En primer plano cedros do mato; al fondo emerge entre
el mar de nubes, la montaña de Pico.
Una
de las razones que nos pueden ayudar a entender el uso cívico de los
lugares públicos, la calidad medioambiental y el ordenamiento urbano
en Azores es su evolución demográfica y su número de visitantes.
En 1860 Azores estaba poblada por doscientos cuarenta mil habitantes,
cifra coincidente con la población en aquel momento de Canarias. Un
siglo y medio después, Azores sigue manteniendo una cifra similar;
en Canarias estamos por encima de los dos millones cien mil
habitantes.
La
presión demográfica sobre los territorios insulares produce
conflictividad, pérdida irreversible de los recursos naturales y
deterioro de los espacios y servicios públicos. En el año 2016
Azores recibió 620 mil turistas; Canarias 15 millones. Y cada vez
que se bate un récord de visitantes en Canarias el espectáculo de
júbilo que dan las autoridades del sector raya la indecencia y la
inconsciencia. Fuerteventura, en ese mismo año, se convirtió en la
isla del mundo que recibe más turistas en relación a sus habitantes
(algo más de 28 turistas por residente).
Turismo en temporada alta en Pico. Al fondo la isla de Faial.
Lejos
de poner freno o de buscar medidas compensatorias (como las tasas
turísticas) el futuro inmediato se plantea desolador. La Ley del
Suelo dará rienda suelta a la construcción de nuevas plazas
alojativas. Recientemente Marcial Morales (presidente del Cabildo de
Fuerteventura) y Blas acosta (vicepresidente y consejero de Turismo)
manifestaban su alegría porque la nueva ley y el planeamiento
insular van a permitir la construcción de 28 mil nuevas plazas en la
isla. El indecoro llega a su máxima expresión cuando anuncian que
“valorando aspectos territoriales y ecológicos la capacidad de
carga de Fuerteventura está lejos del agotamiento”. Estamos
gobernados por psicópatas medioambientales.
La
regulación demográfica de Azores corresponde a tres aspectos. Su
geografía, su dinámica histórica y su apuesta por un turismo
sostenible. El clima y la ausencia de grandes playas han mantenido al
Archipiélago al margen del turismo de masas. A este sector
volveremos más adelante.
La
evolución histórica de Azores reúne multitud de paralelismos con
la de Canarias hasta la mitad del siglo XX. También algunas
diferencias. La más evidente es que antes de la colonización
portuguesa no existía en Azores población nativa. Es evidente que
este hecho crea una referencia histórica – la sociedad indígena
anterior a la conquista- que en Canarias es evocada como señal
identitaria y que, de una forma u otra, tiene vigencia y
trascendencia en multitud de aspectos culturales y políticos. Tal
circunstancia no existe en Azores, pero sí la consciencia de formar
parte de un territorio en el que la insularidad y la lejanía del
continente condiciona de manera permanente la vida de sus habitantes.
Portugal
es un estado administrativamente centralizado que tiene dos
excepciones: Azores y Madeira. Ambas son regiones autónomas y ambas
son territorios ultraperiféricos de la Unión Europea. No hay pues,
en la actualidad, diferencia de status con Canarias, en donde,
además, sus élites se aprovechan de un régimen económico y fiscal
del que carece Azores. Es perceptible, a poco que observemos, que la
gestión de las ayudas recibidas desde Europa es diametralmente
opuesta en ambos archipiélagos. Aquí han servido, sobre todo, para
acrecentar las fortunas empresariales, para aumentar las distancias
entre pobres y ricos, para destruir el territorio y, además, se han
mostrado ineficaces (al igual que el REF) para atenuar el desempleo.
No nos cabe duda de que en Azores (y en cualquier lugar) las ayudas
habrán servido para crear redes clientelares y para engordar a
parásitos. La corrupción es consustancial al poder. Pero no son
necesarios sesudos análisis para comprobar que una parte importante
de esos fondos han repercutido en la mejora de la calidad de vida de
la sociedad azoriana: no hay infraestructuras innecesarias y sí han
generado una economía más diversificada y, sobre todo, han
disminuido el nivel de dependencia con el exterior.
Volveremos
a poner algunos ejemplos cotidianos de esa realidad. Pero antes
algunas curiosidades que vinculan el pasado con el presente azoriano.
Caminar
en Azores no es solo un disfrute visual, es también una oportunidad
para conocer su geografía y su historia. Eso es posible gracias a
una red de senderos bien diseñados. La mayoría de ellos combinan
diferentes escenarios que permiten pasar de un frondoso bosque de
laurisilva a atravesar un pequeño pueblo; de estar caminando entre
viejos viñedos a aparecer en la costa donde no habrá edificios
monstruosos de apartamentos ni hoteles de franquicias. Y cualquier
recuerdo de los duros tiempos pasados es reconocido, protegido y
cuidado.
