jueves, 8 de mayo de 2014

Últimas hazañas militares en Fuerteventura

Imagen obtenida de La Provincia

Estas dos soldados posan alegremente al saberse enfocadas por la cámara. Sus gestos son incógnitas. Una parece estar indicando que los tienen así de grandes, lo que no sabemos es el qué. La otra da la impresión de que se va echar a volar en cualquier momento. Lo mismo a Afganistán, donde el Gobierno de Zapatero las mandó a implantar la democracia porque la española es digna de exportar. El balance comercial democrático español tenía superávit y había que abrir nuevos mercados. De sus cuellos cuelgan dos armas humanitarias que disuaden insurgentes. Las prácticas para que las armas sean útiles para el desarrollo democrático de los bárbaros las realizan en Fuerteventura. Aquí tienen cuarenta millones de metros cuadrados para que las balas y los cañonazos despejen el camino hacia las urnas. Pero los campos de maniobras se les quedan chicos. Por eso todas las mañanas, como la de la fotografía, los soldados pasean sus uniformes y armas por la avenida marítima de Puerto Cabras. Un desfile militar permanente, de ida y vuelta, por si acaso desde el Sahel nos vigila Al Qaeda con prismáticos. Quizás esa sea la razón de los gestos enigmáticos, códigos militares indescifrables para los humanos que no han jurado bandera. No hay nada más que ver el careto de la guiri que regresa al crucero. De su escala en la isla se lleva un misterioso recuerdo: decenas de soldados armados patrullando por el centro de la capital de una isla que en los folletos le aseguraban que era la Isla Tranquila. Oh my God!

Imagen obtenida de La Provincia


El comando de operaciones especiales ha tomado por sorpresa Puerto Lajas. Aprovecharon que había marea baja y la resistencia estaba cogiendo carnada para viejas. A eso se le llama inteligencia militar. Se desplegaron, a la hora del cortado, por las calles. Silenciosos, camuflados, adiestrados para las situaciones más hostiles, los soldados del Regimiento Soria han pacificado un pueblo cuyo nivel máximo de conflictividad son los voladores de la fiesta de El Pino o cuando a Gilberto o a El Colorado les da por parrandiar. A estos escenarios la inteligencia militar los denomina teatro de operaciones. Buscan un territorio similar al que irán a llevar su ayuda humanitaria y lo ocupan. Los vecinos de este pueblo no pueden pasear los perros por la playa por orden del señor alcalde. Pero un ejército se cuela armado hasta los dientes por sus calles y no los multan. Ni a ellos ni a sus dueños. Es normal. Los enormes peligros que nos acechan requieren de situaciones excepcionales. No se sabe dónde puede esconderse el enemigo. Miren si no a esas dos señoras que aparentan normalidad, como si fuesen a preparar la comida, a tirar la basura, a coger la guagua. ¿Hay algo que nos haga sospechar que pretenden autoinmolarse? A nosotros quizás no, pero en el comando se respira tensión. Un soldado, rodilla al suelo, subfusil en mano, no les pierde la vista; otro se esconde tras una esquina, mimetizado como un perenquén y el tercero vigila las calles no vaya a aparecer cualquier chiquillo en bicicleta silbando con disimulo. No nos gustaría estar en la piel de esos soldados. Les habían explicado que el ejército es sacrificio, pero la amenaza de ese bolso blanco en el hombro de la mujer de rojo, no hay dinero ni patria que lo pague.


La ocupación militar de Puerto Lajas tuvo su efecto en forma de protesta. El asunto debe de ser tan ilegal que el Teniente General Pedro Galán García, Jefe del Mando Militar en Canarias, vino a disculparse. Para lo ocasión vino vestido como mandan los cánones militares, con uniforme convertido en obra de arte como el de la fotografía. Este precioso uniforme posee varias muestras de orfebrería castrense entre las que destaca una hermosa y nostálgica insignia, la que nos recuerda que, antes de entregar vilmente el Sahara a Marruecos, aquello era una provincia española. Es posible que usted no aprecie la belleza o la creatividad, valores intrínsecos al arte. Pero eso es porque usted no entiende de arte. En el Cabildo de Fuerteventura sí; por eso le han cedido la Sala de Arte Juan Ismael al ejército que empezó ocupando Canarias hace 425 años (y ha terminado rindiendo a Puerto Lajas) para que celebre una imprescindible exposición. Nadie debería perdérsela para que sepan, con un ejemplo práctico, cómo se manipula la Historia. Uno asiste a la exposición y si no la ve con ojos críticos piensa que el ejército en Canarias ha sido una ONG. Total, que después de visitarla, lo mismo le entra una gratitud fervorosa y termina cuadrándose, en señal de agradecimiento, a la amable soldado que la custodia.


En la exposición destacan dos personajes que en sus días fueron nuestros Capitanes Generales. El hombre que ven en este cuadro es Valeriano Weyler. En los paneles nos explican que puso mucho empeño en construir edificios militares en Tenerife. Por falta de espacio quedan ausentes otras hazañas personales. La más destacada, sin duda, fue su papel de inventor. En sus años de Capitán General de Cuba inventó, para orgullo de la humanidad, los campos de concentración. Y los llevó a la práctica con exquisitez militar: entre doscientas mil y quinientas mil personas de las zonas rurales de la isla murieron hacinadas, desnutridas y maltratadas en aquellos campos. Las que escapaban o se negaban a entrar eran juzgadas, de aquella manera, y fusiladas. En Canarias se celebra este año el 176 aniversario del nacimiento del pensador, escritor y político Nicolás Estévanez Murphy que no ha tenido el reconocimiento del Cabildo majorero porque su patria solo era la sombra de un almendro. Estévanez le dedicó a Weyler el siguiente soneto:

Mirada de reptil, cuerpo de enano,
instinto de chacal, alma de cieno,
hipócrita, cobarde, vil y obsceno,
como el más asqueroso cuadro humano.

