domingo, 18 de noviembre de 2018

AZORES - CANARIAS. IV


El mar fue, durante siglos, el camino hacia la esperanza.

A mediados del siglo XIX el cultivo de la vid sufrió un verdadero desastre: la filoxera y el oídio arrasaron con casi todas las viñas de la isla de Pico. El impacto de la crisis fue tan severo que la emigración se hizo inevitable. Paradójicamente fue el sur de Brasil -la colonia portuguesa que había logrado su independencia apenas unos años antes- el destino prioritario del momento.

La historia de las migraciones humanas es la historia de la humanidad. No hay pueblo, ni lugar ni tiempo que no haya conocido el éxodo. La diáspora es tan humana como el olvido. La gente empobrecida sobra en determinadas coyunturas económicas y sociales. Azores y Canarias comparten siglos de migraciones, millones de vidas cruzando el océano. Casi al mismo tiempo en que la viña desaparecía de la isla de Pico y empujaba a sus habitantes hacia Brasil, la competencia de los colorantes sintéticos hundía los precios de la cochinilla en Canarias y acababa con sus exportaciones. Pico casi se despuebla; Tiscamanita, en Fuerteventura, pasó de tener mil habitantes a quedarse solo en un centenar.

Quién sabe si algunas de aquellas familias azorianas que abandonaron su archipiélago rumbo a Brasil, compartieron penurias con las cientos de familias Canarias que también optaron por ese destino en la segunda mitad del siglo XIX. Quizás algunos azorianos fueron compañeros de revoluciones y de utopías de Juan Perdigón Gutiérrez y de su primo Manuel Perdigón Saavedra, dos majoreros que acabaron por convertirse en dos referencias sobresalientes de las luchas sindicales y anarquistas del sur de Brasil.

La familia de Juan Perdigón (Joao Perdigao en su versión portuguesa) era originaria de Casillas del Ángel, por entonces municipio. Emigraron tres veces a Brasil porque en dos ocasiones regresaron a Fuerteventura intentando progresar en la tierra que les vio nacer. La tercera y definitiva salida de la familia Perdigón Gutiérrez hacia Brasil vino motivada por otra de las circunstancias que afectaban exclusivamente a las clases populares: la huida del reclutamiento militar forzoso. La Guerra de Cuba acababa de iniciarse y el progenitor, ante la certeza de que sería reclutado, embarca clandestinamente, junto a su familia, buscando la libertad.

Canarias y Azores comparten, dentro de sus respectivos estados, las cifras más altas de emigraciones por este motivo. Son datos que se suelen obtener gracias a la publicación de los continuos exhortos que realizaban las autoridades en la prensa. Antes de recurrir a la emigración clandestina los hombres azorianos y canarios utilizaron las más diversas estrategias para evitar el reclutamiento que, aparte de convertirlos en carne de cañón, significaba que sus familias perdieran las únicas vías de ingresos para poder sobrevivir. A menudo se recurrió a la automutilación, pero también al fingimiento de enfermedades o al soborno de funcionarios para que registrara su “escasa altura”; las familias más previsoras llegaron a inscribir a sus hijos varones con nombres femeninos.

Trincheras de la Segunda Guerra Mundial, Biscoitos. Terceira

Por estos y otros motivos la emigración adquiere a menudo el sobrenombre de ilegal y los medios convierten a los pobres en enemigos de los más pobres. El bombardeo mediático fomenta la xenofobia y consigue su efecto deseado: un trabajador canario que cobra 600 euros por cuarenta horas semanales, con condiciones cercanas a la esclavitud, ha logrado ver en el inmigrante africano a su enemigo y no a las empresas que lo explotan ni a la clase política que diseña las leyes que permiten su explotación.