Salto do Prego; en el bosque de laurisilva de Faial da Terra. Sao Miguel.
Sirva
un ejemplo. El norte de la isla de Pico es un paisaje marcado por el
cultivo de la vid que recuerda a La Geria lanzaroteña, uno de los
escasos paisajes agrarios canarios que han sobrevivido a la
destrucción y al abandono. Este paisaje está declarado Patrimonio
de la Humanidad y en la pequeña localidad (menos de cien habitantes)
de Lajido existe un pequeño museo insertado en un magnífico sendero
donde se entiende qué ha supuesto para la isla el cultivo de la vid.
Corrales de viñas abandonados en Pico,
Cultivos en corrales, Pico.
Amén
de sus buenos vinos (producidos por pequeñas empresas y alguna
cooperativa) llama la atención dos vestigios, recuerdos sobre la
lava del duro pasado agrícola, las relheiras y las
rola-pipas.
Las
relheiras son las huellas de las ruedas de los carros sobre el
suelo rocoso de Azores. Están presentes en todas las islas pero en
la zona vinícola de Pico son abundantes. Y evocadoras: casi se puede
sentir el ruido de las ruedas -reforzadas con aros de hierro- que
durante siglos trasladaban a personas y arreaban cargas agrícolas
movidas por los bueyes.
Camino de São Brás. Terceira
Relheiras en Lajido, Pico.
Relheiras sobre lavas cordadas en la costa oeste de Pico.
Hasta
hace apenas un año se sabía de su existencia en ocho de las nueve
islas del archipiélago pero recientemente se han descubierto algunas
en la pequeña isla de Corvo. Ese descubrimiento ha sido posible
gracias a un programa (Inventario y protección de las Relherias)
impulsado por la Universidad de Azores que ha encontrado apoyo
político y que evalúa el potencial turístico de este patrimonio
etnográfico. A menudo las relherias desembocaban en la costa. La
falta de puertos útiles y el agreste suelo volcánico impedía el
embarque de los vinos. A base de esfuerzo y sudores la población de
Pico logró hacer pequeñas rampas excavadas, denominadas rola–pipas,
por donde rodaban los barriles para poder ser embarcados. No se
trata, pues, de solemnes edificios sino de pequeños testimonios que
ayudan a comprender parte de la historia del archipiélago; huellas
que nos dicen que por aquí pasamos y por aquí sufrimos.
Rola - pipas en la costa oeste de Pico. Al fondo Faial, hacia donde
embarcaban los barriles de vino.
El
agravio comparativo con nuestro patrimonio etnográfico es
desesperante. Salvo excepciones muy localizadas (a menudo fruto más
de la perseverancia de algunos técnicos y colectivos que del interés
institucional) el patrimonio histórico de Canarias languidece, se
desmorona y llora su abandono. Son tantos los casos de la desidia
institucional en la protección patrimonial que mejor no hacer un
recuento. Solo podemos sentir envidia y no tenemos la menor duda de
que si Azores hubiese tenido una historia preeuropea su patrimonio
arqueológico estaría estudiado, preservado y convertido en un
recurso cultural y turístico. Si lo hacen con unas huellas de carro
¿qué no harían de tener nuestro maravilloso y abandonado
patrimonio indígena?
Veamos,
en un recorrido, un ejemplo de la gestión del patrimonio
medioambiental en Azores. Las fajãs son terrenos de poca inclinación
que se introducen como lenguas en el mar. Contrastan con los
acantilados verticales que conforman gran parte de la geografía
costera azoriana. Las fajãs tienen dos orígenes geológicos. Unas
son lenguas de lavas, otras son detríticas, formadas por materiales
de los acantilados que se han erosionado. Existen en casi todas las
islas pero la que tiene mayor número (setenta y cuatro), y quizás
las más espectaculares, es São Jorge. De ellas destacan las de
Cubres y la de la Caldera del Santo Cristo que, además, albergan las
dos únicas lagunas costeras del archipiélago.
Bosque, acantilados y fajãs en São Jorge.
Uno
de los senderos más emocionantes de São Jorge desciende desde la
Sierra de Topo hasta la Fajã de la Caldera del Santo Cristo y desde
allí continúa hasta la Fajã dos Cubres. El descenso se realiza
primero entre pastos y luego en un bosque de laurisilva; el agua
fluye por los barrancos cubiertos de brezos, cedros do mato y
aceviños, las vistas nos empequeñecen y el océano se muestra
extrañamente plácido. El camino es tan hermoso que produce esa
contradictoria sensación de querer llegar pero, al mismo tiempo,
desear que no se acabe.