Azote un tiempo del país cubano,
a todo noble sentimiento ajeno,
hasta al mismo Satán convierte en bueno,
esa excrecencia del linaje humano.

Ruinas, desolación, hambre y miseria,
las obras son que a ejecutar se atreve
ese horrible montón de vil materia.

¡Y a un monstruo tal con intención aleve,
el Gobierno de Cuba encarga Iberia
al acabar el siglo diez y nueve!


Este hombre al que dan ganas de cogerle los mofletes es Francisco García-Escámez e Iniesta. La exposición cuenta maravillas de él. Al frente del Mando Económico de Canarias el hombre se desvivió por el desarrollo económico y social de las islas impulsando barriadas, presas y hasta hoteles. De hecho, el Capitán General posa en este cuadro con el Hotel Mencey de fondo, una de sus obras emblemáticas. Sabemos, aunque la exposición no lo mencione, que la Cruz Laureada que cuelga de su corazón la ganó con arrojo y valentía en la Guerra del Rif. En esa guerra contra los bereberes rifeños el ejército español tuvo a bien contribuir al bienestar humano bombardeando, por primera vez en la historia, poblaciones civiles, mercados y ríos con el gas mostaza. No sabemos si las prominentes orejas de García Escámez son resultados de una mutación por el contacto con los agentes químicos, pero se sabe -y no lo cuentan- que miles y miles de inocentes murieron envenenados y que sus consecuencias llegan hasta hoy donde el cincuenta por ciento de los casos de cáncer en Marruecos están concentrados en la zona del Rif. También olvida la exposición artística que este santo benefactor preparó, junto al general Mola, el golpe de Estado y se levantó en armas contra la democracia en 1936. Asuntos menores que se obvian porque el ejército español siempre ha sido una suerte de beneficencia altruista que convierte la guerra en arte gracias a instituciones como el Cabildo de Fuerteventura.

jueves, 1 de mayo de 2014

Un dichete pa'l Arena


Entrevistamos a don Bernardo Cerdeña, ganadero, majorero, de más de setenta años y cuya familia paterna y materna procede del centro de la isla. Vive en Casillas del Ángel y tiene un humor envidiable. Sabe de muchas cosas y, además, es una enciclopedia sobre las penurias, las cabras, las ovejas, las vacas, la cal y la toponimia de la Vega de Casillas y Tesjuate. Paseamos en coche y a pie buscando majadas, fuentes, lomos, degolladas, morros y corrales. Nada más ver que nos acompañábamos de un palo nos dice: Usted sabe que en otras islas a ese palo con punta le llaman lanza, pero nosotros aquí siempre lo hemos llamado lata. Es un dichete que nosotros tenemos para la lanza. Son lo mismo.

El dichete forma parte del léxico canario en sus islas orientales. Para don Bernardo tiene valor de sinónimo, pero su uso más generalizado es el de apodo, sobrenombre, en fin, un mombrete. Los dichetes no solo se le ponen a las personas, sino a las cosas. En Puerto Cabras la escultura más conocida y popular se encuentra en una rotonda. Su nombre originario es el de Monumento a la Concordia pero todo el mundo la conoce como las Culonas. Ejemplos como este hay muchos en Canarias: las denominaciones populares son más identificativas, proceden del pueblo y se quedan para siempre.


En sentido contrario van las denominaciones institucionales, sobre todo de un tiempo a esta parte. En Antigua el año pasado se celebró una carrera donde los participantes corrían con sus perros. Podía haber sido la primera Carrera con perros pero, como el mundo se nos queda chico, los organizadores, Ayuntamiento incluido, la denominó la 1ª Dog Running. Pero, eso sí, nos sentimos orgullosos de haber espantado a los ingleses en la Batalla de Tamasite.

En Las Palmas han inaugurado un pabellón deportivo que algún iluminado ha decidido llamar Gran Canaria Arena, un nombre tan pretencioso en la búsqueda de la internacionalidad que termina por ser impersonal, plano, desarraigado. Es la marca del imperio comercial deportivo, tan absurda como haber querido denominar al Estadio Insular como el Paseo de Chil Square Garden.

Lo de Arena tiene su cosa. Palabra latina que fue utilizada para designar a los circos y otros establecimientos del Imperio romano, fue asimilada por otro Imperio, el estadounidense, que empezó a denominar así a varias canchas para la práctica del baloncesto. Y como ese país convierte en marca todo lo que toca, hoy hay Arenas hasta en Ucrania. Y por supuesto no íbamos a ser menos, no vayamos a quedarnos fuera de los mapas y de la contemporánea toponimia deportiva.


Cuando se entra en Las Palmas por la carretera del norte un moderno puente nos mete en la capital. Al poco de ser inaugurado ya tenía su dichete popular: si en Estados Unidos tienen el puente de San Francisco, el nuestro es el de san Pacuco. A ver cuánto tardamos en llamar al Arena ese como se merece y manda la imaginación popular.