América ha sido la arcadia preferida de canarios y azorianos. Pero determinadas coyunturas políticas y económicas han diferenciado sus destinos. Los datos globales impresionan. Se calcula que un millón y medio de azorianos (y sus descendientes de segunda y tercera generación) viven en América. En las islas es frecuente escuchar que hay más isleños en el extranjero que en el archipiélago.

Algunos descendientes de esas personas, más de diez mil, residen en Hawái, hacia donde emigraron en la segunda mitad del siglo XIX provenientes de Azores y Madeira. Una vez más las crisis agrícolas (en este caso de la naranja) motivó la salida masiva. En Hawái (por entonces Islas Sandwich) ocurría lo contrario y se precisaba mano de obra para el cultivo y los ingenios de la caña de azúcar. De esa emigración queda un singular testimonio, el ukelele, una adaptación del cavaquinhos, un instrumento portugués de cuatro cuerdas.

Estados Unidos ha sido también destino preferente para la población emigrante azoriana. Aunque esta relación se inició hace varios siglos tuvo su apogeo desde finales del siglo XIX hasta la segunda década del siglo XX. En ese momento el endurecimiento de las políticas de inmigración de los Estados Unidos supuso un paréntesis en la relación. Ese es uno de los motivos por el que las islas Bermudas se convierten en un sorprendente destino de la emigración azoriana. La estricta regulación de la inmigración en aquel país hace casi imposible obtener la ciudadanía y residencia con carácter definitivo. Dedicada principalmente al sector de los servicios, la población azoriana en Bermudas -conocedora de que está de paso- mantiene escuelas en portugués en previsión de un regreso inevitable.


El mar a menudo fue una puerta de salida. Pico. Al fondo São Jorge.

Es bastante usual ver ondear banderas canadienses en muchas casas de Azores. Son señas de identidad -mitad agradecimiento, mitad presunción- de la población que emigró a aquel país y que vuelve de visita, con asiduidad, a su origen. La importancia de Canadá como destino migratorio se inicia en la década de 1950 fruto de las políticas de captación de mano de obra del país norteamericano, especialmente para trabajar en labores agrícolas y en los trazados ferroviarios. Concentrados mayoritariamente en Toronto (y en el resto de la provincia de Ontario) se calcula que más de 350 mil azorianos y descendientes viven en Canadá. Solo desde 1960 hasta la actualidad han sido casi 80.000 las personas que abandonaron el archipiélago portugués por el frío canadiense.

Pero ha sido Estados Unidos el principal destino de la emigración azoriana. Solo en los últimos sesenta años casi cien mil personas se trasladaron de manera definitiva desde Azores a la mayor potencia mundial del planeta. Dos hechos históricos marcan esta relación: la caza de las ballenas y los temblores de la tierra.

En el maravilloso libro Moby Dick, Herman Melville escribe: “Un no pequeño número de balleneros proceden de los Azores, donde los navíos de Nantucket echaban anclas para completar sus tripulaciones con los fuertes campesinos de esas islas rocosas”. La caza de la ballena es una de esas actividades que han llevado al límite los límites de la osadía humana. Detrás de sus relatos mitológicos se esconde una actividad que contribuyó al desarrollo de uno de los episodios más importantes de la evolución de las sociedades contemporáneas: La Revolución Industrial.

Antes de explicar cómo las ballenas unieron las vidas de Azores y los EEUU se impone un breve resumen de esta actividad económica. La caza de la ballena con carácter comercial comenzó en la costa este de los EEUU en el siglo XVII, principalmente en las islas de Nantucket, estado de Massachussets. En un primer momento las poblaciones costeras de esa zona aprovechaban los cadáveres de ballenas varadas en sus playas. Parece ser que los cuáqueros asentados en la zona (una de las disidencias religiosas más heterogéneas y menos conocidas) fueron los primeros en advertir que de la grasa de aquellos cadáveres se podía obtener un aceite para lámparas que no desprendía ni humo ni olor.

