El mar fue, durante siglos, el camino hacia la esperanza.
A
mediados del siglo XIX el cultivo de la vid sufrió un verdadero
desastre: la filoxera y el oídio arrasaron con casi todas las viñas
de la isla de Pico. El impacto de la crisis fue tan severo que la
emigración se hizo inevitable. Paradójicamente fue el sur de Brasil
-la colonia portuguesa que había logrado su independencia apenas
unos años antes- el destino prioritario del momento.
La
historia de las migraciones humanas es la historia de la humanidad.
No hay pueblo, ni lugar ni tiempo que no haya conocido el éxodo. La
diáspora es tan humana como el olvido. La gente empobrecida sobra en
determinadas coyunturas económicas y sociales. Azores y Canarias
comparten siglos de migraciones, millones de vidas cruzando el
océano. Casi al mismo tiempo en que la viña desaparecía de la isla
de Pico y empujaba a sus habitantes hacia Brasil, la competencia de
los colorantes sintéticos hundía los precios de la cochinilla en
Canarias y acababa con sus exportaciones. Pico casi se despuebla;
Tiscamanita, en Fuerteventura, pasó de tener mil habitantes a
quedarse solo en un centenar.
Quién
sabe si algunas de aquellas familias azorianas que abandonaron su
archipiélago rumbo a Brasil, compartieron penurias con las cientos
de familias Canarias que también optaron por ese destino en la
segunda mitad del siglo XIX. Quizás algunos azorianos fueron
compañeros de revoluciones y de utopías de Juan Perdigón Gutiérrez
y de su primo Manuel Perdigón Saavedra, dos majoreros que acabaron
por convertirse en dos referencias sobresalientes de las luchas
sindicales y anarquistas del sur de Brasil.
La
familia de Juan Perdigón (Joao Perdigao en su versión portuguesa)
era originaria de Casillas del Ángel, por entonces municipio.
Emigraron tres veces a Brasil porque en dos ocasiones regresaron a
Fuerteventura intentando progresar en la tierra que les vio nacer.
La tercera y definitiva salida de la familia Perdigón Gutiérrez
hacia Brasil vino motivada por otra de las circunstancias que
afectaban exclusivamente a las clases populares: la huida del
reclutamiento militar forzoso. La Guerra de Cuba acababa de iniciarse
y el progenitor, ante la certeza de que sería reclutado, embarca
clandestinamente, junto a su familia, buscando la libertad.
Canarias
y Azores comparten, dentro de sus respectivos estados, las cifras más
altas de emigraciones por este motivo. Son datos que se suelen
obtener gracias a la publicación de los continuos exhortos que
realizaban las autoridades en la prensa. Antes de recurrir a la
emigración clandestina los hombres azorianos y canarios utilizaron
las más diversas estrategias para evitar el reclutamiento que,
aparte de convertirlos en carne de cañón, significaba que sus
familias perdieran las únicas vías de ingresos para poder
sobrevivir. A menudo se recurrió a la automutilación, pero también
al fingimiento de enfermedades o al soborno de funcionarios para que
registrara su “escasa altura”; las familias más previsoras
llegaron a inscribir a sus hijos varones con nombres femeninos.
Trincheras de la Segunda Guerra Mundial, Biscoitos. Terceira
Por
estos y otros motivos la emigración adquiere a menudo el sobrenombre
de ilegal y los medios convierten a los pobres en enemigos de los más
pobres. El bombardeo mediático fomenta la xenofobia y consigue su
efecto deseado: un trabajador canario que cobra 600 euros por
cuarenta horas semanales, con condiciones cercanas a la esclavitud,
ha logrado ver en el inmigrante africano a su enemigo y no a las
empresas que lo explotan ni a la clase política que diseña las
leyes que permiten su explotación.
América
ha sido la arcadia preferida de canarios y azorianos. Pero
determinadas coyunturas políticas y económicas han diferenciado sus
destinos. Los datos globales impresionan. Se calcula que un millón y
medio de azorianos (y sus descendientes de segunda y tercera
generación) viven en América. En las islas es frecuente escuchar
que hay más isleños en el extranjero que en el archipiélago.
