Las personas interesadas en el conocimiento del pasado ancestral canario saben de la controversia suscitada por la publicación del libro de Antonio Macías Hernández, Los aborígenes canarios. Tres milenios de historia. Su título, ya de por sí, es polémico, pues la palabra aborigen se ha convertido en un anatema (de un tiempo a esta parte) entre los profesionales de la arqueología canaria. Su subtítulo no es menos polémico, pues retrotrae la primera colonización de estas islas al menos 1.500 años antes de lo aceptado por la mayoría de las personas que dedican su esfuerzo profesional e intelectual a interpretar nuestro pasado más remoto. Y dado que Macías no es un especialista en ese periodo histórico, su libro ha sido considerado (por un sector) como la obra de un advenedizo. Esta singular desconsideración parte de la absurda creencia de que el mundo aborigen (utilizaré, con permiso, esta palabra maldita) no puede ser interpretado con los mismos métodos analíticos con los que interpretamos los otros periodos históricos.
Sucede, en cambio, que Antonio Macías no es un cualquiera. Es un catedrático de Historia e Instituciones Económicas, profesor jubilado, que formó parte de la segunda generación de historiadores e historiadoras de Canarias que pusieron el acento en las investigaciones y enseñanzas de esta tierra mientras otros andaban divagando sobre el bifaz paleolítico, las cordilleras ibéricas y el arte bizantino. Sus estudios sobre la población, la historia agraria o la economía de esta colonia han sido, al tiempo, rigurosos, pioneros y estimulantes para las siguientes generaciones de historiadores e historiadoras. Se le debe al menos tener el respeto y la consideración científica debidos a pesar de que sus nuevas propuestas interpretativas cuestionen tantos principios inmutables, tantos tópicos repetidos. Lo menos que se puede hacer para criticar un libro es leer ese libro. Estas son algunas razones:
1.- Se trata del primer estudio sistemático de interpretación de toda la historia del mundo aborigen isleño, tanto temporal como geográficamente. Lo cual, dada su magnitud, implica al menos dos cosas: un enorme esfuerzo (la consulta de una cantidad ingente de fuentes) y un enorme riesgo metodológico. No obstante, es necesario (y triste) preguntarse cómo es posible que tuviésemos que esperar al año 2024 para que estas islas produjesen el primer compendio histórico sobre nuestro pasado preeuropeo.
2.- El motor del relato del libro son las preguntas que, dicho sea de paso, deberían ser una de las principales estrategias inherentes al oficio de la persona que se dedique a la investigación histórica. Macías no solo hace preguntas (todas lógicas y pertinentes) sino que busca las respuestas y vuelve a cuestionar los resultados hasta que propone una hipótesis sobre el asunto planteado.
3.- El libro está, pues, lleno de preguntas pero también de hipótesis. Algunas de ellas –como él mismo reconoce– pueden ser endebles y refutables. Pero son hipótesis argumentadas, en muchos casos son las primeras propuestas explicativas sobre una gran variedad de vacíos historiográficos, dada la falta de evidencias arqueológicas. Solo por la posibilidad de poder refutar algunas de esas hipótesis el libro obtiene su valor.
4.- Macías niega que las evidencias arqueológicas por sí solas puedan dar respuesta a la historia del pueblo canario antes de su conquista. No las pone en duda pero busca explicaciones a aquellas cuestiones para las cuales la arqueología no ha encontrado certezas materiales. Se nutre además de una lectura crítica de las fuentes escritas (crónicas y descripciones de historiadores) y del análisis comparado del comportamiento de (otras) sociedades neolíticas.
5.- El peso del estudio de estos tres milenios de historia lo tiene la economía. Primero como catalizadora de la emigración continental y primer poblamiento humano (él prefiere llamarlo colonización) de este archipiélago. Después, como la base que va articular toda la vida de la comunidad en relación con los frágiles recursos naturales de la isla. Por último, a través de los cambios introducidos en la economía (y como consecuencia en el modo de vida) por los invasores a partir de 1350 que debilitó, transformó y finalmente liquidó la ancestral comunidad canaria.
6.- Son precisamente los abundantes cálculos y estadísticas sobre la economía y los habitantes una de las fortalezas del libro. El autor presenta cuadros fundamentados para intentar explicar cuestiones básicas (y sin embargo poco o nada estudiadas) sobre el número de habitantes, la capacidad de carga insular, la fecundidad, las cosechas, los fertilizantes, los tiempos y distancias náuticas, los suelos, la incidencia de la esclavitud, las batallas o las epidemias.
7.- Las estadísticas no son baladí. Al contrario, le permiten a Macías explicar el frágil equilibrio de las poblaciones locales con el medio, proponer los momentos críticos y las soluciones sociales, demográficas y tecnológicas adoptadas para superar las tensiones internas.
