Desde hace veinte
años aproximadamente un grupo de arqueólogos y profesores universitarios
-conocidos informalmente como el movimiento zanatista- se ha empeñado en
demostrar que la prehistoria canaria tiene su explicación en las culturas
mediterráneas, principalmente fenicias, púnicas y romanas. Según sus hipótesis,
la primera colonización de este archipiélago vendría dada por un desembarco de
poblaciones norteafricanas traídas con una finalidad económica: la explotación
de los recursos insulares en beneficio de aquellas culturas mediterráneas. De
esta forma no solo el poblamiento inicial sino su organización social posterior
vendría marcado por su vínculo con las culturas de la cuenca mediterránea y, por
lo tanto, europeas. La hipótesis, por antonomasia, tiene la validez que tienen
todas las hipótesis pero su refrendo solo lo puede aportar la demostración.
En estos veinte
años el grupo zanatista ha buscado y rebuscado evidencias que pudieran
demostrar sus hipótesis. Han contado para ello con el favor institucional que,
traducido en canario, significa dinero. Desde la presentación al mundo de su
acto fundacional -la denominada piedra zanata, una piedra
descontextualizada de su entorno arqueológico con serias sospechas de que bien
pudiera ser un fraude-, a la realización de la exposición Fortunatae
Insulae; Canarias y el Mediterráneo, organizada por el Museo Arqueológico
de Tenerife que costó una purriada de millones de pesetas en el año 2004.
Sorprende la facilidad con que el movimiento zanatista obtiene las bendiciones
para realizar excavaciones arqueológicas en una tierra cuyas instituciones
-como en el caso de Fuerteventura- tienen abandonados a su suerte a cientos de
yacimientos y que no han sido capaces siquiera de declarar Bien de Interés
Cultural a la Montaña
de Tindaya y protegerla como se merece. Pero más sorprende la capacidad del
grupo zanatista de levantar nuevas hipótesis tras leves sondeos visuales sobre
algunos restos arqueológicos, convocando a los medios de persuasión y
acompañados de representantes de la casta política que se apuntan a una foto
como lapa al bajío.
El problema
principal del movimiento zanatista es que intenta adaptar cualquier
evidencia arqueológica a sus hipótesis en un forzado ejercicio de dudoso rigor
científico. Así, en su afán de que Europa nos acoja en su Historia Antigua, el zanatismo
está reinterpretando la historia pre-europea canaria (que de esa manera dejaría
de ser pre-europea) de forma muy sui géneris: las pintaderas ya no los son, los
pozos del Rubicón no son normandos, una estructura de piedras se convierte en
todo un almacén para la exportación, las casas aborígenes de Gran Canaria se
trasmutan en adaptaciones canarias de los hipogeos fenicios, los grabados
rupestres de barcos en pruebas evidentes de que los mediterráneos estuvieron
asentados en Canarias durante siglos y las salinas de la Punta de Rasca en Tenerife o
las de Lanzarote en industrias al servicio de la madre patria europea. El caso
más singular de la osadía zanatista fue divulgar la posibilidad de que
una roca en el fondo de un barranquillo en el municipio tinerfeño de El Tanque
albergaba el grabado rupestre de un toro. El animal, por muchas perras de vino
que uno se pudiera tomar para contemplarlo, es imperceptible, ya que en
realidad son las marcas de una moderna pala mecánica, a lo mejor traída desde
el mediterráneo en un container, pero poco fenicia. No le va a la zaga la
disparatada interpretación de las aras de sacrifico de La Gomera que el zanatismo
quiso convertir en atalayas desde las
cuales los vigías gomeros escudriñarían la mar en busca de los atunes que luego
se salarían en invisibles salinas o se tratarían en inexistentes factorías.
Buscar pruebas para
confirmar las hipótesis es un trabajo arduo que muchas veces la realidad nos
niega. Pero la honestidad en los planteamientos y en los métodos es crucial
para la ciencia. Durante las Jornadas de Estudio de Lanzarote y Fuerteventura
de 2011 se expusieron por parte del movimiento zanatista los resultados
de dos excavaciones realizadas en Fuerteventura que bien pudieran denominarse En
busca de las vasijas perdidas. En ambas excavaciones se encontraron algunos
fragmentos de cerámicas de presumible procedencia mediterránea. Lo curioso es
que en su búsqueda se descarta todo vestigio de innegable adscripción aborigen.
En el caso de Lomo Lesque (Puerto Cabras) el yacimiento sufrió un evidente
deterioro debido a la excavación y entre los restos de la tierra extraída (y
amontonada como material de desecho) son perceptibles a simple vista decenas de
fragmentos de cerámica de factura majorera pre-europea. En el caso de El
Junquillo (Antigua) los fragmentos de cerámica aborigen se cuentan por centenas
solo con una leve prospección de su superficie. Tales resultados, lejos de
reforzar el vínculo de los mahos con el mundo norteafricano, se revelan para
los zanatistas como evidencias inequívocas de la presencia mediterránea
en Canarias aunque la proporción encontrada de cerámica hecha con torno sea de
1/10.000.
Nadie discute que barcos
procedentes del Mediterráneo recalaron en Canarias en la antigüedad. Es
probable que, ocasionalmente, se hayan producido intercambios esporádicos con
otras culturas. Pero hasta el momento, y van ya veinte años de intentos, no existe
ninguna prueba documental ni arqueológica que justifique que hubo asentamientos
permanentes de culturas mediterráneas en las islas antes de la conquista
castellana ni que las poblaciones bereberes llegadas a Canarias trabajasen -no
se sabe con qué beneficio- para aquellas. Así todo, el reciente descubrimiento
en la Isla de
Lobos de restos de cerámica de posible adscripción romana junto con restos de
moluscos ha dado pie, nuevamente, a divulgar sin ninguna certeza científica
toda una teoría de explotación económica de los recursos insulares. La
prudencia, desde luego, no es una cualidad de la que hagan gala los zanatistas.
Se puede entender que la clase política se apresure a reconocer nuestro pasado
romano porque, al fin y al cabo, son los herederos de clase de los patricios;
se puede comprender que los titulares periodísticos busquen el sensacionalismo
más banal porque en eso se ha convertido el periodismo de empresa. Pero que
desde las universidades se vendan hipótesis hasta ahora indemostrables como
verdades históricas es una irresponsabilidad que en los tiempos romanos sería
castigada con trabajos forzados en las galeras.
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