El amigo Pepe el Uruguayo nos manda este precioso homenaje al recientemente fallecido Juan Gelman para que lo publiquemos en el blog.
Sin embargo, y a pesar de todo, yo soy otro… nos decía Juan, allá
por la mitad del siglo que nos dejó. Y fui otro.
Recuerdo aquel libro sin tapas,
de páginas amarillas gastadas por el tiempo. Llegó a mis manos, en una fría
tarde lagunera, obsequio del amigo Víctor Caro. Estábamos enredados en
militancias, enredo que me sigue acompañando. Lo encontró en un rastro en
Madrid, después de haber pasado por manos, ojos, sentimientos y compromisos
anónimos.
Y fui otro. Y otras empezaron a
ser algunas de mis manías y mi forma de ver algunas cosas y de escribir y
pintar algunas cosas, también fueron otras. Ya Juan Gelman formaba parte de
mis bolsillos y de mi todavía escasa biblioteca.
Bartolomé y su juventud morida, Javier Fernández Quesada y nuestra batalla contra el
olvido, huelgas, tejerazos, luchas y amores, Gelman ya formaba parte de los
grandes carteles, de los urgentes panfletos, de los encuentros poéticos, de las
dedicatorias y de mis amares y andares.
¿A dónde fue la obrera enamorada?¿por qué caminito se fue? Y
aparecía Gelman en un 8 de marzo y en las letras del Taller Canario.
Voy a firmar aquí porque me digo, que es bueno andar con la sonrisa
entera, silbar bajito una canción cualquiera, tener un perro, un árbol, un
amigo…… voy a formar aquí contra el espanto, por la paz, por la vida, por el
canto, por el gorrión que vuela cuando beso. Brotaba el encanto de Juan en
Tefía cuando nos reunimos para proclamar nuestro rechazo a las máquinas de
guerra y a la entrada en la OTAN.
Salía Gelman de la tierra,
enredado en tabaibas y barrancos, para decir con la tibieza de sus frases que
no queríamos cemento en Veneguera, y allá el Juan nos echó una mano en forma de
palabras.
El inmenso dolor que se formó en
su aliento, lejos de caminar a la agonía, caminaba a la esperanza y se
convertía en una fuerza enorme salida del papel… o de la voz. Hijos, nueras, amigos, que
compañeraron y acompañaron su tiempo, robados de la vida, habitaron en su corazón,
en su mente, en sus sueños y en su irreductible abrazo a la verdad.
Encontró a su nieta, nacida del
secuestro y la muerte de su madre, justo en mi paisito, por esos milicos de
ambos lados del Plata, en una tarea común y con unos galones comunes que no
sabían de frontera, porque la barbarie era su patria. Allá otra buena gente,
como José Saramago, le ayudaron a encontrarla. Gelman la imaginó para luego
presenciarla, besarla, abrazarla para que venciera el olvido y el fracaso.
Amó Gelman, seguro que amó
intensamente, según delata el rastro de sus versos y la huella de sus andares.
Se quedó por México y allí, en
estos últimos años, Gelman se había hecho amigo íntimo del presente, y hablaba
de él con un gran conocimiento de causa. Muchos y bellos artículos de opinión.
Hablaba de la guerra, de la discriminación de la mujer, de la causa de los más
débiles, del mundo que vendrá…
Pero como él mismo se preguntaba,
hablando de ese mundo tierno de los que se juegan el tiempo y el tipo, ¿a dónde
irán a parar? A dónde, a dónde, cuando la vida es ancha a partir de ellos, a partir
de sus brazos tendidos hacia el mundo...
A ese poeta que ayer nos
dejó, que se fue mucho más acá del recuerdo, al que le ocurría la suavidad del alma, en el aliento de cada revolución,
quiero desde este mundo tan necesitado en el que andamos, donde hace falta
tanta gente que haga algo por torcer tanta injusticia… esperarlo. A ese poeta,
digo, le espero de nuevo en el primer amanecer que me tropiece, para salir con
él, por ese camino largo que nos queda todavía.
José de León (Pepe el Uruguayo)
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