospecciones petrolíferas en Canarias. Las manifestaciones fueron multitudinarias en Lanzarote y Fuerteventura pero en otras islas se oyeron también miles de voces contra el próposito de la multinacional Repsol y el Gobierno de España de imponer su negocio en contra de la voluntad popular. Han pasado dos años y, por diversas circunstancias, Repsol no ha puesto su pica en nuestras aguas. La efeméride permite determinar algunas reflexiones; estas son algunas.

La potencia ciudadana

Aquellas manifestaciones fueron fruto, sobre todo, de la capacidad organizativa de la ciudadanía. Un grupo importante de personas dedicó su tiempo y su energía a explicar la amenaza que se avecinaba, a reunir y trasladar información, a realizar acciones preparatorias y, en definitiva, a lograr que se extendiera la necesidad de que se les tomara en cuenta. No hicieron falta muchos argumentos: una parte importante de la sociedad comprendió que la amenaza no era ficticia y, que de llevarse a cabo, las repercusiones que tendría sobre la economía, el medio ambiente y el tejido social de estas islas podían ser irreparables.

Estas manifestaciones tenían antecedentes recientes. Las mayores manifestaciones populares de la última década en Canarias tuvieron como objetivos la paralización de proyectos desarrollistas e innecesarios que solo pueden ser justificados por los intereses de grupos empresariales y políticos, valga la redundancia. En Tenerife hasta cinco impresionantes manifestaciones se materializaron en contra del tendido eléctrico que afectaría a los montes del sur y contra la construcción del puerto de Granadilla. En ambos casos fue también la ciudadanía la que se implicó y organizó participando de experiencias autogestionadas y ofreciendo resistencia ante los poderes políticos y económicos. Las motivaciones ecologistas, en sentido amplio, han logrado generar más contestación pública y más fórmulas de activismo político que la situaciones derivadas de indicadores sociales que, en buena lógica, deberían haber movilizado un día sí y otro también a tantas y tantas personas cuyas vidas se ven afectadas por las decisiones que han tomado los poderes. Los índices de desempleo, de pobreza, de precariedad, de exclusión; el deterioro de los servicios sociales, de la sanidad, de la educación; la corrupción generalizada de la clase política, las leyes injustas o el robo financiero no han motivado, con el mismo énfasis, la protesta ciudadana en nuestro país. Las razones de esta descompensación son muchas pero lograr identificarlas con nitidez es extremadamente complejo. Queda pendiente para otras reflexiones.

Los medios y los fines

Un hecho significativo diferencia las grandes manifestaciones de Tenerife a las que tuvieron lugar hace dos años contra las prospecciones petrolíferas, En Tenerife la gente se tuvo que enfrentar contra todos los grandes partidos políticos y contra todos los medios de información. El PSOE, el PP y CC formaron un frente común en defensa de sus intereses económicos. La prensa, radios y televisiones hicieron campaña desmovilizadora y solo informaron cuando los acontecimientos los superaban, ofreciendo pequeñas columnas de opinión para dar una ridícula apariencia de neutralidad. La Televisión Canaria se puso en la labor de desinformación siguiendo las directrices políticas: no solo no informaba sino que participó activamente en la defensa del proyecto de Granadilla volcando anuncios con dinero público o cifrando en dos mil personas la asistencia a una manifestación que la policía local había cifrado en más de setenta mil.

En el asunto de las prospecciones petrolíferas CC y el PSOE, arrastrados por las encuestas sociológicas y animados por el espíritu electoralista, desplegaron todo su aparato propagandístico para coincidir, al menos en el plano teórico, con la voluntad popular contestataria por primera vez en la historia reciente de este archipiélago. Un mes antes de las manifestaciones Repsol también había desembarcado con sus asesores de marketing, se reunieron con los directores de los medios canarios, despacho por despacho, y lograron, vaya usted a saber cómo, que algunas radios y periódicos empezaran a publicar reportajes y titulares que convencieran de las bondades económicas que iban a generar las extracciones petrolíferas. Se publicaron sin ningún pudor ni rectificación los datos que ofrecía Repsol y el periodista de La Provincia Julio Gutiérrez, en un impresionante ejemplo de periodismo de investigación, logró encontrar un canario que trabajaba en una plataforma de Repsol en Tarragona para hablarnos de la pulcritud de su trabajo y de las excelentes medidas de seguridad de la compañía.

Con las prospecciones petrolíferas el despliegue de la televisión y radio autonómicas fue, y está siendo, inversamente proporcional al silencio que dispensan a cualquier posibilidad de crítica en cualquier otro asunto que afecte a su dueño de facto, el Gobierno de Canarias. Las prospecciones petrolíferas se han convertido en la noticia que más cobertura ha recibido de la televisión pública y su tratamiento informativo, tan sesgado como propagandístico, ha convertido en figuras mediáticas ecologistas a Paulino Rivero, Mario Cabrera o Pedro San Ginés. Una trasmutación fruto de la sociedad del espectáculo: los que ahora, de súbito, defienden la biodiversidad marina no tuvieron escrúpulos en descatalogar el sebadal para permitir las obras de Granadilla.