8.- De esto se deriva una de las principales conclusiones del libro: el pueblo canario adoptó mecanismos sociales y económicos que impidieron –como ha ocurrido con poblaciones indígenas en otros territorios insulares– las luchas fratricidas, optando por fortalecer la cohesión grupal y articulando medidas de control de la población. Para Macías existen pocos ejemplos en la historia en el que una comunidad insular haya optado por soluciones pacíficas, en vez de pelearse hasta la muerte entre sus miembros, clanes o facciones.
9.- Estas son algunas de las propuestas más controvertidas del autor:
Las poblaciones primigenias que colonizaron estas islas deshabitadas provienen del Sáhara y no del norte de África.
La emigración hacia Canarias fue voluntaria, condicionada por el proceso de desertización del Sáhara, iniciado 10.000 años antes de nuestra era y que adquiere su momento crítico a partir del segundo milenio (también anterior a nuestra era) impulsando la huida del continente.
Niega, pues, la deportación y el traslado involuntario de los primeros contingentes humanos a este archipiélago. Niega tal posibilidad por las siguientes cuestiones:
1º No existe una fuente fehaciente que lo corrobore.
2º Lo contradictorio que significa que un imperio esclavista opte por enviar (y lo que es más importante, financiar su traslado) a un pueblo enemigo a miles de kilómetros de sus orígenes dejándolo que viaje con todas las pertenencias necesarias para su supervivencia.
3º Esas pertenencias necesarias para emprender una vida en otro lugar – denominado por el autor stock de capital– no incluyeron, por ejemplo, el arado neolítico –conocido en todo el norte de África– ni las reses mayores que ayudaran en las tareas agrícolas. Trajeron, en cambio, ganado y semillas adaptadas a ambientes áridos.
Esas poblaciones conocían y utilizaban la navegación tanto para su traslado a las islas como para comunicarse entre ellas. Macías cree que tuvieron que ser barcas rudimentarias elaboradas posiblemente de juncos (para su emigración del continente) o de drago (y otras especies vegetales) para las comunicaciones interinsulares. En cualquier caso, materiales fácilmente degradables con escasas o nulas posibilidades de dejar huella arqueológica.
Macías no niega la ascendencia bereber de las poblaciones que llegaron a Canarias. Plantea, sin embargo, dos interesantes debates al respecto:
1.- Se trataría de grupos paleoafricanos asentados en el sáhara desde tiempos muy antiguos y por lo tanto aislados de su raíz y ambientes idiomáticos.
2.- Las inscripciones alfabéticas bereberes de Canarias son difícilmente transcribibles, dada la antigüedad de su origen y por los cambios operados en ese lenguaje (y escritura) en Canarias durante 3.000 años, el cual se ve, además, seriamente dificultado por tratarse de un alfabeto consonántico.
El autor estima –sin dataciones pero con criterios lógicos asumibles– que la primera ocupación tuvo lugar en las zonas de costa y de medianías con escasas pendientes, aunque la mayoría de las dataciones obtenidas de mayor antigüedad sugieren que el colonato sahariano ocupó, en primer lugar, las zonas de medianías y altas de las islas.
Considera que el relato oficial de nuestra protohistoria (así lo denomina el autor) no le ha otorgado el valor suficiente al ingenio, los avances tecnológicos (especialmente en lo concerniente a infraestructuras hidráulicas y agrarias) y a los fructíferos mecanismos adaptativos del pueblo canario.
Macías explica, en el capítulo más crudo del libro, la enorme transformación generada en las comunidades insulares canarias durante el siglo y medio en que los comerciantes esclavistas y conquistadores europeos sometieron a esta comunidad. Aquí la profusión de datos es abrumadora (e inevitablemente desgarradora) explicando y cuantificando la incidencia sobre la comunidad canaria y sus habitantes. Llega a cuantificar en un 90% las pérdidas de nativos en algunas de las islas durante ese siglo y medio de injerencias foráneas.
Y sí, por supuesto, Macías concluye (en connivencia, espero, con la mayoría de los profesionales de la arqueología) que lo sucedido en ese largo siglo de injerencias y sometimiento efectuados por países y reinos europeos, fue –a pesar de ser negado recientemente por el club de analfabetos funcionales en el que se ha convertido el Parlamento canario– un demostrado etnocidio.
Son muchas más las interesantes hipótesis e ideas argumentadas en el libro (muy bien escrito) que, para no hacer más extenso este tedioso artículo, quedan sin exponerse. Ahora solo falta tener la amplitud mental, la coherencia intelectual y la valentía científica de abrirlo y discutir sobre su interior.