Angra do Heroísmo. Capital de Terceira.
El
sector turístico en Azores está en pleno auge. Lo que, traducido,
significa que las islas están en peligro. En el año 2017 tuvo el
mayor incremento de visitantes de Portugal, un 21% más que en 2016.
De momento ha escapado de la masificación turística, esa vorágine
que convierte cualquier lugar en una franquicia transmitida a tiempo
real por las redes sociales y por los autorretratos con paisaje al
fondo. El archipiélago se encuentra en un momento crucial en el que
tendrá que decidir si quiere ser un souvenir o quiere seguir siendo
Azores.
En
Canarias no nos dieron esa opción, o no supimos exigirla. Las élites
enajenaron nuestras costas, se han quedado con el negocio y han
convertido a nuestras islas en un ejemplo incuestionable de turismo
insostenible. No ha habido el mínimo decoro y los beneficios de este
enorme negocio están repartidos según mandan los cánones: dinero a
raudales para el empresariado (foráneo y canario) y miserias para la
clase trabajadora. Y un consumo irreversible de nuestro territorio,
privatización encubierta de la zona costera y expulsión sistemática
-basada en el precio de la vivienda y en la insoportable subida de
los alquileres- de los sectores empobrecidos hacia los barrios y
urbanizaciones más degradadas.
Zona turística de Terceira.
Azores
cuenta, de momento, con algunas ventajas que les ha permitido escapar
de este modelo turístico tan canario. Parece una incongruencia, pero
sus peores condiciones climáticas y la ausencia de grandes playas se
han convertido en ventajas. Esas condiciones naturales condiciona el
tipo de turista. Haya sido de manera consciente o no, el denominado
turismo de la naturaleza se ha impuesto: gente que va a caminar, a
hacer submarinismo, a coger olas y a observar cetáceos. A disfrutar,
en fin, de la contemplación de unas islas que conservan su
idiosincrasia y que todavía no han iniciado el viaje sin retorno
hacia la nada. Además hay tres aspectos del sector turístico
azoriano que nos diferencia y que merecen ser comentados.
Más
de la mitad de las camas destinadas al turismo proceden del
denominado Alojamiento Local. Este tipo de alojamiento es muy
heterogéneo e incluye desde modestas pensiones a apartamentos
medios, desde sencillas casas en zonas agrícolas a lujosos chalets
en las afueras de las ciudades. La oferta alojativa suele estar
acorde con los servicios que ofrece. E implica que una parte
importante del negocio turístico está en manos de la población
azoriana.
Esa
misma circunstancia acontece en el sector trabajador del turismo. Es
inusual encontrarse, en los servicios vinculados al sector
(restaurantes, tiendas, personal de los alojamientos, visitas
guiadas, alquileres de coches, etc..), con trabajadores y
trabajadoras cuyo origen no sea azoriano. La economía turística, al
contrario de lo que acontece en Canarias, redunda directamente en la
economía de la población local.
Anuncio en una agencia de viajes en Horta, Faial. Modelo turístico majorero.
El
tercer aspecto diferenciador es el de la oferta de los centros
turísticos públicos. Son numerosos, bien gestionados, con horarios
razonables y con precios adecuados a lo que proponen. Una vez más,
establecer una comparación con Canarias nos deja en mal lugar. Vivir
la sublime experiencia de la red de museos de Fuerteventura puede
llevar a cualquier visitante al desquicio. Como visitante nunca sabrá
usted cuándo un museo está abierto o no; de hecho algunos de ellos
permanecen cerrados desde que se inauguraron. Nunca podrá visitar un
museo un domingo (ni un lunes) con lo que se le está negando
precisamente la visita a los centros a las personas residentes en la
isla el único día que pueden hacerlo. Hay casos singulares como la
Casa Museo Unamuno cuyo horario es de funcionario matutino. En otros
casos el nivel de preparación del personal que gestiona el museo
dista mucho del mínimo exigible porque, al igual que pasa con casi
la totalidad del personal del Cabildo y ayuntamientos de la isla, su
contratación no depende de su formación sino del vínculo de
amistad, familiar o ideológico con el político. En otros casos el
contenido del museo no pasaría una mínima prueba de calidad. Para
arreglar este desaguisado el Cabildo ha decidido iniciar su
privatización, empeorando las condiciones laborales, aumentado los
precios de las mercancías que se venden en los establecimientos y
desmejorando la información y el servicio.