En el sumidero de las contradicciones

Los movimientos ciudadanos que impulsaron aquellas manifestaciones asumieron desde el principio que el No a las prospecciones carecía de sentido ideológico si no se aceptaba la necesidad urgente de impulsar un nuevo modelo energético para Canarias. De ahí que las pancartas y eslóganes de aquellas manifestaciones expresaran esa coherente reivindicación. Y tal modelo solo puede estar basado en las energías limpias y renovables, en su titularidad pública y en el control ciudadano. Y ahí es cuando toda la fuerza ecológica de la clase política canaria queda con el culo al aire.

El ejemplo de Fuerteventura es diáfano: en estos dos años no se ha instalado ni un nuevo autogenerador eólico; los proyectos para huertos solares y pequeñas instalaciones de energías limpias están paralizadas; el Gobierno de Canarias ha aprobado un nuevo tendido eléctrico de alta tensión en la isla para conectar las centrales térmicas convencionales; el Valle de Agando queda recalificado como suelo industrial estratégico para permitir la instalación de infraestructuras y empresas del sector energético tradicional pero, eso sí, tendremos un Parque Tecnológico con edificios bioclimáticos que albergarán las nuevas oficinas de las empresas constructoras majoreras.

La realidad es difícil disfrazarla. Hace apenas unos meses el Gobierno de Canarias aprobó las Directrices de Ordenación Sectorial de Energía (DOSE) que sustituyen al Plan Energético de Canarias (PECAN), ese que en su última actualización aseguraba que en el año 2015 Canarias alcanzaría un 30% de producción energética basada en las renovables (en la actualidad solo se ha llegado al 6%). Las directrices consagran que el negocio energético quede en exclusivas manos privadas, deja sin competencias a las administraciones locales para la planificación del sector y, sobre todo, admite al gas como animal de compañía energético, limpio y renovable. El futuro energético de Canarias pasará, gracias al PSOE y CC, por un combustible fósil, escaso como el petróleo, contaminante y altamente peligroso. No se trata de una contradicción, se trata de una decisión política impulsada desde hace años que ahora toma cuerpo, casi secretamente, sin debate ni propaganda.

¿Un modelo?

Dentro de los argumentos que se exponen para oponerse a las prospecciones petrolíferas están los que acentúan las graves consecuencias que un posible derrame pudiese tener en el sector turístico sobre el que bascula la economía de Canarias ,especialmente en Fuerteventura y Lanzarote. Incluso se opina que, sin ocasionarse un accidente, la industria petrolífera ya incidirá negativamente sobre el sector. La primera hipótesis es evidente: la economía de las islas sufriría una crisis traumática si un vertido similar al del Golfo de México llegara a producirse en nuestras costas. La segunda situación hipotética es más cuestionable pero concedamos que el principio de precaución aconseja no someter a tensiones un sector económico que se muestra, a menudo, impredecible.

Es lógico que la clase política y los empresarios del sector hayan incorporado a la oposición a las prospecciones un discurso que defiende sus intereses. Pero resulta paradójico que desde posiciones ecologistas y de izquierda se haga una defensa acrítica de un sector económico -el turismo- que está controlado por empresas extranjeras y cuya expresión autóctona es la de un empresariado que pertenece a ese mínimo porcentaje de personas que acapara el sesenta por ciento de la riqueza del país, que no duda en aumentar las tasas de explotación de sus trabajadores, que no han tenido el menor miramiento en arrasar nuestro medio ambiente, en saltarse todas las normas y leyes y en evadir sus impuestos con fórmulas legales o ilegales. Que un empresario del sector manifieste que nuestro petróleo es el turismo tiene toda la lógica: es su negocio. Pero que analistas, profesores y portavoces ecologistas defiendan el turismo porque es el modelo de desarrollo que hemos elegido no hay por dónde cogerlo. En esta tierra nunca hemos tenido la oportunidad de elegir nada. Siempre nos han impuesto sus planes sin tener en cuenta nuestra opinión y sin pensar en el bien común. La actual crisis del sistema es el mejor (y el peor) de los ejemplos de cómo funciona el sector: con las mejores cifras de turistas y de ocupación de la historia, el desempleo no baja pero sí sube la precariedad y la explotación de los trabajadores y trabajadoras hasta límites desconocidos en cuarenta años de desarrollismo turístico.

A veces nos transformamos

Los procesos de contestación ciudadana son complejos por su propia composición heterogénea. En la multitud se reúnen aspiraciones tan diversas como lo son sus integrantes. Esa es su inconsistencia pero también su principal virtud. En el camino aparecen los conflictos, los oportunismos, las tensiones. Pero Canarias ha conseguido ofrecer, a través de su voz colectiva, un ejemplo del que tal vez no seamos plenamente conscientes: el primer pueblo que decide que no quiere extraer su petróleo; el primer pueblo que se manifestó por un futuro limpio y renovable, que es lo mismo que reivindicar que queremos futuro.

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