sábado, 15 de junio de 2013

Inauguración en el país de la muerte

(Fotografía extraída de www.laprovincia.es)
Teodoro Obiang fue durante años el hombre de confianza de Francisco Macías. El segundo apellido de ambos es Nguema. Eran sobrino y tío y compartieron durante mucho tiempo su gusto por la sangre humana. Macías era el dictador supremo, Obiang el jefe de las cárceles, campos de concentración, tortura y descuartizamiento sistemático. Se esmeraron. Juntos eliminaron a más del diez por ciento de la población de Guinea Ecuatorial y más de un tercio de sus habitantes tuvo que exiliarse. Macías se autodenominó como Único Milagro de Guinea Ecuatorial, a Fernando Poo le puso su nombre y arropó a su sobrino que de teniente pasó a ser teniente coronel, viceministro de Defensa y siniestro carcelero mayor de Black Beach, la cárcel de Malabo, la capital del país. Obiang disfrutaba con las torturas y procedía a realizar espeluznantes juegos. A menudo ordenaba que se trasladara a un grupo de presos a algún bosque próximo y los invitaba a matarse entre ellos prometiendo al que quedara vivo que sería puesto en libertad. El vivo tenía suerte, siempre era asesinado de un tiro en la cabeza.

En 1979 el sobrino derrocó al tío, lo enjuició y lo fusiló. Se autonombró Dios, España se apresuró en legitimar su presidencia y Marruecos envió un destacamento que aún hoy continúa siendo su guardia pretoriana. Pero un torturador lo es para toda la vida y Black Beach sigue siendo la cárcel donde se encierra a cualquier sospechoso de no adorar al dios Obiang. Una sala de la cárcel es conocida como La Oficina. A lo largo de estos treinta y tres años de dictadura de Obiang, el presidente ha acudido en numerosas ocasiones a esa sala. Algunas noches algunos significados presos, casi siempre acusados de alta traición, son llevados a La Oficina sabiendo que se acabaron sus días. Obiang se sienta y preside un tenebroso y simulado juicio. Los interrogatorios no los hace ningún fiscal sino otros sádicos asesinos que le arrancan al reo algo más que una confesión. El preso muere torturado, Obiang no firma la sentencia, solo bendice que el acto se ha ajustado a derecho.

Obiang gana todas las elecciones. No tiene rival. Literalmente, no tiene rival. Cuando gana, gana y cuando pierde también gana. Sus poderes presidenciales son absolutos y su fortuna supera los mil millones de dólares, lo cual significa que pueden ser dos mil o cinco mil millones. El dinero lo obtiene de un juego de rapiña. Él le entrega a las empresas petroleras extranjeras parte del petróleo guineano y estas le entregan el 35% de los beneficios que van directos a sus cuentas y a los de sus familiares. Guinea tiene la mayor renta per cápita de África, superior a la de su antigua metrópoli, España, pero tiene uno de los peores puestos en los índices de desarrollo humano. Él está en la revista Forbes, Guinea Ecuatorial en las denuncias de Amnistía Internacional.

La semana pasada se inauguró un majestuoso edificio en Malabo. Se trata de la sede de la multinacional petrolera Noble Energy. A ese edificio, construido en una nueva zona de negocios conocida como Malabo II, sus dueños y la dictadura lo llaman campus, que es como llamar demócrata a Obiang. La Oficina de Prensa de Guinea informó que el presidente de la compañía, Chuck Davidson, le entregó en el sencillo acto protocolario una bandera nacional (sin especificar de qué nación) que había viajado a La Luna en 1976 con el Apolo XV. También informó que la empresa es un modelo de virtudes medioambientales, comprometida con las comunidades guineoecuatoriales.

El campus petrolero lo ha construido una empresa de Fuerteventura, CORORASA, la misma empresa que ha financiado a los grandes partidos políticos de la isla desde hace décadas. A todos, sin excepción. Sabemos que el capital no tiene patria y mucho menos conciencia. Si huele el dinero en una dictadura le sigue el rastro sin importarle los muertos. Pero al acto de la inauguración también asistió el presidente del Cabildo de Fuerteventura. Para justificar su asistencia (que lo mismo hubiese ido a la inauguración de un campus de Repsol si lo construyese la misma empresa) el presidente emitió una nota de prensa. En ella aclara que asistió al acto porque apoya la internacionalización (sic) de las empresas majoreras que crean empleo... fuera de la isla. Para que no hubiese espacio para la interpretación, Mario Cabrera, el presidente, manifestó que su apoyo a las empresas majoreras en la dictadura guineana es "claro, contundente y sin dudas". En cambio a algunas personas que sufrimos su actuación como presidente del empresariado majorero sí nos asalta una duda: ¿qué se siente, don Mario, al darle la mano a un ladrón que somete a la pobreza a un pueblo, a un cerdo torturador, a un violador sistemático de los derechos humanos, a uno de los mayores asesinos en serie de la reciente historia del continente africano?, ¿a qué clase de mierda huele un genocida?