Algunos descendientes de esas personas, más de diez mil, residen en
Hawái, hacia donde emigraron en la segunda mitad del siglo XIX
provenientes de Azores y Madeira. Una vez más las crisis agrícolas
(en este caso de la naranja) motivó la salida masiva. En Hawái (por
entonces Islas Sandwich) ocurría lo contrario y se precisaba mano de
obra para el cultivo y los ingenios de la caña de azúcar. De esa
emigración queda un singular testimonio, el ukelele, una adaptación
del cavaquinhos, un instrumento portugués de cuatro cuerdas.
Estados
Unidos ha sido también destino preferente para la población
emigrante azoriana. Aunque esta relación se inició hace varios
siglos tuvo su apogeo desde finales del siglo XIX hasta la segunda
década del siglo XX. En ese momento el endurecimiento de las
políticas de inmigración de los Estados Unidos supuso un paréntesis
en la relación. Ese es uno de los motivos por el que las islas
Bermudas se convierten en un sorprendente destino de la emigración
azoriana. La estricta regulación de la inmigración en aquel país
hace casi imposible obtener la ciudadanía y residencia con carácter
definitivo. Dedicada principalmente al sector de los servicios, la
población azoriana en Bermudas -conocedora de que está de paso-
mantiene escuelas en portugués en previsión de un regreso
inevitable.
El mar a menudo fue una puerta de salida. Pico. Al fondo São Jorge.
Es
bastante usual ver ondear banderas canadienses en muchas casas de
Azores. Son señas de identidad -mitad agradecimiento, mitad
presunción- de la población que emigró a aquel país y que vuelve
de visita, con asiduidad, a su origen. La importancia de Canadá como
destino migratorio se inicia en la década de 1950 fruto de las
políticas de captación de mano de obra del país norteamericano,
especialmente para trabajar en labores agrícolas y en los trazados
ferroviarios. Concentrados mayoritariamente en Toronto (y en el resto
de la provincia de Ontario) se calcula que más de 350 mil azorianos
y descendientes viven en Canadá. Solo desde 1960 hasta la actualidad
han sido casi 80.000 las personas que abandonaron el archipiélago
portugués por el frío canadiense.
Pero
ha sido Estados Unidos el principal destino de la emigración
azoriana. Solo en los últimos sesenta años casi cien mil personas
se trasladaron de manera definitiva desde Azores a la mayor potencia
mundial del planeta. Dos hechos históricos marcan esta relación: la
caza de las ballenas y los temblores de la tierra.
En
el maravilloso libro Moby Dick, Herman Melville escribe: “Un no
pequeño número de balleneros proceden de los Azores, donde los
navíos de Nantucket echaban anclas para completar sus tripulaciones
con los fuertes campesinos de esas islas rocosas”. La caza de la
ballena es una de esas actividades que han llevado al límite los
límites de la osadía humana. Detrás de sus relatos mitológicos se
esconde una actividad que contribuyó al desarrollo de uno de los
episodios más importantes de la evolución de las sociedades
contemporáneas: La Revolución Industrial.
Antes
de explicar cómo las ballenas unieron las vidas de Azores y los EEUU
se impone un breve resumen de esta actividad económica. La caza de
la ballena con carácter comercial comenzó en la costa este de los
EEUU en el siglo XVII, principalmente en las islas de Nantucket,
estado de Massachussets. En un primer momento las poblaciones
costeras de esa zona aprovechaban los cadáveres de ballenas varadas
en sus playas. Parece ser que los cuáqueros asentados en la zona
(una de las disidencias religiosas más heterogéneas y menos
conocidas) fueron los primeros en advertir que de la grasa de
aquellos cadáveres se podía obtener un aceite para lámparas que no
desprendía ni humo ni olor.