Es
posible que el caso majorero sea el más extremo, por ineficaz y
extravagante, de todo el sistema de museos públicos no solo de
Canarias, sino del hemisferio norte. Azores ha optado por otro
modelo: el que dicta la lógica, la racionalidad y el buen gusto. Los
siguientes ejemplos pueden ayudarnos a entenderlo.
No
hay excesivas diferencias entre el vulcanismo que dio lugar a
Canarias y el que conformó Azores. Ambos archipiélagos cuentan con
edificios volcánicos parecidos y con materiales lávicos idénticos.
En Azores, al igual que en Canarias, hay lavas cordadas basálticas,
pequeños malpaíses, edificios formados por la viscosa traquita;
volcanes explosivos de materiales piroclásticos formados en relativo
escaso tiempo; estratovolcanes formados por coladas superpuestas
durante periodos prolongados; volcanes en escudo; calderas de
explosión y calderas formadas por hundimiento; hornitos y enormes
tubos volcánicos. La mayor diferencia con respecto al paisaje
volcánico canario quizás sea que una parte importante de los conos
y calderas volcánicas se han convertido en lagos dada la copiosidad
de las lluvias. La naturaleza volcánica se convierte entonces en una
impresionante mezcla de elementos.
Caldeira de Faial. Se trata de una enorme caldera cuyo origen es explosiva, colapsando,
más tarde, la cima del edificio. En primer plano se puede ver un domo traquítico. La caldera contenía
un lago hasta 1958, cuando el Volcán de los Capelinhos fisuró su base.
Estratovolcán de La Graciosa, con una enorme caldera formada
por hundimiento.
Volcán en escudo de Pico. 2350 metros de altitud.
O piquinho, que dentro de una pequeña caldera corona la montaña de Pico.
Se pueden observar grupos de turistas esperando para ascender. Para subir esta montaña
no hay teleféricos. Se asciende, previo pago, tras tres horas de dura ascensión.
Las visitas están limitadas a doscientas personas por día.
Volvamos
al volcán de Capelinhos, el que espoleó la emigración más
reciente a Estados Unidos. Sus tierras rojas y todavía no
conquistadas por la vegetación resaltan en el paisaje siempre verde
de Faial. Se ve el faro que, sorprendentemente, sobrevivió al
volcán. Y sin embargo, ahí debajo, construido bajo las lavas y
cenizas está el Centro de Interpretación del Volcán de los
Capelinhos, perfectamente integrado en el territorio. La entrada
cuesta 10 euros, da información detallada e interactiva de la
génesis del volcán y de la historia geológica del archipiélago e
incluye la visita, conectada desde el interior, al faro.
Volcán de Capelinhos visto desde el faro.
Faro y volcán y, aunque no lo parezca, ahí debajo hay un centro de interpretación.
Cubierta integrada del centro de interpretación.
Su
exquisita integración en el paisaje le ha hecho merecedor de varios
premios y es una muestra explícita de que las cosas se pueden hacer
de manera diferente a como se ha empeñado el poder en hacerlas en
Canarias. Salvo excepciones, como el empeño de César Manrique en
Lanzarote (tan denostado por la clase política que ahora lo
encumbra), se sigue actuando sin ningún criterio que armonice la
compleja relación entre el turismo y el territorio insular. En la
península de Jandía existe un mirador natural al que actualmente se
puede subir por una pista de tierra. La contemplación de Cofete, uno
de los escasos lugares casi vírgenes de este archipiélago,
estremece. Si ese lugar existiese en Azores un sencillo mirador
estaría acondicionado para el disfrute de las vistas. La opción
canaria, versión política majorera, es realizar un desproporcionado
y descontextualizado edificio con forma de caracola, donde habrá que
pagar para observar lo que ahora se puede contemplar gratis. Un paso
más en la mercantilización de los espacios naturales, a la que es
tan aficionada la clase política canaria.