Como los cadáveres arrojados por el océano eran escasos, a finales de ese siglo se comenzó con la caza costera de la ballena. Su objetivo fue entonces la imponente y pacífica Ballena franca (Eubalaena glacialis), negra, barbada, sin aletas dorsales y permanentemente parasitada por crustáceos.

Su carácter pacífico y confiado ha hecho que el ser humano la haya llevado casi a la extinción. Tampoco la ha ayudado tres aspectos que la convirtieron en el primer objetivo de la caza costera: nada despacio, tiene un volumen de grasa superior a cualquier especie y flota cuando muere. La incipiente actividad económica estaba dividida: los indios nativos salían a cazarlas y arriesgaban sus vidas en pequeñas embarcaciones mientras los colonos británicos controlaban el negocio.

Poco a poco se comenzaron a construir embarcaciones de mayores dimensiones que permitían permanecer en el mar durante dos semanas. El tocino que contenía la grasa era almacenado en barriles hasta tocar nuevamente puerto donde era derretido en calderas para obtener el aceite. Pero pronto aparecerá otro animal que modificará para siempre los horizontes marinos, fomentará las leyendas, relacionará pueblos y convertirá a esta caza en una actividad económica que dará luz, literalmente, al nuevo mundo: el cachalote (Physeter macrocephalus).

El acto fundacional de la caza del cachalote tiene lugar -envuelta en la leyenda- en 1712. La pequeña embarcación que pilotaba un marino residente en Nantucket, Chistoffer Hussey, fue arrastrada por los vientos lejos de la costa. A varias millas de tierra se vio rodeado por un grupo de cachalotes. Hussey cazó a uno y cuando el viento le dio tregua lo condujo a Nantucket donde fue procesado. Y ahí y en ese momento se descubrió que, además del aceite obtenido de la grasa, la cabeza del cachalote escondía un órgano denominado espermacete (también espermaceti).

En la actualidad aún se discute qué función tiene ese órgano. Se especula con que ayuda al cachalote en sus tareas de inmersión y flotabilidad, que puede ser un órgano sexual secundario o que dota a la cabeza del mamífero de tal dureza que le permite defenderse mejor. Incluso para embestir y hundir barcos, como cuando, en 1820, un enorme cachalote hundió el barco Essex (también procedente de Nantucket) que tenía 27 metros de eslora y más de trescientas toneladas de peso. La odisea del Essex es estremecedora y fue la fuente de inspiración principal de la afamada obra de Herman Melville.

El espermacete contiene un aceite de gran calidad, especialmente indicado para la elaboración de velas de gran luminosidad y de lenta combustión. La búsqueda de los cachalotes se hizo entonces intensa y las rutas de caza se ampliaron. Eso trajo cambios significativos en las embarcaciones: aumentaron su tamaño, pero sobre todo, dado que tendrían que estar más tiempo en el mar, se dotaron de try-works. Los try-works son unidades de extracción de aceite formado por calderos de hierro, hornos y chimeneas que a su vez se embutían en estructuras rectangulares de ladrillo para evitar los incendios. Esta expresión inglesa derivó en un azorismo: los try-works acabaron por ser traióis en Azores.

La caza del cachalote imponía nuevas y más osadas rutas. Poco a poco diversos sucesos (Revolución Americana, Guerra anglo-americana y la colmatación continua de su barra y puerto) hizo que Nantucket cediera su protagonismo a la cercana New Bedford, con mejores condiciones. El mundo se iba iluminando gracias al aceite de ballena y la Revolución Industrial exigía grandes cantidades de lubricantes para engrasar las máquinas de las fábricas y de los transportes. A mediados del siglo XIX New Bedford se había convertido en la ciudad con mayor renta per cápita del mundo.