Como
los cadáveres arrojados por el océano eran escasos, a finales de
ese siglo se comenzó con la caza costera de la ballena. Su objetivo
fue entonces la imponente y pacífica Ballena franca (Eubalaena
glacialis), negra, barbada, sin aletas dorsales y permanentemente
parasitada por crustáceos.
Su
carácter pacífico y confiado ha hecho que el ser humano la haya
llevado casi a la extinción. Tampoco la ha ayudado tres aspectos que
la convirtieron en el primer objetivo de la caza costera: nada
despacio, tiene un volumen de grasa superior a cualquier especie y
flota cuando muere. La incipiente actividad económica estaba
dividida: los indios nativos salían a cazarlas y arriesgaban sus
vidas en pequeñas embarcaciones mientras los colonos británicos
controlaban el negocio.
Poco
a poco se comenzaron a construir embarcaciones de mayores dimensiones
que permitían permanecer en el mar durante dos semanas. El tocino
que contenía la grasa era almacenado en barriles hasta tocar
nuevamente puerto donde era derretido en calderas para obtener el
aceite. Pero pronto aparecerá otro animal que modificará para
siempre los horizontes marinos, fomentará las leyendas, relacionará
pueblos y convertirá a esta caza en una actividad económica que
dará luz, literalmente, al nuevo mundo: el cachalote (Physeter
macrocephalus).
El
acto fundacional de la caza del cachalote tiene lugar -envuelta en la
leyenda- en 1712. La pequeña embarcación que pilotaba un marino
residente en Nantucket, Chistoffer Hussey, fue arrastrada por los
vientos lejos de la costa. A varias millas de tierra se vio rodeado
por un grupo de cachalotes. Hussey cazó a uno y cuando el viento le
dio tregua lo condujo a Nantucket donde fue procesado. Y ahí y en
ese momento se descubrió que, además del aceite obtenido de la
grasa, la cabeza del cachalote escondía un órgano denominado
espermacete (también espermaceti).
En
la actualidad aún se discute qué función tiene ese órgano. Se
especula con que ayuda al cachalote en sus tareas de inmersión y
flotabilidad, que puede ser un órgano sexual secundario o que dota a
la cabeza del mamífero de tal dureza que le permite defenderse
mejor. Incluso para embestir y hundir barcos, como cuando, en 1820,
un enorme cachalote hundió el barco Essex (también procedente de
Nantucket) que tenía 27 metros de eslora y más de trescientas
toneladas de peso. La odisea del Essex es estremecedora y fue la
fuente de inspiración principal de la afamada obra de Herman
Melville.
El
espermacete contiene un aceite de gran calidad, especialmente
indicado para la elaboración de velas de gran luminosidad y de lenta
combustión. La búsqueda de los cachalotes se hizo entonces intensa
y las rutas de caza se ampliaron. Eso trajo cambios significativos en
las embarcaciones: aumentaron su tamaño, pero sobre todo, dado que
tendrían que estar más tiempo en el mar, se dotaron de try-works.
Los try-works son unidades de extracción de aceite formado por
calderos de hierro, hornos y chimeneas que a su vez se embutían en
estructuras rectangulares de ladrillo para evitar los incendios. Esta
expresión inglesa derivó en un azorismo: los try-works acabaron por
ser traióis en Azores.
La
caza del cachalote imponía nuevas y más osadas rutas. Poco a poco
diversos sucesos (Revolución Americana, Guerra anglo-americana y la
colmatación continua de su barra y puerto) hizo que Nantucket
cediera su protagonismo a la cercana New Bedford, con mejores
condiciones. El mundo se iba iluminando gracias al aceite de ballena
y la Revolución Industrial exigía grandes cantidades de lubricantes
para engrasar las máquinas de las fábricas y de los transportes. A
mediados del siglo XIX New Bedford se había convertido en la ciudad
con mayor renta per cápita del mundo.