El
vulcanismo azoriano ha dejado, como en Canarias, numerosas y
espectaculares grutas: enormes cuevas longitudinales formadas por
tubos volcánicos, pero también vaciados de chimenas volcánicas que
conforman profundos y verticales espacios subterráneos (llamadas
algares). Las más espectaculares se han convertido en recursos
turísticos con infraestructuras limitadas a facilitar sus accesos y
a completar la información. Si esas grutas estuviesen en
Fuerteventura podrían ocurrir dos cosas: que estén mal gestionadas
y mal conservadas.
Tubo volcánico en La Graciosa.
La
cueva del Llano, en el pueblo de Villaverde (La Oliva) es uno de los
tubos volcánicos más grandiosos de Canarias y alberga, además de
sus valores geológicos, un arácnido exclusivo de ese espacio, el
opilión Maioreus randoi. Si usted ha podido visitar esa cueva ha
tenido mucha suerte. Ha permanecido años cerrada a pesar de estar
incluida en la Red de Museos de Fuerteventura. A pesar de su
reconocido valor en el último año se ha permitido la construcción
(todavía en curso) de la urbanización Casilla de Costa que está
afectando irremediablemente al tubo volcánico, alterando su frágil
entorno y poniendo en peligro la propia estructura de la cueva. Esta
situación no es que sea improbable en Azores, es que, simplemente,
no existiría tal posibilidad.
La
mala gestión de la Cueva del Llano la llevará tarde o temprano a su
privatización. Es un modelo no exclusivo de Canarias, ya saben,
dejar morir de dejadez un espacio público para justificar su paso al
negocio privado. En Azores también existe algo parecido a ese
neologismo impuesto que camufla la privatización, la denominada
externalización. Pero con una gran diferencia. Las más
espectaculares cuevas volcánicas de la isla de Terceira (Gruta do
Natal y el Algar do Carvao) están gestionadas por la Asociación Os
Companheiros, una asociación naturalista formada en la década de
los sesenta del siglo pasado, formado por personas amantes y
conocedoras de la naturaleza de la isla. Los ingresos obtenidos por
las visitas ayudan a la asociación a seguir organizando actividades
educativas destinadas a los residentes y visitantes.
Algar do Enxofre en La Graciosa. Formada por una erupción en
el interior de la caldera.
Algar do Carvão, Terceira. Se trata de una chimenea volcánica
de 45 metros de profundidad.
Estalactitas de sílice en el interior del Algar do Carvão.
Ya
hemos visto la relación histórica de Azores con la caza de la
ballena y su consecuente industria. La actividad ballenera pasó a
ser una actividad económica de importancia en Azores desde la
segunda mitad del siglo XIX hasta la década de los sesenta del siglo
XX. La caza del cachalote en el archipiélago estuvo limitada a la
denominada caza costera, aquella que, gracias a pequeños botes
(primero de velas o remos, luego de motor) permitían adentrarse
algunas millas hacia el océano, especialmente en las aguas
interiores cercanas a las islas. Se crearon varias empresas armadoras
de barcos balleneros en algunas islas. El aceite se exportaba
principalmente hacia Europa. El negocio conoció su momento de
esplendor durante la II Guerra Mundial (con un repunte importante
durante la Guerra de Corea). Las guerras deparan destrucción pero
establecen coyunturas limitadas para que algunos sectores y algunos
territorios obtengan beneficios. Fue el caso de Azores. En un
escenario bélico mundial que demandaba grandes cantidades de
lubricantes, al tiempo que impedía que las flotas balleneras de los
países implicados en la guerra pudiesen continuar con la actividad,
la posición geográfica de Azores y la neutralidad política de
Portugal, hizo que el archipiélago se convirtiera en el principal
productor de aceite de cetáceos del mundo. Los precios alcanzaron su
cénit y se batieron récords de ejemplares cazados y de aceite
producido. En 1951, las veintiséis embarcaciones azorianas dedicadas
a la actividad cazaron 751 cachalotes, lo que supuso una producción
de 16 mil barriles de aceite.