Las grandes rutas oceánicas pasaban inevitablemente por Azores. La ruta más corta salía de la costa este de USA, pasaba por Azores y regresaba por el Caribe siguiendo el ciclo de las corrientes del océano. Las rutas más largas llegaban al Pacífico. La más larga pasaba por Azores, Cabo Verde, traspasaba el Cabo de Buena Esperanza, paraba en Madagascar, entraba en el Índico en dirección al mar de Japón o a Hawái. Este periplo duraba tres años. El regreso se hacía traspasando el Cabo de Hornos, aunque a menudo, dada su peligrosidad, se prefería desandar lo navegado. En ocasiones, después de recalar en Hawái, los balleneros, aprovechando el verano, viajaban al norte, hacia el mar de Bering, en busca de los grandes machos que migraban hacia allí en esa época del año. En cualquier caso, en los viajes de regreso a New Bedford también era frecuente que los balleneros volvieran a recalar en Azores.

Tantas paradas en Azores (donde también se cazaban los cachalotes en verano y otoño) supuso que muchos jóvenes azorianos fuesen enrolados en los buques balleneros. Para muchos, una vez más, supuso la escapatoria para el reclutamiento militar. Optaban pues por “dar el salto” clandestinamente a los barcos americanos fondeados en las proximidades de las costas azorianas. Al caer la noche los aspirantes a fugitivos encendían hogueras, indicadoras de que querían ser embarcados. Desde los buques se enviaba un bote a tierra transportándolos al navío.

Singular sistema de aviso de la llegada de barcos. Monte Brasil. Terceira. 

Detalle del sistema de avisos.

Este fue el origen de la emigración de azorianos a EEUU. En 1880 un tercio de las tripulaciones de la flota de los 3896 barcos balleneros de New Bedford procedía de las Western Islands, nombre con el que eran conocidas las Azores en Norteamérica. Muchos llegaron a ser capitanes u oficiales e incluso armadores. Otros se fueron dedicando a otras profesiones quedándose definitivamente en el continente. Al tiempo, se fue constituyendo en Azores una verdadera industria ballenera en torno a la caza de los cachalotes. Sobre sus particularidades y lo que supuso en la economía y sociedad azoriana volveremos más adelante.

Un segundo momento de la emigración masiva desde Azores a Estados Unidos tendrá su origen en otro y muy diferente motivo. El 27 de septiembre de 1957, tras varios avisos sísmicos, el mar, a un escaso kilómetro de la Punta de Capelo en la isla de Faial, entra en ebullición. Curiosamente el primero en percatarse fue un vigía que oteaba el mar en busca de ballenas. Fue el comienzo de la erupción del volcán submarino hoy conocido como Volcán de los Capelinhos. Poco a poco fue emergiendo hasta establecer un itsmo que lo unió con la isla. Las cenizas cubrieron gran parte de Faial, muchas casas quedaron sepultadas y los temblores fueron constantes. No hubo muertes pero supuso el despoblamiento de la mitad de la población de la isla y de un éxodo enorme de azorianos del resto del archipiélago hacia Estados Unidos.

Al fondo el volcán de Capelinhos en la actualidad

Vista del faro y volcán de Capelinhos desde el interior de una torre de vigía.

En aquel entonces un joven senador del estado de Massachusetts, consiguió los apoyos necesarios para aprobar (en septiembre de 1958) una ley denominada “Azorean Refugee Act” que permitiría la inmigración por motivos humanitarios a Estados Unidos. El senador era John F. Kennedy, posterior presidente del país.

En una primera fase fueron diligenciados 1.500 visados para “los cabezas de familia” de la isla de Faial. Una enmienda posterior aumentó los visados de tal manera que afectaron a 12.000 personas. Pero debido a los mecanismos de reunificación familiar en las décadas siguientes han sido cerca de 175.000 personas del archipiélago las que definitivamente se trasladaron a los Estados Unidos de América. Las banderas de las barras y estrellas ondean, como las canadienses, en muchas casas de Azores. Gente que tiene dos patrias porque pudo emigrar, sorteando, a duras penas, los mares, las fronteras y el racismo.



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