Las
grandes rutas oceánicas pasaban inevitablemente por Azores. La ruta
más corta salía de la costa este de USA, pasaba por Azores y
regresaba por el Caribe siguiendo el ciclo de las corrientes del
océano. Las rutas más largas llegaban al Pacífico. La más larga
pasaba por Azores, Cabo Verde, traspasaba el Cabo de Buena Esperanza,
paraba en Madagascar, entraba en el Índico en dirección al mar de
Japón o a Hawái. Este periplo duraba tres años. El regreso se
hacía traspasando el Cabo de Hornos, aunque a menudo, dada su
peligrosidad, se prefería desandar lo navegado. En ocasiones,
después de recalar en Hawái, los balleneros, aprovechando el
verano, viajaban al norte, hacia el mar de Bering, en busca de los
grandes machos que migraban hacia allí en esa época del año. En
cualquier caso, en los viajes de regreso a New Bedford también era
frecuente que los balleneros volvieran a recalar en Azores.
Tantas
paradas en Azores (donde también se cazaban los cachalotes en verano
y otoño) supuso que muchos jóvenes azorianos fuesen enrolados en
los buques balleneros. Para muchos, una vez más, supuso la
escapatoria para el reclutamiento militar. Optaban pues por “dar el
salto” clandestinamente a los barcos americanos fondeados en las
proximidades de las costas azorianas. Al caer la noche los aspirantes
a fugitivos encendían hogueras, indicadoras de que querían ser
embarcados. Desde los buques se enviaba un bote a tierra
transportándolos al navío.
Singular sistema de aviso de la llegada de barcos. Monte Brasil. Terceira.
Detalle del sistema de avisos.
Este
fue el origen de la emigración de azorianos a EEUU. En 1880 un
tercio de las tripulaciones de la flota de los 3896 barcos balleneros
de New Bedford procedía de las Western Islands, nombre con el que
eran conocidas las Azores en Norteamérica. Muchos llegaron a ser
capitanes u oficiales e incluso armadores. Otros se fueron dedicando
a otras profesiones quedándose definitivamente en el continente. Al
tiempo, se fue constituyendo en Azores una verdadera industria
ballenera en torno a la caza de los cachalotes. Sobre sus
particularidades y lo que supuso en la economía y sociedad azoriana
volveremos más adelante.
Un
segundo momento de la emigración masiva desde Azores a Estados
Unidos tendrá su origen en otro y muy diferente motivo. El 27 de
septiembre de 1957, tras varios avisos sísmicos, el mar, a un escaso
kilómetro de la Punta de Capelo en la isla de Faial, entra en
ebullición. Curiosamente el primero en percatarse fue un vigía que
oteaba el mar en busca de ballenas. Fue el comienzo de la erupción
del volcán submarino hoy conocido como Volcán de los Capelinhos.
Poco a poco fue emergiendo hasta establecer un itsmo que lo unió con
la isla. Las cenizas cubrieron gran parte de Faial, muchas casas
quedaron sepultadas y los temblores fueron constantes. No hubo
muertes pero supuso el despoblamiento de la mitad de la población de
la isla y de un éxodo enorme de azorianos del resto del archipiélago
hacia Estados Unidos.
Al fondo el volcán de Capelinhos en la actualidad
Vista del faro y volcán de Capelinhos desde el interior de una torre de vigía.
En
aquel entonces un joven senador del estado de Massachusetts,
consiguió los apoyos necesarios para aprobar (en septiembre de 1958)
una ley denominada “Azorean Refugee Act” que permitiría la
inmigración por motivos humanitarios a Estados Unidos. El senador
era John F. Kennedy, posterior presidente del país.
En
una primera fase fueron diligenciados 1.500 visados para “los
cabezas de familia” de la isla de Faial. Una enmienda posterior
aumentó los visados de tal manera que afectaron a 12.000 personas.
Pero debido a los mecanismos de reunificación familiar en las
décadas siguientes han sido cerca de 175.000 personas del
archipiélago las que definitivamente se trasladaron a los Estados
Unidos de América. Las banderas de las barras y estrellas ondean,
como las canadienses, en muchas casas de Azores. Gente que tiene dos
patrias porque pudo emigrar, sorteando, a duras penas, los mares, las fronteras y el
racismo.
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