A
partir de ahí el declive es paulatino. La competencia de los aceites
sintéticos, la alternativa de la pesca del atún (que pasaba a ser
más rentable) y los convenios internacionales que poco a poco
pusieron límite a la caza de ballenas hicieron que en 1987 se cazara
el último ejemplar en aguas azorianas.
La
caza ballenera en Azores tenía unas particularidades dignas de ser
recordadas. La actividad comenzaba en tierra, donde se disponían los
vigías en múltiples casetas ubicadas en puntos altos pero cercanos
a los pequeños puertos o ensenadas. Cuando un vigía localizaba
algún cachalote de inmediato tocaba una corneta o lanzaba un volador
que avisaba a las poblaciones cercanas para que se dispusieran a
embarcarse. Se cesaban entonces las actividades agrícolas y
ganaderas y una parte de los pueblos se organizaba para la tarea. Una
vez reunida la tripulación se hacían rápidamente a la mar con sus
barcos de velas o remos. Desde su puesto, el vigía iba indicando a
las tripulaciones, con un ingenioso sistema de banderas, la posición
del cachalote. El timón lo manejaba el oficial y en la proa se
ubicaba el arponeador. La pericia del oficial era fundamental para
aproximarse al animal. Una vez arponeado el cachalote se procedía a
una lucha de tira y afloja con el animal que podía durar entre una y
seis horas dependiendo de su fuerza. Una vez muerto, el vigía ponía
la bandera a media asta avisando de esta manera al personal de tierra
para que preparasen los traóis para la extracción posterior del
aceite.
Ambas imágenes corresponden a un puesto de vigía. Sin basuras
ni pintadas. Otro ejemplo del civismo azoriano.
Remolcado
a la costa se procedía a su procesamiento, a veces sobre la misma
playa de callados. Se realizaba un desmochado, cortando el tocino en
trozos cada vez más pequeños para incorporarlo a las calderas. Dado
que el sistema rudimentario implicaba el desperdicio de gran cantidad
de materia prima el sistema se fue perfeccionando. Se acondicionaron
pequeños muelles con guinchos que facilitaban la labor de corte y
procesamiento. Además de la obtención de los aceites se empezaron a
triturar las carnes y los huesos para fertilizantes agrícolas. Y se
buscaba con ahínco el ámbar que algunos ejemplares contenían en
sus intestinos y que adquirían gran valor por su utilidad como
fijador de perfumes. Su cuero se utilizó para la fabricación de
suelas de zapatos y albarcas para los campesinos; sus tendones se
aprovecharon para la elaboración de resistentes cuerdas.
Lajes do Pico, ciudad ballenera de Pico.
Antigua zona de explotación ballenera de Horta, Faial.
La
caza de ballenas se ha transformado en Azores en una industria
turística que abarca dos aspectos. Por una lado han proliferado -en
prácticamente todas las islas- pequeñas empresas dedicadas a la
observación de cetáceos. No solo de cachalotes sino de algunas de
las 37 especies que, de manera permanente u ocasional, nadan por
aguas azorianas. Por otro lado la adecuación de espacios museísticos
que nos recuerdan el pasado ballenero del archipiélago. Están en
casi todas las islas (algunas tienen más de uno), ubicados en los
pueblos más implicados históricamente con la actividad, se han
rehabilitado almacenes y puestos de vigías y se caracterizan, una
vez más, por la falta de presuntuosidad y por sus precios populares.
Casi todos son de titularidad pública. Y, cosas de esa gente tan
rara, se pueden visitar, gratis, los domingos.
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