Sierra de Topo. São Jorge.
Descenso entre cedros do matos y laurisilva.
Arroyo y puente antiguo.
Fajã da Caldeira do Santo Cristo.
Las
leyendas religiosas se repiten sin mucha originalidad. La de la
imagen del Santo Cristo de la Caldera tampoco iba a ser menos. Un
pastor, hace tanto tiempo, lleva a sus vacas a la fajã y observa un
objeto que flotaba en la laguna. Se mete en el agua y rescata una
imagen de madera de Jesucristo. La lleva a su casa, la seca, la mima
y la deposita en un lugar preferente de su salón. Al día siguiente
no estaba, la busca y algo en su interior le conmina a volver a la
fajã. Y allí estaba el Cristo. Varias veces repite la maniobra; el
pastor lleva la imagen a su casa, apartada algunos kilómetros, y el
Cristo amanece en la laguna. Así hasta que alguien interpreta la
señal. El Cristo se quería quedar allá abajo y allí se construye
su santuario en 1835.
Santuario de Santo Cristo.
Igual
de extraña y tan incógnita es la presencia de las almejas en esa
laguna. La historia oral atribuye su introducción tanto a un
emigrante que retornó, como a un sacerdote que las trajo de alguna
zona europea donde estuvo predicando. No parecen ser rigurosas puesto
que se sabe que esos bivalvos llevan más de un siglo en esa laguna.
La almeja, que habita en la costa occidental del continente y de las
islas británicas, solo puede vivir algunas horas fuera del mar y
solo cinco días en frigoríficos. Como hace un siglo todavía no se
comercializaban las neveras se descartan los argumentos
tradicionales. La teoría más plausible es la que apunta que fueron
unos ingleses que instalaron, a finales del s XIX, un cable submarino
para unir telegráficamente el continente con Azores. El navío debía
de traer las almejas en un lugar acondicionado de tal manera que el
agua del mar entrara y saliera, garantizando el alimento vivo y
fresco. Luego encontraron en la laguna un lugar idóneo para su
reproducción y ahora se producen y comercializan.
Laguna de la Caldeira do Santo Cristo.
La
Fajã del Santo Cristo de la Caldera tiene otro santuario, el de los
surferos que ahí se dirigen para coger las olas casi permanentes que
se forman en las proximidades de la laguna. Son pues, senderistas y
amantes del surf, los visitantes turísticos de ese lugar remoto,
declarado Reserva Natural, que ha resistido, ahora y siempre, a la
especulación. En el lugar, donde viven apenas veinte personas, hay
algunos pequeños y armoniosos establecimientos rurales. De aquí,
hasta la Fajã dos Cubres, hay unos tres kilómetros. Están unidas
por un camino rural que bien se hace caminando o bien,
exclusivamente, con unos vehículos pequeños adaptados (a modo de
taxis–quads) para trasladar a dos personas y algunas mercancías o
las tablas de surf. El mínimo tráfico está regulado y solo se
permite la circulación en determinadas horas para no molestar a los
viandantes y no saturar el lugar.
Ola en el borde de la laguna.
Camino y transporte hacia Fajã dos Cubres, al fondo.
La
Fajã de Cubres debe su nombre a una plantita (Solidago
sempervirens)
oriunda de América,
introducida hace siglos y adaptada al ecosistema. A la laguna van
pescadores de toda la isla a capturar el camarón, con
finas redes, que sirve como carnada para la garoupa (Serranus
atricauda), nuestra cabrilla. Es además un espléndido lugar para el
avistamiento de aves y
está catalogado como Humedal de
Importancia
Internacional. Y
en esa pequeña localidad esperan
taxis, previamente concertados, para devolver a los senderistas a la
Sierra de Topo. El sendero, pues, es toda una experiencia sensorial y
un ejemplo sencillo y agradecido de cómo hacer compatible la
naturaleza, el turismo y la economía local. Si
ustedes han observado las fotografías que acompañan este artículo
habrán percibido que no hay edificios, ni apartamentos, ni hoteles;
ni siquiera alguna casa que desentone en el entorno. En Canarias solo
los lugares más remotos e inaccesibles han resistido a la
destrucción. La geografía los ha salvado; en Azores la
geografía ha ayudado pero ha sido la conciencia colectiva la que ha
garantizado su supervivencia.
Fajã dos Cubres.
Laguna de la Fajã dos Cubres.
Cubre (Solidago sempervirens)
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