domingo, 27 de octubre de 2013

El pollaboba

(Imagen extraída de El Día)
El término gilipollas, despojado por el uso de su carga sexual, ha devenido en un mero insulto, sinónimo de estúpido. Se suelta con frecuencia en conversaciones de la Península Ibérica pero la palabreja no ha tenido mucha suerte por aquí abajo. Y es que, esa g inicial que rasca la garganta y esa s final tan contundente, casi nos duelen en los oídos y hemos terminado por marginar la palabra por su sonido, como discriminamos otras palabras que nos suenan extrañas, estridentes, prescindibles. Para cubrir tremendo vacío alguien canarizó el insulto. Lo despojó de fonemas disonantes y le mantuvo su peyorativo origen sexual y su significado. El resultado fue la creación del pollaboba, que es lo mismo pero es distinto. Es una subespecie autóctona más cercana al cretino, al simplón, al bobomierda. Pero también al enterado, al echado pa'lante, al papafrita. Y hay veces que el pollaboba reúne en un solo cuerpo todo su campo semántico y los de todos los sinónimos. Entonces pasa a ser un pollaboba integral que en el lenguaje coloquial canario se resume en un ¡fuerte pollaboba!

Manuel Fernández es un diputado canario del PP y secretario regional del partido. Lleva más de veinte años viviendo de la política profesional, gracias a la cual se debe haber visto toda la filmografía clásica española en su iPad, porque a eso es a lo que se dedica en algunas sesiones parlamentarias. No es el único que utiliza el sueldo que le pagamos para alimentar su cultura. Hace apenas una semana la diputada de Coalición Canaria, Nuria Herrera, fue fotografiada en su escaño mientras hacía la tarea de su hijo porque, según explicó, su cargo le deja poco tiempo para tales menesteres. Pero Manuel Fernández también utiliza su tiempo parlamentario para estudiar las mareas. Y, claro, tras  veinte años que ha tenido para investigar el horizonte desde su escaño, el hombre ha concluido que si hay un vertido de petróleo, el océano, que es de derechas, lo arrastra para el continente africano, así que tranquilos.

La semana pasada Manuel Fernández manifestó en el Parlamento que los marroquíes piensan que en Canarias hay mucho gilipollas, básicamente englobados en el insensato sector de la población que sigue pensando que el negocio de Repsol no es el nuestro; sector que además, por no haberse leído su estudio científico sobre la dinámica de las mareas, piensa que en caso de un derrame el piche teñirá nuestras costas. Y la criatura se reafirmó y sentenció, sin hacer público su profundo análisis sociológico, que sí, que en Canarias hay mucho gilipollas, tantos como opositores a las benditas prospecciones petrolíferas en nuestro mar. Ya sabemos que en ese Parlamento se dicen muchas pollabobadas. De hecho, salvo algunas excepciones, el diario de sesiones contiene una alta densidad de pollabobadas, lo que lo convierte en el vademécum del pollabobismo. Pero oiga amigo, no sea usted faltón y menos con palabras tan groseramente extrañas porque si no aplicaremos el atenuante de defensa propia y le responderemos con sus mismas armas dialécticas pero en canario. ¿Lo entendió, pollaboba?